Economía y trincheras
La desaceleración de la economía ya no se puede negar. Los magros índices de crecimiento de mayo de 1.84% y junio de 0.3% así lo demuestran, las proyecciones de inversión privada han disminuido de 4% a 2.6% según el Banco Continental, y el otrora poderoso sector construcción ha disminuido su rentabilidad del 30 % al 15%, tal como lo indica el diario Gestión.
A esto se suma el decrecimiento de la producción e inversión minera. Todas estas circunstancias exigirían del gobierno un manejo político más atinado, pero lo que hemos visto es un régimen atrincherado, parapetado, que llama a la unidad y ataca a sus adversarios. El llamado a la unidad del 28 de julio se contradice, una vez más, con esa actitud del propio presidente Ollanta Humala.
De nada servirán los esfuerzos de la premier Ana Jara, que obtuvo una victoria pírrica en el Congreso, si el mandatario y alguno de los miembros y allegados al gobierno insisten en confrontar a los adversarios, y después les reclaman su apoyo.
En ese contexto, como hemos dicho antes, poco bien le hace la actitud blandengue de la oposición hacia el régimen, que exacerba su ceguera y soberbia. La renuncia del gabinete Jara no significaba desestabilizar la democracia, significaba persuadir o inducir al régimen a efectuar una verdadera recomposición con personajes sin flancos, pero el primer convencido de eso debería ser el presidente, y para el comandante eso, y no tres votaciones en el Congreso, sería dar muestras de debilidad.
Es el humalismo el que genera la convulsión y afecta la gobernabilidad. No es la oposición ni los medios, ni mucho menos la opinión pública la que nombra ministros cuestionables, e insiste en la imposición de autoridades.
Durante mucho tiempo, el gobierno se negó a aceptar la desaceleración económica, así como reconocer la inseguridad ciudadana como un asunto de “percepción”, y no como un problema real.
Tarde ha reconocido pues el régimen la desaceleración económica, y tarde ha reaccionado con medidas de efectos desconocidos. Estar en su trinchera, mirar la realidad desde su torre de marfil, y no desde la calle, le costará caro. Y al país también.