Detras de la cortina

¿Prejuiciosos? ¿Racistas? ¡Por favor¡

En realidad, es mínima la importancia que le queremos dar a este complejo tema.  Por un lado el tema resulta “agotador” para muchos cuando se discute sobre él (sobre todo para aquellos que ya han llegado o pasado la mitad de sus vidas), y por otro lado se torna polémico, cuando son los más jóvenes los que intervienen en la discusión, porque todavía delimitan el tema de acuerdo a la herencia que han recibido de las personas que, como dijimos, vivieron ya la mitad o más de sus vidas.

Pero querámoslo o no, es el momento de encararlo. Es hora ya de tomar responsabilidad ante esas expresiones prejuiciosas (cuando son enunciadas en una broma) y actos racistas (cuando son vociferadas en opiniones encontradas) que nos han mantenido separados a los peruanos desde la conquista. Esas expresiones prejuiciosas de las que ni siquiera nos damos cuenta que lo son pese a que aparecen a toda hora y en todo lugar. Y esos actos racistas que son denunciados solamente cuando la víctima saca el coraje suficiente para quejarse, pero que muchas veces no tiene  respuesta porque, o la víctima pertenece a un grupo minoritario muchas veces ignorado (afro-peruanos y homosexuales, por ejemplo), o porque pertenece a ese grupo mayoritario (nuestros hermanos indígenas) que continúa en gran medida, también, ignorado.
Somos tan prejuiciosos que admito me resulta difícil escribir “nosotros” en esta nota,  en términos de nuestra nacionalidad, ya que no somos aún una nación. Lo que somos son personas que habitamos un mismo territorio, pero que nos cuesta reconocernos como unidad porque nuestras metas personales están por encima de nuestras metas nacionales. Estos prejuicios y actos de racismo son tan inherentes a nosotros que hasta los hemos “regularizado”, los hemos “legalizado” (término, este último,  quizás inadecuado ya que vivimos en un país esencialmente informal), ya que aparecen en los medios de información, el comentario sobre las actrices peruanas que fueron a  vender, dijeron,  “chullo” al Festival de Cine de Cannes, en el gobierno, al llamar a los pobladores de Bagua como “ciudadanos de segunda clase”, y en todos los programas cómicos nacionales, en donde  los escuchamos en abundancia, y con toda clase de ejemplos. Programas estos, los cómicos,  que son muy  sintonizados, y que con este “apoyo” nuestro  ayudamos a perpetuar esos prejuicios y actos racistas que nos alejan de cualquier intento sólido de conformar una nación. 
Nuestra indiferencia a encarar la existencia del racismo y el prejuicio será ¿por qué no somos, o mejor dicho, creemos no ser, los directamente afectados? Egoísta pensamiento, ¿no?  Uno es “cholo” o “indio” no por su etnia sino por su logros sociales y económicos que le permiten salir o mantenerse en ese “grupo étnico” (aunque genéticamente pertenezcamos a él siempre). El que en ocasiones cariñosamente nos llamemos “cholos” o “indios” desaparece automáticamente cuando en momentos de molestia, frustración o queja, son esas palabras (“cholo” o “indio” o “negro”) las que reemplazan a cualquier insulto que quisiéramos decir (porque los insultos se aparecen en nuestro cerebro recién como segunda alternativa). Equivocadamente asociamos al “indio” como esa persona extremadamente pobre, carente de autoestima, que  no cuenta siquiera con la instrucción mínima necesaria, y que es incapaz de poder apreciar cualquier manifestación cultural ajena a la suya. Y al “cholo” o al “negro” como esa misma persona, pero que vive en la ciudad.
¿Cuándo será el día en que los programas cómicos de televisión inventen personajes que sirvan de modelos a seguir, más que caricaturas de las que nos burlamos? Y pensar que nosotros en realidad creemos que solamente nos reímos.  ¿Cuesta tanto esfuerzo hacer comicidad creando situaciones, en vez de llenar los programas televisivos con caricaturas que se entrecruzan en un sketch que muchas veces carece de conflicto y desenlace? (Primera lección del primer día de clases de dramaturgia, que es casi siempre obviada por nuestros libretistas de comedia).
¿Es en realidad la solución a este problema complejo? Lo que necesitamos es  apenas un honesto sentido común para darnos cuenta de lo que deberíamos hacer y no hacer. Lo único que se requiere de nosotros es de tratar a las demás personas como nos gustaría que nos traten y de que mientras no conozcamos con seguridad que molesta a la otra persona  simplemente no hay que arriesgarse en averiguarlo forzándolos a aceptar nuestros acciones.  Apenas debemos ponernos en el lugar de la otra persona. De esta manera nos ahorraríamos todos esos dolores de cabeza que este asunto traerá en los próximos años. Y ahora nos toca responder. ¿Tenemos la honesta intención de hacer el esfuerzo?
 
*Comunicador Social, Universidad de Lima