Solo para románticos
El adjetivo romántico, en el argot profano, desde que tengo uso de razón (y sabe Dios cuánto tiempo atrás) ha sido víctima de un envilecimiento tanto luctuoso como ampliamente arraigado. De modo que su verdadero significado, de connotaciones variadas, excelsas y sublimes, fue reemplazado por una versión distorsionada y simplificada a su mínima expresión. Así pues, el vulgo adjetiva con romántico a la película, persona o situación atiborrada de frases (hechas) de amor, demostraciones elocuentes de cariño y regalos o sorpresas que rozan con lo grandilocuente. La cursilería se encuentra dos escalones arriba y por debajo situaciones tibias, personas desapasionadas y películas faltas de esencia.
¿Qué quiere expresar sino el término en cuestión? Nada más (y nada menos) que relación con el Romanticismo. Lo señala así la etimología y la Academia en sus tres primeras acepciones. La cuarta -y última- reza: “sentimental, generoso y soñador”; pero esta va implicada en las tres anteriores. Hace falta, entonces, dilucidar qué es el Romanticismo para tener una comprensión cabal del halo romántico.
El Romanticismo es un movimiento artístico y cultural que surgió a fines del siglo XVIII en Alemania y Reino Unido, como reacción a la Ilustración, que después se diseminó por Europa y el mundo entero. Dentro de él se rechazó el valor atribuido, durante el Siglo de las Luces, a la razón y al intelecto y se hizo hincapié en las experiencias subjetivas. Su carácter revolucionario remite a una ruptura con los valores culturales y sociales en nombre de una libertad absoluta. A la sazón, se encontró una libertad tal en las formas del arte, preludio del surrealismo, que el contenido dejó de estar subordinado a las formas.
Entre sus principales características, también destacan la exaltación de la naturaleza (capaz de transmitir sentimientos humanos), la intensidad de las emociones, el nacionalismo (como el Romanticismo es una manera de concebir y afrontar la vida, se presenta en cada país asimilando sus particularidades). Asimismo, la mirada idealista, la actitud soñadora, el deslumbre constante, lo extravagante; guiados por una variación de escenarios, que trajo al ojo público lo que antes había quedado relegado a los márgenes de la conciencia: lo fúnebre, lo cabalístico, la noche, la desdicha. Quizá por ello los héroes románticos gozaban de una alta dosis de rebeldía: el pirata, el Don Juan, Prometeo, etcétera.
Por su parte, el amor romántico, que no representaba siquiera el eje central de la corriente, se distinguió por ser un amor autodestructivo, extremadamente idealista, con una obsesión cuasi patológica por lo imposible y un coqueteo intermitente con la muerte; en un desesperado intento por superar su propia finitud. Es así que surge el tópico de “la muerte de amor es vida y la vida sin amor es muerte”.
Dicho lo anterior, se puede concluir a grandes rasgos que el Romanticismo germinó a manera de crítica y oposición del racionalismo y reivindicó espíritu frente intelecto, sentimiento frente razón, espontaneidad frente rigidez. Ensalzó el nacionalismo en desmedro del cosmopolitismo, lo exótico en lugar de lo familiar, la obra abierta contra la obra cerrada. También fue partidario de la creatividad antes que la emulación y la creación del propio universo en vez de la aceptación del universalismo de la razón.
Entre sus más insignes representantes tenemos, en poesía a Novalis y Lord Byron (es justo mencionar que aquí el metro y la rima perdieron autoridad y relevancia); en narrativa, Víctor Hugo, Wolfgang von Goethe y Allan Poe; en teatro (donde se rechazó las tres unidades aristotélicas: acción, tiempo y lugar), Friderich von Schiller; en pintura, Delacroix, William Turner y Goya; y en la música, Beethoven. Al Perú el movimiento llegó con unos sesenta años de retraso y se matizó al pugnar a favor de la libertad de expresión y por un desligue cultural de lo español. Su máximo exponente fue Ricardo Palma, cuya obra condensa en las Tradiciones peruanas.
Con que, puestos los puntos sobre las íes, me considero un ser altamente romántico, ¿y tú?
*Carlos Miranda estudia Psicología en la Universidad de Lima y es editor del blog www.divergencia-carlitox.blogspot.com