< Detras de la cortina

Tania Rojas, la rescatista de gatos

La rescatista con uno de sus engreídos. Foto: /somosperiodismo.com/

Dueña de un albergue a tiempo completo, Tania Rojas (24) es una rescatista de animales que dedica su vida a dar segundas oportunidades a gatos en situaciones precarias. Mientras la mayoría de su tiempo lo invierte en cuidar a sus felinos e ir a sus clases de Diseño Gráfico, aprovecha sus pocos tiempos libres para crear contenido en redes sociales que invite a las personas a apoyar económicamente su labor. En My name is Lilo hay 32 gatitos que están bajo su tutela y que participan de videos o fotos cuando requieren de alguna donación.

Es un día soleado en el Rímac, pero se siente el viento aquí dentro. Estamos subiendo las escaleras en dirección al último piso de la casa, donde se ubica el albergue. Tania, con las mejillas coloradas por el recorrido que dimos, se detiene al llegar al tercer piso. Está su cuarto y tiene dos gatitos neonatos. “¿Quieres verlos?”, me pregunta. Acepto y entramos. Se encontraban en una incubadora con una luz tenue que daba calor a sus cuerpecitos. Maullaban fuertemente y arañaban la barrera de vidrio mientras nos veían. “La incubadora la traje de Estados Unidos. Es para cuidar de los gatos más bebitos”, indica. No es ninguna sorpresa. Es rescatista y apunta a darle calidad de vida a sus 32 gatos.

Orange, Panqueque, Waffle y Barba Negra son los nombres de algunos de los gatos, o como Tania les dice ‘hijos’, que ella atiende en su albergue. En este se encuentran desde gatitos huérfanos que crecieron junto con ella a falta de su madre hasta gatos adultos que fueron abandonados y estaban enfermos. Cada uno con una historia diferente, pero para quienes se busca el mismo destino: una familia que los quiera. Ese es el gran anhelo de Tania, que ellos logren su final feliz, aunque no siempre sea posible.

@tania_rojash

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Desde su infancia, habiendo crecido en la chacra de su abuela, Tania cultivó allí su amor por los animales. Rodeada de pollos, pájaros y ovejas, descubrió cuál era su meta de vida a corta edad: ser veterinaria y ayudar a los animales. Sin embargo, años después, al momento de decidir por una carrera, se dio cuenta de que su sensibilidad no se lo permitiría. “No me gustaba ver cómo los inyectaban o pasaban por tratamientos… Por más que quería, sabía que no podía”, expresa.

Entristecida por esta situación, Tania desistió, aunque este quiebre vocacional no sería obstáculo para que logre lo que siempre soñó: auxiliar a estos pequeños seres. Lo ha venido haciendo desde hace cinco años y todo gracias a Lilo, su gata compañera y el primer rescate de los muchos que vendrían en adelante. Ella la inspiró a seguir salvando vidas, aun cuando la creación de un albergue no estaba en sus planes. “Yo la encontré un día que le estaba dando agua y comida a un perrito abandonado. Ella estaba parada frente a mí. La miro, me ve y le pregunto a mi abuelita ‘¿La puedo dejar pasar?’. Ella me dice ‘Ya, ya, ya, déjala entrar’. Mi abuela nunca me había dicho eso antes”, rememora.

Ese fue solo el inicio de todo lo que se vendría para Tania. Como por obra del destino, se le comenzaron a aparecer cajas de gatitos o gatos heridos en plena calle. Ella, incapaz de ser indiferente, decidía acogerlos y brindarles un lugar de descanso. También aplicaba los conocimientos que había adquirido cuando rescató a Lilo: Los llevaba a vacunar, desparasitar y esterilizar. No obstante, para la mayoría de casos, el trabajo no acababa ahí. Había gatitos que requerían de mayor ayuda, y por lo tanto, mayores gastos.

“Para cubrir todo, a veces tenía que vender mis cosas o pedirle prestado a mi mamá. Incluso, a veces, no me quedaba nada para mí misma, ni siquiera para comer”, comenta Tania mientras está sentada sobre una casa en forma de televisor acariciando a Oreo, otro de los gatos rescatados del albergue, quien la observa desde su regazo.

Al verla en esta situación, su familia no se mostraba cómoda con lo que hacía. No entendían por qué recogía gatos de la calle si no ganaba nada a cambio. En ese momento, no la comprendían, pero Tania no solo rescataba animales, también se rescataba a sí misma. Ella estaba pasando por una depresión y los únicos que lograban que saliera de ese episodio eran Lilo y sus demás gatos: “Me sanaba internamente…En vez de enfocarme en mi tristeza, me concentraba en cómo cuidarlos, cómo hacer que estén bien, en qué debía comprarles, aun cuando yo no tenía plata”.

Este deseo por ayudar a sus animales sumado a la constante falta de dinero la llevaron a recurrir por primera vez a las redes sociales. Con un poco de desconfianza, comenzó a publicar fotos de sus gatos en Facebook y a solicitar apoyo económico. Para su sorpresa, la ayuda sí llegó, pero con ello también la curiosidad de los donantes por saber más de los gatos que estaban bajo su cuidado. “La gente que ayudaba quería saber más de ellos, así que yo les decía ‘Bueno, puedes seguirme al instagram de mi gatita, @mynameisliloo, y ver toda su evolución’. Ahí es donde comienzo a ganar seguidores”.

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@tania_rojash

No perdemos las esperanzas, seguimos luchando ???? , IG: mynameisliloo ? #cats #catslovers #catsoftiktok #foryou #peru

Este reconocimiento, que hasta el 2019 iba en aumento, no solo quedó en Instagram (141k seguidores). En el 2020, a raíz de la pandemia, la popularidad de lo que Tania empezó a considerar formalmente un albergue también despegó por TikTok (735k seguidores). Su deseo por querer ayudar a Thor, un gatito que requería de atención médica urgente, fue lo que la llevó a publicar su primer video en la plataforma, sin imaginarse que esto sería el comienzo de una gran cantidad de donaciones –y horas editando tiktoks–. “Estábamos en cero, así que hice un video de su rescate, su situación y cuánto necesitaba para su operación. Lo subí y, de un momento a otro, se volvió viral”, recuerda.

Las donaciones obtenidas mediante esta red social y otras más no solo le permitieron ayudar a sus propios gatos, sino a otros albergues más pequeños y a personas de escasos recursos que buscaban alimentar a sus mascotas o animales hambrientos y sedientos de la calle, actos que se convirtieron en motivo de orgullo para su familia. “En la pandemia es cuando comenzaron a apoyarme. Al empezar a movernos de manera más grande, mis vecinos le decían a mis tíos o primos ‘¡Ay! Tu sobrina ha hecho esto o lo otro’. Era algo que les gustaba”.

Si bien, hasta la actualidad, la popularidad del albergue, junto con la creación de pequeños emprendimientos y rifas por parte de Tania, ha permitido que ella continúe brindando calidad de vida a sus rescatados, su labor continúa siendo ardua. Además de cuidar de su albergue, mantenerse activa en TikTok e Instagram, llevar a sus gatitos al veterinario y editar videos, Tania estudia Diseño Gráfico y lleva una vida personal atareada. “Es un trabajo muy matado”, dice con tono exhausto. “La persona que lo haga debe hacerlo por amor”, agrega.

Tania también lidia con la carga emocional que implica dedicarse a este trabajo. Rescate tras rescate, ella enfrenta la cruda realidad del maltrato animal y la indiferencia humana y, aun así, nada la prepara emocionalmente para enfrentar otro caso más: “A mí me ha tocado amanecer llorando o desahogándome con un amigo porque a veces uno se frustra y se culpa… Se tiene que ser mentalmente fuerte para afrontar todo lo que hay”.

Pese a la dificultad de esta labor, ella se mantiene fuerte por los gatitos que todavía están bajo su cuidado y por la cantidad de casos que ha logrado sacar adelante, como el de Copito, un pequeño que llegó con solo un ojo a sus manos, pero que es cuidado por una familia que lo ama tal como es. Casos como este y el amor indescriptible que siente Tania por cada uno de sus gatos conservan viva la esperanza en el albergue My Name is Lilo, donde 32 corazones felinos laten al unísono de uno humano. “Si ellos están bien, yo estoy bien, y si yo estoy bien, ellos van a estar bien”, asegURÓ.

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