Fiestas: ¿Licencia para molestar?
No tenemos nada contra las fiestas. Todos, alguna vez, hemos asistido a una. El problema estriba cuando una celebración se vuelve un problema para los demás.
Eso es lo que viene ocurriendo en la ciudad, y eso es lo que sucede constantemente también en distritos residenciales, como San Borja. Aunque más que eso, lo que aterra e indigna es la incapacidad de las autoridades de solucionar un problema, estando de por medio ordenanzas municipales y campañas regulares sobre la llamada contaminación sonora.
El hecho ocurrió hace unos días. Como era sábado, a algún vecino se le ocurrió organizar una celebración. Celebración que empezó a las 9:00 p.m. Nosotros escuchamos la bulla, pero pensamos que bajarían el volumen, o que alguien- alguna autoridad- obligaría a hacerlo. Craso error.
Para las 10:30 el ruido era infernal. La orquesta comenzó con un la insufrible melodía de "Una copa de champán". Con una botella encima quizás no lo habríamos escuchado, pero ni tapándonos los oídos podíamos dormir. Y entonces decidimos hacer algo que no queríamos: llamar al serenazgo. La casilla de voz nos respondía que “ese número no existe”.
Recién al tercer intento pudimos comunicarnos. La persona que nos atendió nos respondió que “enviarían alguien ahí”. Pasó poco más de una hora y todo seguía igual. Volvimos a llamar, nos contestó una señorita, y nos dijo que de repente era en el Jockey Plaza. Nosotros replicamos que esas fiestas por lo general las hace el Jockey Club. Se había equivocado de Jockey. En todo caso, si era en Surco, es la alcaldía de San Borja la que debería quejarse y reclamarle al otro municipio. También nos habían dicho que ésa era una tarea de la policía municipal.
Después de esto, y mientras intentábamos dormir, escuchamos a la vocalista de la orquesta gritar: ¡ahora saludemos al cumpleañero!, con lo cual el argumento de la señorita quedó desbaratado.
En suma, recibimos muchas excusas, palabras que demostraban la ineficiencia del estado -representado por el municipio- ante un problema tan simple, que se solucionaba con un vehículo, un agente, un medidor de decibeles y la aplicación de la ley, producto de la voluntad política. Y no era la primera vez.
Meses antes -para variar- ante otro reclamo nuestro, los serenos pusieron en orden una fiesta bullanguera. Y el anfitrión tuvo que bajar el volumen, bajo pena de multa, porque, como decimos, hay ordenanzas al respecto.
Si eso se había hecho antes. ¿Por qué no hacerlo ahora? ¿Por qué la indolencia?
La bulla se terminó a las 2:00 a.m. No sabemos si por la presencia de alguna autoridad o porque se acabó la fiesta.
Para quienes piensan que somos aguafiestas, se equivocan. No lo somos. Y habría que agregar que el subdesarrollo es político y cultural, más que económico. Por más que una sociedad sea próspera, no mejorará mucho si no mejoran sus costumbres y su cultura.
El periodista argentino Andrés Oppenheimer mencionó en su libro Cuentos Chinos que llegó tarde a una entrevista con un funcionario irlandés y que éste le replicó: “Don’t worry, irish time” (No se preocupe, hora irlandesa). Parece que para algunos irlandeses como para muchos peruanos, la puntualidad no es una virtud.
Todo ciudadano tiene derecho a divertirse. Eso no está en discusión. Si uno realiza alguna fiesta, y el ambiente donde la va realizar no tiene aislamiento acústico, lo menos que debe hacer es tratar de no perturbar al vecindario.
Para terminar, nos gustaría que el alcalde y su cuerpo edilicio, se pronunciaran sobre el tema, más allá de paneles y publicaciones a todo color, y haga cumplir la ley.
¡Después se preguntan porque uno no cree en el sistema ¡