Fútbol: Cuando la pasión se impone a la razón
La Copa del Mundo tiene la posibilidad ahora de contar con la mejor perspectiva. Por primera vez, ya sin las dudas que pudieron quedar antes, tenemos la oportunidad, gracias a la tecnología, de conocer la absoluta verdad. Así es, esa verdad que en el deporte (acción con un resultado concreto) puede existir, pero que en la vida cotidiana se empecina en no hacerse visible por la ambigüedad con que vemos y entendemos la vida.
El tercer gol que hubiera permitido a los Estados Unidos voltearle el partido a Eslovenia 3 a 2, el primer gol de Argentina sobre México en clara jugada fuera de lugar, en octavos de final, o el gol claro que fue anulado a los ingleses, el cual le hubiera permitido a ellos igualar a los germanos, quienes al final ganarían el partido, también en octavos de final. Seguro que recuerdan más errores garrafales en esta Copa del Mundo. ¿Y qué decir de las instancias preliminares a la Copa del Mundo? El gol con la mano del francés Thierry (“Sí hubo mano, pero yo no soy el árbitro”, dijo.) que permitió a su país calificar al máximo evento deportivo del mundo (los Juegos Olímpicos palidecen en popularidad con la Copa del Mundo) y condenar injustamente a Irlanda por los siguientes cuatro años.
El rechazo de la FIFA al uso de la tecnología en las decisiones de un partido de fútbol, es, dicen ellos, total (aunque vemos a los árbitros comunicarse entre ellos con auriculares). Se prohíbe a los árbitros de un encuentro apoyarse con las imágenes que podrían ser mostradas sin demora en la enorme pantalla del estadio. Decimos podrían porque para evitar cualquier acto de violencia ante un error arbitral, repeticiones de jugadas violentas o posiciones fuera de lugar no son mostradas a los personas en las tribunas.
Lo penoso es que estas imágenes sí son mostradas en su totalidad al Mundo entero. Incluyendo, en una primera y esperemos no única vez, a los espectadores en el estadio de Johannesburgo cuando fueron testigos del evidente primer gol argentino en fuera de lugar contra los mexicanos, porque por error (o por la decisión de alguien en el estadio de hacer justicia) se dejó ver la equivocada decisión a los espectadores en las pantallas del estadio. Sin embargo, el árbitro, fiel a las órdenes de la FIFA, evitó levantar o girar la cabeza y comprobar su equivocación (le hubiera costado un segundo hacerlo). Días más tarde este árbitro y unos más fueron retirados de la competición por sus errores.
Pero, ¿ser justo es fácil? Si un jugador comete un foul alevoso apenas comienza un partido, es muy difícil que el árbitro se anime a expulsarlo así lo merezca (Camino a Navarro en las eliminatorias para México 86). Sí un árbitro toma conciencia tardía, después de equivocarse en una decisión, suele ignorar o cobrar una falta dudosa a favor del equipo que minutos antes perjudicó. Es ya común ver a un jugador inventar ser víctima de una acción aparentemente violenta especialmente si la jugada fue cerca o en el área de penal. Cuando un defensa entra decididamente a despojar del balón a un contrincante, quitándole el esférico (aunque su pierna pueda derribar en la acción al contrario) es ante nuestros ojos un foul si nuestro delantero cae por el choque y su esfuerzo no culmina en gol, y no es foul si el defensor eficazmente salva de una posibilidad de gol a nuestro equipo. La ausencia del Perú en esta Copa del Mundo nos permite ser imparciales (si queremos) cuando vemos una decisión arbitral. Podemos ser testigos de los reclamos de los aficionados en las tribunas o podemos escuchar o leer a los comentaristas deportivos de un determinado país quejándose de una decisión arbitral en su contra pese a que nosotros (peruanos) vemos todo lo contrario.
La pasión por obtener la Copa del Mundo es tan grande que los aficionados de un país podrían aceptar que su equipo ganara un partido e incluso la final del campeonato con una evidente posición adelantada o quizás por un tiro con pelota parada después de un claro error arbitral. Y si alguien nos reclamara por ganar injustamente nosotros defenderíamos a nuestro equipo aludiendo que el árbitro dejó de cobrar muchas otras faltas o cualquier otra excusa que valide nuestro triunfo injusto.
¿Pero, no es acaso el fútbol una recreación de la vida real? Así como el arte interpreta el sentir, en el caso del deporte rey, el fútbol extrae de cada uno de nosotros las emociones más primitivas, esas emociones que algunos creen haber superado, pero que reviven en cada acción de juego que pudiera ir en contra de nuestro equipo en su camino al triunfo. Retrocedemos a esa época en la que nuestro punto de vista (especialmente si es compartida por muchos) es absoluto, sin importar el resto. Regresamos a esa etapa que en nuestras vidas se llama adolescencia, y que en países como el nuestro se reflejan en una aún democracia inmadura.
¿Pero acaso nos estamos quejando de este retroceso emocional? No. El fútbol, así como cualquier otro deporte que es jugado o visto con pasión hace renacer esos sentimientos que, como humanos, intentamos perfeccionar para que cualquier decisión nuestra, sobretodo en casos ajenos al deporte, sean resueltas de la mejor y más justa manera. Pero son emociones que quizás jamás dominamos porque, después de todo, somos humanos. Disculpas, mil disculpas nuevamente.
*Comunicador Social, Universidad de Lima.