Cangallo: Tierra de morochucos
Sobre los tres mil cuatrocientos metros sobre el nivel del mar, se extiende una amplia pradera, en la que se notan las pocas ondulaciones del terreno. Se le conoce como Pampa Cangallo y en realidad, son dos distritos los que comparten el llano: Chiara, que pertenece a la provincia de Huamanga y María Parado de Bellido, a la provincia de Cangallo, que es la tierra de los morochucos.
Esta ciudad es pequeña, ubicada en una quebrada profunda a orillas del río Pampas a 3 mil metros sobre el nivel del mar. Vive amenazada siempre por el río Macro que, en la temporada de lluvias, baja ruidoso desde la pampa, recordando a los cangallinos las tantas veces que se ha desbordado. Pero es, al margen de los malos recuerdos ocasionales, el lugar de visitas dominicales para aplacar el calor por encima de los 30 grados al mediodía de noviembre hasta abril.
Desde mi primer viaje a Cangallo, cuando tenía 9 años, esta misteriosa tierra de hombres que nacen y mueren sobre el caballo y de mujeres que son brillantes amazonas, despertó mi imaginación. De niño, engañaba a mis primos de la misma edad, que vivían en otras ciudades, narrándoles historias de caballos salvajes que trotaban en medio de los pastizales y que comían el ichu, ese pasto duro de la puna.
Veinte años después, después de haber recorrido medio Perú y haber vivido en Huancayo, Trujillo y Lima, ya instalado en Huamanga como profesor de la Universidad de San Cristóbal, viajé hacia la pampa para contemplar nuevamente la amplia pradera. No fui a Cangallo, me quedé a medio camino, en Allpachaca, el fundo universitario, donde se elaboran los deliciosos quesos que se han impuesto en Ayacucho. Cangallo estaban a un tiro de piedra, pero mis labores docentes me obligaban a retornar desde Allpachaca.
De nuevo en Cangallo
Los años de violencia retardaron nuevos viajes hacia esta provincia conocida por sus bravos jinetes. Fue en 1993, treinta y cinco años después de mi partida, que estuve en la Plaza de Cangallo, justamente un 15 de agosto, fiesta de la mamacha Asunta, como le dicen con toda familiaridad a la Virgen de la Asunción. Cangallo había cambiado menos de lo que esperaba, y para mal.
La hermosa callecita de mi infancia, donde quedaba la casa que ocupaba mi padre, con una minúscula vereda en la que solo cabía el triciclo de mi hermano Julino, empedrada con canto rodado y un canalito al medio, por donde discurran las aguas procedentes de un manantial, había sido agredida por el cemento.
Un alcalde moderno había eliminado la vereda, levantado el canto rodado, ampliado en una parte y no en otra la calle. No era la imagen bucólica de mi infancia, era ese engendro que nos deja una mal entendida modernidad, de cuyas virtudes hacen gala muchos profesionales que creen que cemento es sinónimo de progreso.
Desde esa fecha, he regresado varias veces. Con destino a Huancapi en algunas ocasiones. Hasta Sucre, Huancasancos en otras. Y para recorrer todo el departamento de Ayacucho en muchísimas oportunidades, como periodista, profesor o funcionario.
Y siempre, religiosamente, hago un alto en Tocto, que me recuerda el primer viaje que hice a esa provincia de los legendarios morochucos con mi padre, para volver a contemplar la pampa que en 1956, como el indicaba, era pobre, de campesinos abandonados a su suerte, y donde se estaba instalando un núcleo de alfabetización, porque más del 90% de los pobladores, hombres y mujeres eran analfabetos y sólo hablaban el runasimi, la lengua de las gentes, el quechua.
Ahora cuando se contempla la pampa, uno percibe los cambios y se da cuenta que ese trabajo silencioso de la Universidad de San Cristóbal de Huamanga ha dado sus frutos. Enrique Moya, fallecido recientemente, fue uno de los, inspiradores de ese cambio con la cooperación suiza que introdujo el pardo suizo para mejorar la ganadería. Pastos nativos cultivados junto con alfalfa, trébol, avena y cebada forrajera ha cambiado la vida de comunidades que hoy son ganaderas y productoras de leche, queso, carne.
En medio de la pampa, la carretera que une Huamanga con Cangallo, es una cinta negra bicapa. Ya no están los camiones que llevaban a los pasajeros y a la carga en la tolva. Hay en la pampa pueblos nuevos que han agrupado a ganaderos que muy temprano salen, en motos o en camioneta rumbo a sus estancias donde está el ganado, rodeado de cercos eléctricos para evitar el sobrepastoreo en las parcelas.
Son pampacangallinos quechuas, donde la pobreza se bate en retirada. Casi todos los nuevos ganaderos han estudiado en la universidad, administran sus fundos y las plantas lecheras comunales, donde producen queso, yogurt, mantequilla para el mercado de Huamanga.
Son morochucos, según la leyenda descendientes mestizos de los almagristas que se unieron con las mujeres nativas y se instalaron en esa pampa, luego de la derrota en la batalla de Chupas, durante las guerras de los encomenderos. Eso explica el cabello rubio, los ojos claros, pero el idioma, es el quechua, el runasimi.