Detras de la cortina

Recuerdos de colegio

Mi experiencia con la realidad de la educación pública en el Perú empezó de una manera casi inesperada. Acostumbrado a tener rojos en la libreta de notas como días feriados en el calendario reprobé a final de año, para variar, inglés y eso molestó mucho a mi padre quien me contó lo exigente y disciplinado que había sido su colegio (una gran unidad escolar que está en la vía expresa), y que según él, no se comparaba en nada con la disciplina y exigencia que me brindaba mi ¨pituco¨ colegio particular y -no lo duden- religioso de la Molina.
 
Mi primera impresión fue que había sobrevalorado en demasía a su colegio, así que en una muestra de osadía, sacrificio y tal vez de locura extrema lo reté a que me matriculara y para mi horror lo hizo sin siquiera dudar. 
 
El primer día de clases fue un total caos para mí, nadie me daba razón de a que salón debía de ir y cuando milagrosamente llegué a ubicarlo, comprobé con decepción que no había una sola chica, todo el colegio era de hombres y la única mujer que vi ese primer día era la secretaria del Director que casi triplicaba mi edad. Nadie me dijo nada (ni siquiera mi papá). Qué fiasco. 
 
No tardé mucho en comprobar que la disciplina era desconocida en el salón, lo que no impidió que rápidamente hiciera amistad con las personas más influyentes del aula lo que de alguna manera me excluyó del pago de cupo por ¨protección¨ que brindaban dichos compañeros de salón, uno de los cuales le gustaba contarme cómo los fines de semana asaltaba con navaja en mano a la gente en la zona del Naranjal donde vivía y francamente espero que no haya terminado en una de nuestras ya pobladas cárceles limeñas. 
 
El cupo por protección lo pagaban casi 35 de los 50 alumnos que había en el aula y el pago era diario. Los compañeros protectores se paraban al costado del protegido y este ya sabía que debía de pagar su cuota por la ¨suerte¨ de ser cuidado y si bien los montos no eran altos, recordemos que era un colegio nacional, los que no pagaban recibían una paliza y para evitar eso mejor era colaborar porque al fin y al cabo los estaban protegiendo ¿De qué o de quién? ¿Acaso de ellos mismos? 
 
La exigencia era igual que la disciplina. Acostumbrado a actuar bajo presión y a andar de manera robotizada obedeciendo las órdenes del profesor, no me costó mucho seguir haciendo lo mismo en mi nuevo colegio, porque excepto 3 ó 4 compañeros al resto no parecía importarles mucho eso y es que simplemente copiaban de mi cuaderno lo que había escrito, razón por la cual al poco tiempo ya era conocido como uno de los más aplicados de la clase. 
 
Milagrosamente pasé de ser un alumno de media tabla para abajo en mi colegio de la Molina a ser considerado uno de los mejores del salón y todo esto con el mismo esfuerzo de siempre y sin casi siquiera sudar, aunque creo que realmente si sudé y mucho pues todos los días jugaba basquetbol en el patio del colegio y prácticamente iba solo por el deseo de jugar dicho deporte, claro está que el juego concluía cuando llegaba el auxiliar y correa en mano nos botaba del colegio ya que la salida era a la 1:00 pm y el turno de los alumnos de la tarde empezaba a la 1:30 pm y los de la mañana no podíamos quedarnos pasada la hora de salida. 
 
Aún recuerdo el cambio que sufrió mi mochila que pasó de llevar 4 ó 5 cuadernos, algunos libros y un arsenal de lapiceros, colores y reglas de todo tipo a ser ocupado solo en mi nuevo colegio por un cuaderno, un lapicero y la pelota de básquet, infaltable en aquellos días. Por cierto que muy pocos iban con mochila y si lo hacían era porque llevaban ropa para cambiarse en el mismo baño del colegio y “tirarse la pera”, irse a otro lado o como un amigo que conocí que usaba su mochila para meter a las palomas que cazaba con su onda en los mismos jardines del colegio y que decía que eran para preparar su tallarín con paloma. Aunque a juzgar por lo que veía todos los días parece que sólo comía tallarín. 
 
Entrar al baño del colegio era un castigo, había que tomar una bocanada de aire antes de ingresar y aguantar la respiración hasta salir de ahí y fue así durante todo el año que estuve, pero al resto del alumnado no parecía incomodarse de eso como si fuera una parte natural del colegio.

El gran problema que encontré en casa fue que estaban acostumbrados a recoger mi libreta de notas cada 3 meses y digo recoger porque nunca me la entregaban por la cantidad de rojos que tenía, pero en mi nuevo colegio no me decían nada acerca de la entrega de libretas y eso se lo expliqué a mi padre y el pensando que era otra palomillada mía quiso comprobar in situ lo que decía y grande fue su expresión de sorpresa al ver mis notas que no entendía como por arte de magia había pasado de ser mal alumno a tener todas mis notas en azul. Mi nota mínima era 14 y era un curso del cual nunca di examen práctico, ¡música¡ en donde nos enseñaban flauta dulce y que inexplicablemente no me salía una sola nota y por el cual me vi obligado, por la necesidad, de pasar invitando una gaseosa y una empanada a un compañero de salón para que me suplantara cada vez que había examen. Aún no puedo entender como el profesor nunca se dio cuenta de esto y si de consuelo me queda, los exámenes escritos si los daba yo. 
 
Casi toda mi etapa escolar la estudié en mi colegio de la Molina y con las justas aprendí las dos primeras estrofas del himno del colegio, pero en mi único año en mi colegio nacional me aprendí de memoria el himno del colegio porque si no lo hacía me caía un correazo o un reglazo del auxiliar que pasaba siempre cerca nuestro viendo quien no cantaba todos los lunes en el patio. 
 
Quizás la disciplina y exigencia no fueron las mejores y demuestran el tremendo bache que hay en la educación en el Perú pero no dejo de valorar el tremendo amor por la patria que tenían mis compañeros cada vez que cantaban el himno nacional, cosa que nunca vi en mi colegio como si a pesar de lo limitada de su enseñanza, no dejaban de igual agradecerle a su suerte poder estudiar en una Gran Unidad Escolar. Lo cantaban con tantas ganas que a veces pensaba que estaba en un cuartel militar. 
 
Si bien las realidades eran distintas y mientras que en un colegio pensaban en ser gerentes, profesionales o en seguir administrando las empresas de sus familias en el otro pocos los que pensaban en una carrera profesional. Más bien parecían inclinarse a seguir una carrera en las fuerzas policiales y militares como sub-oficiales y oficiales, pero la mayoría no había pensado aún que hacer, pero igual la alegría siempre se reflejó en ellos y esas vivencias enriquecieron mi último año escolar. 
 
Personalmente fue mi época más feliz de colegio, por lo menos lo sentí en aquel momento. La pasé jugando todo el tiempo, no viví presionado por los exámenes y con el mismo esfuerzo de mi antiguo colegio, terminé siendo el primer o segundo mejor alumno del salón lo que de alguna manera me ayudó mucho a levantar mi ánimo tan castigado por mi bajo rendimiento escolar y a entender que todo en la vida era posible si me lo proponía, aunque en este caso el esfuerzo fuera sin siquiera sudar. Pero sobre todo a valorar a mis amigos viniesen de donde viniesen, porque esa era la realidad que me tocó vivir.
Finalmente quiero agregar que mi padre nunca más intentó hacer sus comparaciones entre su colegio y el resto, por lo menos delante mí. Sin embargo, siempre agradecí haber estudiado ahí el quinto de secundaria. Nunca me divertí tanto. Claro está que esa era la visión de un adolescente de 17 años que solo le interesaba eso y que no ve que es la realidad actual de nuestro país, pero… ¿A cuántos chicos de esa edad les puede interesar?
*Odontólogo, USMP