La “Caja Boba” es el título (¿es en realidad “apelativo” la palabra correcta?, aunque “apodo” nos parece más meritorio) que la televisión se ha ganado con el paso del tiempo. Uno de los tres más importantes inventos de las comunicaciones durante el siglo pasado,después de Internet y el satélite, aunque la televisión llegó a ser el más importante cuando apareció, ha pasado a convertirse en un medio masivo casi exclusivamente de entretenimiento. En un país en donde la educación es un lujo inalcanzable para muchos, el inmenso y gratuito alcance de la televisión es desaprovechado por los responsables de este medio quienes se olvidan de la amplia posibilidad democratizadora de este invento. Se prefiere favorecer (esto no tiene nada de malo), pero prácticamente de manera exclusiva (esto sí es malo), a los intereses económicos de quienes son los dueños de la señal, de los programas y de los productos que se publicitan.
Es cierto que la televisión es un negocio y por ende debe tener como primera prioridad recuperar su inversión para luego obtener una ganancia. Creo que nadie puede discutir este derecho (salvo un pensamiento nacionalista mal enfocado), pero creo que como medio masivo de difusión tiene responsabilidades sociales -que también tenemos nosotros los televidentes- quienes “sugerimos” con nuestros gustos lo que se va a difundir. Esta demás decir -porque es obvio- que se debe producir, promover y dar más tiempo a programas educativos, culturales que nos unan como nación. Estos programas sí que son necesarios, a diferencia de las abundantes y horrendas noticias criminales o policiales, que son mostradas de manera detalladamente ofensivas.
También ese deplorable afán de hacer pelear a las personas públicas con acusaciones que no son corroboradas y que forman en el televidente una imagen negativa de alguien que después de una seria investigación puede resultar ser inocente de las acusaciones que por semanas los noticieros mantuvieron en el aire para ganar audiencia. Lo primero, la difusión de programas culturales puede ser legalmente arreglada: ordenar a los canales de televisión, mediante una resolución abiertamente aprobada, que difundan una cantidad específica de horas de programas educativos, indicándoles los días y horas exactas para difundir esos programas, para que de esta manera la competencia no pueda aprovecharse de un diferente horario haciendo competir un programa soso pero atractivo frente a uno rico en enseñanzas.
Si a todos se les ordena mediante una ley (pedir que todos se pongan de acuerdo de manera voluntaria sería tener que esperar mucho) a difundir su programación cultural en un mismo horario habría una sana competencia, incluso, por hacer mejores programas. Sobre lo segundo, las gratuitas difamaciones sin bases son algo que difícilmente podría ser legalizado y mucho menos ser medido por su subjetividad, pero en casos como estos es en donde recae la responsabilidad social y moral de los canales de televisión para con sus conciudadanos. Veamos no más lo que pasa en el Cuzco en este momento de crisis, cuando inescrupulosos comerciantes venden los alimentos y el agua a precios muy por encima de lo que suelen cobrar aprovechándose de las necesidades de la gente varada por las inundaciones.
¿Acaso tenemos que pedir al gobierno que además de todo el trabajo que tiene en solucionar el problema tenga que estar controlando a estos comerciantes inmorales? Parece que sí, ¿Cuándo podremos poner en práctica esa moral que es enseñada en las escuelas y en el hogar? También el prejuicio de las compañías publicitarias que insisten en colocar modelos que no representan a la mayoría en comerciales de productos masivos. Se puede entender que en un comercial de una ropa de marca aparezcan modelos de raza caucásica porque las personas más pudientes del país son casi siempre de raza caucásica, pero personas de esa raza ¿en un comercial de productos de limpieza que pueden ser adquiridos por casi todos? No existe una representatividad correcta en la televisión. La mitad de las personas que aparecen frente a cámara pertenecen a una etnia que en realidad es sólo el 10% de la población. Existen muchos mundos diferentes en nuestro país no solo por las diferencias culturales, sino también, y más aún, por el abismo económico y la exclusión social. Además de ciertas pautas de conducta que deberían legalizarse siempre van a existir acontecimientos que quedarán a merced de la decisión del canal en ser difundida.
Esta decisión debe evaluar - repito- las consecuencias morales y éticas para que una información o un programa de televisión sea difundido o no. La libertad de expresión no quiere decir que existe “carta blanca” para difundir todo. El saber que millones de personas, y de todas las edades, accedan a lo difundido por la televisión es un compromiso, y por lo tanto, creemos, que no toda información debería difundirse (más aún cuando sabemos que debido a Internet y al cable toda información o programa televisivo puede ser visto por el mundo entero). ¿Qué dicen de los desafortunados comentarios vistos a través de un video del ex Comandante General de las Fuerzas Armadas ahora en retiro General Edwin Donayre con respecto a nuestro vecino del sur? Debido a que estamos tratando el tema televisivo no comentaremos la responsabilidad del parlamentario que divulgó la información, pero sí de los canales de televisión que difundieron el video. Cuando una periodista de un canal fue preguntada porque decidió difundir un video que podía perjudicar al país, ella alegó que lo hicieron porque sabían que otro canal lo haría de todas maneras y no querían quedarse relegados.
Mientras privilegiemos nuestros intereses personales al de nuestro país es nada (ojo, no he dicho poco) lo que podremos hacer por reclamar una mejor sociedad. Parece que no hacemos esfuerzos suficientes para merecerlo.
(1)(Esta nota se refiere únicamente a la televisión que se difunde en el Perú y por señal abierta)
*Comunicador Social, Universidad de Lima.