Detras de la cortina

El rostro de una nación

Desde siempre, mejor dicho, desde que los españoles rompieron el curso de la vida de nuestros antepasados hemos soñado con encontrar esa identidad nacional que la codicia de Pizarro y sus hombres borraron de nuestras tierras. Desde entonces, 600 años ya, hemos intentado encontrar esa identidad que nos una como nación. No podemos recuperar la identidad de ese entonces (y que llevó al Imperio Inca a ser lo que fue), porque con el mestizaje necesitamos una nueva identidad. Una identidad que ahora, años después de la migración del interior a la capital, parece estar asomándose. Una identidad que por prejuicios, egoísmos y también por miedo a comprenderla y aceptarla, nos estamos demorando en reconocer, y peor aún en aceptar.

Pero, ¿no deberíamos ser cautos en nuestro pensamiento? Después de todo, todavía vivimos en un país con muchos ejemplos de injusticia, de prejuicios y de un desinterés por todo lo que esté más allá de nuestras cuatro paredes. ¿Acaso esta realidad no nos advierte que esa identidad que quiero ver de nación, ese compromiso de anteponer al país por encima de nuestros intereses, está todavía lejos? ¿Acaso no nos estamos dejando llevar por un deseo subjetivo? Queremos pensar que no. Podríamos decir que acaso todos nuestros logros han empezado siempre con un entusiasmo subjetivo? Creemos que la pluralidad de la gastronomía nacional, la cada vez mayor aceptación de la cumbia, pero mejor aún, la aparición de Magaly Solier, y esa imagen que poco a poco está representando, nos está permitiendo vernos en ese espejo que por inseguridad rehuimos por tanto tiempo, pero que ahora sí, nos anima a empinarnos un poco más para poder divisar ese horizonte que se nos asoma saludándonos.
Alguna vez leímos, no sé dónde, que el éxito del cine americano empezó cuando los creadores de las películas se dieron cuenta que los espectadores se identificaban más cuando le ocurría algo a un solo personaje más que cuando le sucedía algo a un grupo de personajes. La comedia, junto al western, fue el primer género masivo hollywoodense. Los Keystone Cops (aparecieron en películas entre 1912 y 1917), un grupo grande de policías que corrían todos subidos en un carro largo que zigzagueaba velozmente mientras que veíamos a los policías sujetarse con las justas para no caerse eran los gags que primero cautivaron al público.
De esta manera, poco después de los Keystone Cops apareció el Star System que llevó a la fama a figuras individuales como Charles Chaplin en la comedia y a Tom Mix en el western. Pero el cine no es sólo un medio de entretenimiento sino también un espejo de la realidad, y así estos pioneros del cine lo entendieron. El hombre común que con sus cualidades y debilidades trata de salir adelante fue bosquejado en esa misma época muda de Chaplin en actores como Richard Barthelmess (“Tol’able David” – 1921), pero recién unos quince años después estos personajes aparecieron ya moldeados y formados con tanta eficacia que no sólo los americanos, sino todos los que vimos alguna vez cine de esa época los cobijamos. Son las imágenes de James Stewart (“Caballero Sin Espada” – 1939), Gary Cooper (“El Secreto De Vivir” – 1936) y Henry Fonda (“El Joven Sr. Lincoln” – 1939) las que mostraron esas cualidades con los que asociamos desde entonces a la sólida nación norteamericana.
Podrán algunos quejarse de ciertas idiosincrasias y políticas externas del gran país del norte, pero son estas imágenes cinematográficas, quizás más idealistas que reales, las que hoy en día nos hacen relacionar a EE.UU. con un país en donde sí se cumplen las leyes, en donde el esfuerzo sí tiene recompensa y en donde toda acción gubernamental está decididamente más orientado al beneficio de sus ciudadanos que a la de sus partidarios. También es cierto que éstas no son ilusiones creadas exclusivamente por el cine (y luego por la televisión), sino que son, en un gran porcentaje, características de su realidad que el cine la apoyó con una recreación más atractiva. Para llegar a ello debemos todavía reconocer y formar nuestra identidad.
Nos gusta como periodistas, bloggers e internautas escriben artículos y pensamientos sobre Magaly no sólo informándonos sobre ella, sino confesándonos (sin ese recelo que años atrás nos daba cuando afirmábamos nuestro gusto por algo netamente peruano), a través de ella, que aman al Perú. No existe en nuestro país actualmente una figura pública -Gastón Acurio suele ser más identificado, injustamente creemos, con la clase privilegiada- que saque a relucir ese amor puro. Y no nos referimos a ese amor de contrastes que racionalmente sentimos por el Perú, país del que decimos cosas bellas, pero del que también nos quejamos constantemente y muchas veces, y lamentablemente, con razón. Magaly Solier es ese Perú con el que todos soñamos, ese Perú que está aquí, en cada uno de nosotros, pero que no nos atrevemos a sacar a plenitud, porque aún no le damos nuestra entera confianza.
Magaly puede ser ese ideal que podríamos ver cristalizarse en los siguientes años (si nuestros gobernantes y nosotros trabajamos desinteresadamente por el país), y que los hijos de nuestros nietos recordarán cuando ya estén en esa etapa superior en la que se podrán definir, más que como peruanos, como seres humanos habitantes de un planeta llamado Tierra que no tendrá frontera alguna. 

* Comunicador Social, Universidad de Lima.