España en 10 días
Para Evangelina, mi primogénita, que me invitó a conocer España.
Estar en España, caminar por sus ciudades, evitando ser turista, despierta ese sentimiento de regreso al pasado que desde siempre estuvo presente en la memoria. Este es un relato apretado de una visita de 10 días, en los que conocí, a vuelo de pájaro, aquellas ciudades que siempre estuvieron en mi imaginario. Sabía de España, de la República, pasajera e inmolada: “Si cae España”, decía Vallejo con dolor. Y, las canciones de los milicianos durante la Guerra Civil, eran himnos de los jóvenes de izquierda que enfrentaban al Apra en las aulas universitarias.
Madrid es la capital. Se puede llegar a España por varias ciudades, pero hacerlo por Madrid tenía un particular significado: rendir homenaje a la ciudad heroica, que resistió la embestida fascista de Franco, y la conocí a través de “Morir en Madrid”, uno de los mejores documentales del siglo XX, que se proyectaba, casi clandestinamente, en las aulas universitarias en la década del sesenta.I
Estamos en verano, y a las 8 de la tarde, todavía hay luz solar. A esa hora, en Madrid, marchan decenas de inmigrantes africanos demandando trabajo, considerado un derecho humano fundamental. “No queremos ayuda social. No queremos nada gratis. Queremos ganarnos, como dicen los libros sagrados, el pan con el sudor de la frente” repiten en su discurso monótono, mientras caminan y giran y giran alrededor de la Plaza Mayor, ante la mirada de turistas y policías. La ciudad bulle, y a diferencia de Madrid, en Toledo se descansa. Sus negocios cerrados y unos pocos turistas, cansados de haber recorrido sus calles, esperan en la estación el bus para retornar a Madrid.
A esa misma hora, en Almagro, una villa de Castilla La Mancha, se vive la fiesta del Teatro Clásico Español y, en sus calles, llenas de turistas, se forman largas colas frente a los teatros. En Premia del Mar, la pequeña ciudad catalana ubicada a 30 minutos de Barcelona, los bañistas disfrutan de las tibias aguas del Mediterráneo, mientras que en Alicante, los vecinos han sacado sus sillas al frontis de sus casas, disfrutando del frescor, luego de un día caluroso. En Pals, el sol en el horizonte, resalta el dorado de sus antiguas construcciones, de un pueblo detenido en el tiempo. Mientras, todo eso sucede, sentado frente al puerto antiguo de Barcelona, contemplo la llegada de los barcos cruceros que recorren el Mediterráneo, lleno de turistas.
Toledo vive del turismo
Es el verano, y julio es el mes más caliente. No me imaginaba, antes de conocer la milenaria ciudad de Toledo, que existiera alguna cerrando los comercios a las 8 de la tarde, y que una hora después, todavía con la claridad solar, caminar solo por sus estrechas y torcidas calles, contemplando las casas de elevados muros de piedra, que guardan historias de épocas pasadas, cuando fuera ciudad musulmana antes de ser castellana.
Toledo está sobre una roca. Se le ve desde lejos y debe haber sido una ciudad casi inexpugnable durante las continuas guerras del medioevo en la península ibérica. Con un puente de piedra sobre el Tajo y sus grandes portones, la ciudad se cerraría ante las amenazas enemigas. Hoy, el turismo y la artesanía son sus fuentes de ingreso: unos treinta mil turistas llegan a diario, para visitar la Posada de la Hermandad donde se conservan las máquinas de asedio medievales, como las catapultas; el Tribunal de la Santa Inquisición y sus instrumentos de Tortura; el Imperial Monasterio de San Clemente, donde está la exposición de los Templarios; y, también de tradición de la magia y la brujería mediterránea, en la sala de exposiciones de Alfonso XII. Todo esto nos informa don Pedro, el dueño del restaurante, donde comemos unas tapas y tomamos vino español.
Desde Toledo partimos rumbo a Almagro para disfrutar del Festival Internacional de Teatro Clásico. Antes hicimos un alto en Ciudad Real, donde comprobamos que no somos los únicos que destruyen su pasado: de la antigua Ciudad Real, sólo queda una de las columnas de lo que fue la puerta de ingreso a la ciudad. Lo demás cayó bajo la picota del modernismo. Conocer Ciudad Real despertaba un interés especial: Ahí nacieron y vivieron en el siglo XIX Juan, Francisco y Fernando Camborda, este último, periodista manchego que escribió en Periodicomanía, una publicación liberal madrileña.
Almagro vive el Teatro Clásico español
En la planicie manchega está Almagro, pequeño poblado de 10 mil habitantes. Durante el estío, bajo un sol calcinante y una temperatura superior a los 40 grados, duerme de día: sus calles están solitarias, con uno que otro vecino o visitante que se aventura a caminar por ellas. Sus casas encaladas de blanco muestran la belleza de las aldeas españolas.
Pero despierta con pujanza después de las seis de la tarde, cuando el frescor comienza. A las 7, la amplia plaza mayor comienza a llenarse de espectadores, que comen unos bocadillos y toman cerveza o vino mientras deciden a qué teatro irán: hay funciones en todas partes y, por supuesto, en el Corral de La Comedia, antiguo local del Siglo XVII, restaurado tal como lo fue en sus mejores años.
Estos días en Almagro sólo se habla del Siglo de Oro de las letras castellanas y de sus representantes como Pedro Calderón de la Barca, Miguel de Cervantes, Luis de Góngora, Baltasar Gracián, Lope de Vega, Tirso de Molina, Francisco de Quevedo y de muchos otros. Los españoles son buenos conocedores de su teatro y explican las bondades de su arte a los turistas que la visitan.
No sólo eres espectador. En un karaoke instalado en la misma Plaza Mayor, cerca al Monumento a Diego de Almagro, el conquistador del Perú, puedes convertirte en un “actor consagrado” interpretando a un personaje de una de las obras escogidas del teatro clásico. Así, si la edad te acompaña (yo no tuve la suerte), puedes ser Floriano, ese mozo que se hospitaliza y finge ser loco para escapar de la justicia y encuentra ahí a Erifila, (una hermosa joven de cabello azabache) en la divertida comedia de Lope de Vega: “Los locos de Valencia”.
Alicante, ciudad de moros, judíos y cristianos
Viajar de Almagro a Alicante, ciudad valenciana a orillas del Mediterráneo, es recorrer la parte sur de la meseta de Castilla la Mancha, el territorio que recorrió Don Quijote, acompañado de su fiel escudero Sancho Panza. Y contempla uno los molinos de viento, tal como lo describió Cervantes, con sus aspas enormes, que se mueven con el viento y que confundieron al Andante Caballero manchego, que se imaginó que eran los gigantes de la mitología europea.
Alicante tiene la belleza de la ciudad moderna. Edificios en su centro urbano y la presencia de sus tres culturas: la mora, heredada de los 8 siglos de presencia árabe en la península; la cristiana, luego de las guerras de la reconquista, tal como indican los textos escolares; y la judía, que llegó a la península ibérica, cuando los descendientes de Jacob fueron dispersados por todo el territorio del imperio romano en el año 70 d.C. Llegaron mucho antes que los moros y cristianos, pero convivieron, porque aprendieron a respetarse y un festival rememora de ese encuentros y desencuentro de las tres culturas.
El reencuentro de los cristianos, los moros y los judíos en el centro antiguo, permite apreciar la belleza de cada una de estas culturas. No es exclusivo de Alicante, sino que se manifiesta en todas las ciudades valencianas. El espectáculo lo conforman las cuadrillas de moros y moras; y, las de caballeros y damas cristianas. Es un homenaje al triunfo de los cristianos sobre los moros, dice la tradición, pero lo que uno aprecia es la multiculturalidad que han sabido preservar, manteniendo sus tradiciones heredadas del pasado, que se remonta a la época romana, el dominio del califato de Córdova, y, a partir del siglo XV, de los reyes católicos.
Barcelona, Premia de Mar y Pals
Pasamos de largo por Valencia, porque el destino era Barcelona, la capital de Cataluña. La gran urbe catalana, que fue durante mucho tiempo un condado francés, muestra los efectos del referéndum independentista. La bandera Catalana, se encuentra en todos los edificios públicos, junto a las demandas por la libertad de sus líderes. Pero, la vida sigue su curso normal, y por la cantidad de rostros tan diferentes que uno observa en sus calles, pareciera más cosmopolita que Madrid.
La Rambla, escenario del atentado terrorista del ISIS, es una amplia vía peatonal. En el calor del mediodía, puede servirse directamente el agua de las piletas o caños que abundan en su largo recorrido, que une la plaza de Cataluña y el puerto antiguo. La Rambla vive al mismo ritmo de día y de noche. La sombra de los árboles y los edificios lo protegen a uno del sol en el día, y, en la noche, la vida brota de los miles de turistas y catalanes que se desplazan incesantemente por ella .Al final del recorrido está la Plaza Portal de la Paz, con la estatua de Cristóbal Colón y al frente el puerto y el mar.
Barcelona no sólo es el Camp Nou, el estadio donde juega el Barcelona F.C., con Lionel Messi. También es la Sagrada Familia, la obra cumbre de Antoni Gaudí, la gigantesca basílica, que se viene construyendo desde 1882, y todavía una parte considerable está inconclusa. Es célebre la respuesta de Gaudí, cuando le preguntaron porque iba a demorar tanto la construcción de La Sagrada Familia, “Es que mi cliente tiene todo el tiempo a su disposición”.
Gaudí está en varias construcciones emblemáticas de Barcelona, como el Park de Güell. Con caminos que se entrecruzan, y, en cada recodo, surge una agradable sorpresa a la vista y la imaginación. Todo llama la atención y queda grabada en la memoria el genio de su creador. Los jardines y confundidas, formando un mismo paisaje, destaca la obra arquitectónica de Gaudí.
Las incursiones de los piratas no eran sólo cuentos para asustar a los niños renuentes de tomar la sopa. En Premia de Mar, a 30 kilómetros al norte de Barcelona, se celebra todos los años la Festa Major del Mar, que rememora los tiempos en que los piratas atacaban a los pueblos ubicados en las costas mediterráneas. La fiesta dura una semana, y se inicia con la entrada de los piratas y concluye con la expulsión. Participan todos, con un entusiasmo contagioso y todas las calles adornadas de fiesta.
Premia del Mar es moderna, Pals está detenida en el tiempo. Hecha de piedra amarilla, con la luz del atardecer brilla. Sus callecitas estrechas, su pequeña plaza, su iglesia, las casas y palacios, están igual como lo fueron hace más de diez siglos. Es regresar a la edad media, pero en tiempos posmodernos, cuando es posible volver a ver, encandilado, como vivían en el medioevo europeo.
II
España, de diversas maneras nos convoca y conocerla nos enriquece. Además de los apellidos hispanos, que muchos tenemos, nos une el idioma, creencias e historia. Cruzarte en las calles, en medio de tantos turistas con rostros familiares como del mulato cubano y su esposa mexicana o escuchar en Madrid el inconfundible dejo de una pareja chilena, y como sus tres hijos, nacidos en España, quienes no hablan como chilenos sino con el dejo español y te dicen “tío” y repiten el “vale” en todo momento. Pero, están orgullosos de sus ancestros: son latinoamericanos, del sur, y te abrazan con sinceridad, porque eres como ellos.
Madrid es, me lo dice Julio y luego lo reafirma David, una ciudad administrativa, de grandes edificios del gobierno. Madrid concentra el poder y no es casual entonces que en su emblemática Plaza Mayor sea el lugar de concentración de inmigrantes que buscan ser reconocidos. Europa trasladó 20, 40, 80 millones –nunca se conocerá la cifra real- de africanos convertidos en esclavos. Y hoy, los mismos europeos, -cuyo desarrollo se logró con el sudor y la sangre de los esclavos, en las plantaciones de América, desde Estados Unidos hasta Perú y Brasil-, no los quieren recibir y menos reconocer, la gran deuda histórica que tienen con África.
Muchos de los pobres en España son africanos. “Nunca he visto un blanco pobre”, cuenta David. Y a vuelo de pájaro parece tener razón porque los que venden en las calles, los ambulantes, todos son africanos o descienden de ellos. Con sus mantas extendidas en la Gran Vía de Madrid o en la Rambla de Barcelona, ofrecen polos y zapatillas, carteras y gorros. Están atentos para levantar su mercadería al primer anuncio de la llegada de la policía. Igual que los “informales” de todo el mundo, como los calificó Hernando de Soto en “El otro Sendero”, son los marginados del sistema, obligados a mantenerse dentro de él, batallando día a día por salir del círculo perverso de la pobreza.