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Mi atracción por los daños
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Solo… sí,… solo. Me encuentro solo, sin nadie que aguante mis idiosincrasias en la intimidad del hogar, del hotel o de cualquier otro lugar que decidamos hacer nuestro. Sin nadie que alimente mi ego cuando le cuenta a sus amigas de mis “cualidades”, dice ella. Solo, pero felizmente mi elección de estar solo me libra de cualquier compromiso de fidelidad. Me he tomado tan a pecho esta ventaja (¿ventaja? bueno, la puedo llamar así porque por ahora no tengo a nadie a quien impresionar con mi moral de la fidelidad) que incluso mi “infidelidad” se ha extendido al uso del todopoderoso control remoto del televisor. Hago un uso tan desmedido de este aparato que debo cambiar de canal unas treinta veces en la única hora diaria que veo televisión.
Esta costumbre, tan detestable por la pareja, la vengo practicando desde hace mucho. Porque no quería habituarme a ver algo de manera constante y porque cierto día decidí no ver más series televisivas de ficción, para que la estructura de sus guiones no interfiriera o perjudicara mi visión comprometida para escribir un guión cinematográfico. Han pasado muchos años ya y aún no he podido terminar el guión y al mismo tiempo me he privado de apreciar lo mejor que las series televisivas de ficción han producido en los últimos lustros.
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