Un domingo en San Basilio de Palenque
Uno de los forasteros que han venido este domingo a San Basilio de Palenque, le pregunta a Fredman Herazo si alguna vez se ha imaginado cómo sería la vida de su pueblo sin el tambor.
Herazo sonríe, titubea. Se nota que, en sus ocho años de guía turístico, es la primera vez que le plantean esa cuestión. Al frente de donde nosotros estamos, un adolescente descalzo toca el tambor. Tiene los ojos entrecerrados, como en éxtasis, y su torso desnudo chorrea sudor. Cualquiera que oiga desde lejos esta retreta de golpes secos, se imaginaría quizá que quien la desencadena es un gigantón de manos enormes y no un muchacho enclenque cuyas manitas enardecidas, veloces, a duras penas se distinguen mientras aporrean el cuero.
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