La fama arruinó al pirata
Es la primera entrega del día y Santos acelera el paso sobre el puente peatonal que atraviesa una de las avenidas más congestionadas de la ciudad. Pero a esta hora de la mañana –las 11, más o menos– las vías están más bien despejadas. Un grupo de estudiantes se agolpa para entrar en la Universidad de Lima. Santos trae consigo una mochila repleta de discos que pesa como un difunto. Un profesor, viejo cliente suyo, le ha pedido una decena de películas para un taller de la Facultad de Comunicaciones. Es mayo de 2014 y, bajo la resolana que le brilla en la pelada, el pirata favorito de los cinéfilos peruanos cumple con hacer una de sus últimas entregas.
—¿Tú eres Santos? –le pregunta de pronto un chico de camisa a cuadros.
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