Una nota que no vale la pena leerse
Existe una vasta selección de libros sobre estudios sociológicos, antropológicos y políticos que mediante la descripción y análisis intentan encontrar las razones de nuestra disparidad social. Una respetable cantidad de ejemplares de la primera (y en la mayoría de los casos, única…) edición de estos libros están presentes en las librerías comerciales de los pocos distritos que cuentan con estos establecimientos en la capital.
Pocos de estos estudios (libros) se atreven a presentar propuestas, y menos aún soluciones. Proponer soluciones sería para quienes escribieron esos libros, creo yo, caer en ese paternalismo que detestarían aplicar a la población (incluyendo ese enorme grupo de la población que no puede traspasar las fronteras de su submundo). ¿Por qué? Porque no tendría (este enorme grupo) la oportunidad de opinar y por ende cuestionar esos análisis impresos en los libros.
A despecho diré, porque debo advertirles que esta nota está siendo escrita con el hígado y no con la razón (¿se puede hacer eso?), que pareciera que estas personas escriben sólo para ellos. Temas aparecidos en libros que no se discuten más allá de esa tertulia entre los mismos escritores y sus amigos en algún bar de Barranco.
Esas tertulias que se prolongan horas en donde se dan todas las opciones que no fueron escritas y mucho menos propuestas a ese enorme grupo de la población que quizás nunca leerán esos libros. Soluciones que serán olvidadas por completo hasta la nueva tertulia o cuando empiece ese siguiente libro que alguna entidad cultural patrocinará para poder decir que ha contribuido en difundir (¿dije difundir?) propuestas para el mejor entendimiento de nuestro país. Toda una elaborada investigación que no pasará a la práctica, si es que propuso alternativas porque ¿no hay un interés comprometido en mejorar el país?
Apenas existe el interés de seguir fascinados -y frustrados- ante un universo antropológicamente tan complejo que servirá de inspiración para más estudios que seguirán llenando las bibliotecas particulares de tan pocos.
Para empezar, cuando uno acude a las escasas bibliotecas públicas se percata de la enorme ausencia de libros que a diario se editan en un país en donde la piratería editorial abunda y en donde todos los libros de investigación parecieran condenados a formar parte del decorado de una acomodada casa como quien exhibe una fina porcelana, nada más que con el agregado del prestigio que dan.
Sé que estoy siendo injusto con este discurso porque es la frustración que siento después de haber revisado sólo algunos de esos libros. Pero es lo que siento en este momento y necesitaba escribirlo para luego pasar a abrir más mis ojos y ver cuán equivocado he estado en escribir esto.
Soy consciente de que es el optimismo la mejor manera de enfrentar la adversidad, pero cuando a esta no se le da la gana de aparecer en el día a día que se vive en esta ciudad (injusta, prejuiciosa, insegura, pero fascinante, pucha lo dije ¡diablos!)…
Y si me sigo quejando -horrible debilidad- debo hacerlo también con ese grupo enorme que ante tanta adversidad no pierde su tiempo en debatir sobre lo que es la realidad del país, sino que en la reuniones sociales que tienen sólo se preocupan en pasar un buen rato, en chismear, en contar las anécdotas más chistosas, en agarrar a alguien de punto (pobre del que no tenga correa, ¿pero qué pasa si ese alguien tiene carácter débil? Vamos a estar martirizándolo, bajándole la autoestima, no olvidemos eso), a frivolizar, a bailar, a beber, y ¿por qué? Porque ellos están ocupados en buscar en su diario vivir cambiar al país empezando, y lamentablemente también terminándolo en muchos casos, en ellos mismos y su familia inmediata. Ingeniándose para trabajar en cualquier cosa que permita a los suyos vivir mejor. Sobrevivir para muchos de ellos.
¿Cuándo seremos esa aburrida sociedad que se inclina más a la homogeneidad? ¿Aspiramos a eso, en silencio, verdad? ¿Cuándo perteneceremos a ese primer mundo de oportunidades, de no violencia y de leyes que buscan honestamente ser justas? ¡Qué lento avanzamos ! Yo ya me cansé de esperar, ¿y ustedes? Hay que tomar la correcta actitud, señores.
*Comunicador Social, Universidad de Lima.