< Detras de la cortina

León Trotsky y la historia que pudo ser

El historiador peruano y profesor de la Universidad de Lima, Gabriel García Higueras, publicó en 2005 un libro titulado Trotsky en el espejo de la historia. En él se encuentran reunidos un conjunto de ensayos que abordan la Revolución de Octubre y la historia de la sociedad soviética desmitificando las distorsiones, surgidas durante el estalinismo y después de él, sobre el papel histórico desempeñado por el organizador del Ejército Rojo. Gracias a su gentileza pude conversar extensamente con él sobre su trabajo y el resultado fue la siguiente entrevista. 
 
Gabriel, te has definido como un “trotskólogo, no trotskista”. ¿Se puede apreciar de manera clara la línea que divide una categoría de la otra? Y, ¿cuáles son los puntos de intersección más comunes entre ambas? 
 
Los usuarios del término trotskología fueron los historiadores soviéticos; ellos lo acuñaron. Con este concepto se designa el área de estudio sobre la vida y la obra de Trotsky. Cuando en los años setenta los soviéticos lo empleaban era para impugnar los trabajos de los “trotskólogos” occidentales. En la segunda mitad de los ochenta, durante la perestroika, hubo el florecimiento de la trotskología soviética desde aproximaciones diferentes en comparación con la visión tradicional. 
 
Teóricamente, existe una clara línea divisoria entre el abordamiento académico y el político-propagandístico en relación con Trotsky. Si ha de tratarse de un trabajo académico se estudiará su itinerario vital y sus ideas en relación con su tiempo histórico. Si nos referimos a una obra de propaganda, ésta puede dar las razones por las que la perspectiva revolucionaria de Trotsky era válida y abogará por la actualidad de su programa o, por el contrario, se pretenderá su invalidación. 
 
No obstante, tratándose de una personalidad histórica que ha concitado -hasta hoy- tanta controversia, suele ocurrir que los límites entre lo académico y lo político aparecen difusos. Me refiero a que puedes encontrar estudios académicos solventes sobre Trotsky escritos por militantes y teóricos del trotskismo; pienso, por ejemplo, en la calidad intelectual de los trabajos de Ernest Mandel. En sentido contrario, hay obras académicas que, lejos de ser neutrales, contienen juicios y comentarios tendenciosos. Y van más allá: pretenden desacreditar al personaje con un evidente objetivo político. Esto lo puedes ver claramente en la biografía de Trotsky escrita por el historiador Robert Service, publicada en 2009. 
 
Ello ocurre porque, a diferencia de otros personajes de su época, en el caso de Trotsky existen partidos que propugnan su ideario político; ahora lo hacen con mayor intensidad dada la situación actual de crisis capitalista global. La vigencia del legado político de Trotsky sigue en debate desde posiciones políticas antagónicas.
 
En el exordio de tu libro, comentas que tuviste la oportunidad de conocer a Ismael Frías (quien había militado en las filas del trotskismo peruano y posteriormente trabajado al lado de la segunda esposa de Trotsky). ¿Qué información inédita te transmitió? Y en general, ¿cómo describirías aquella significativa experiencia? 
 
Conocí a Ismael Frías en 1989. En esa época, él dirigía el semanario político Equis. Yo estaba informado que había sido secretario de Natalia Sedova, la viuda de Trotsky. De manera que tenía un especial interés en conocerlo y entrevistarlo. Recuerdo que la entrevista no me la concedió de inmediato. Tuve que escribirle y exponerle que mi interés obedecía a un estudio que venía haciendo sobre Trotsky; sólo entonces accedió a recibirme en su pequeño departamento en el distrito de Lince. 
 
En su juventud, debido a su participación en una gran huelga estudiantil contra la dictadura de Odría, fue deportado a México en 1953. Es allí donde, a través de un amigo trotskista, conoce a Natalia Sedova, y gracias a su conocimiento del francés, ella le propone que fuera su secretario y lo invita a vivir en su casa. Él aceptó la invitación de inmediato y vivió junto a Natalia Sedova durante tres años. 
 
De regreso en el Perú, Frías fue miembro del Partido Obrero Revolucionario Trotskista. Años después, se alejaría del trotskismo. Él colaboró en el gobierno del general Velasco y fue director del diario Última Hora. Durante la “segunda fase” del gobierno militar, fundó y dirigió Equis, en cuyas páginas defendió el regreso a la democracia. Cuando lo conocí, se definía como socialdemócrata. La primera vez que conversamos fue en mayo de 1989 y esa sería la primera de muchas conversaciones. 
 
Volviendo a tu pregunta, Ismael me aportó un valioso testimonio personal sobre Natalia Sedova. Me relató que el día que la conoció, ella le preguntó con interés por la situación política de los países sudamericanos. Conocía de América Latina a través de los exiliados de diversas nacionalidades que habían visitado a su esposo en México. Por ejemplo, se interesó en conocer la naturaleza del peronismo y le hizo preguntas sobre la situación en Bolivia.
 
En su experiencia como secretario, él la ayudaba con su correspondencia, pero sobre todo la acompañaba. Ismael pasaba la mayor parte del tiempo en esa casa (donde Trotsky vivió sus últimos días), aprovechando su gran biblioteca. 
 
Además de lo dicho, Ismael fue uno de mis primeros interlocutores en el tema de Trotsky y me aportó nuevos conocimientos sobre el trotskismo. Debo recordar que era un hombre de admirable cultura. Leía sobre todo en francés y tenía una memoria fotográfica. Era un hombre afable y gran conversador, y solía apasionarse cuando hablaba de política. 
 
Algo que me dijo en nuestra primera conversación fue que a él le parecía estéril y hasta peligroso, especialmente para la juventud, creer que en el culto a las ideas de un hombre como Trotsky podía encontrarse una guía para la acción política. 
 
La última vez que conversamos fue en 1992. Después de algunos años, supe que, a causa de la diabetes que padecía, había perdido la visión. Quise verlo, pero él ya no recibía visitas. En 1999 perdió la vida como consecuencia de un intento de suicidio. Se encontraba atravesando una profunda depresión, según informó la prensa. Me conmovió mucho saber de su triste final. Lo recuerdo con gratitud y admiración. 
 
La historia validó la teoría de Trotsky que preconizaba la interdependencia de la Revolución Rusa con los procesos revolucionarios mundiales, al demostrarse que no es posible la construcción del “socialismo en un solo país”. Sin embargo, ¿hubiese sido factible que se formara un bloque socialista sólido en términos socioeconómicos, que perdure hasta hoy en condición de superpotencia? 
 
Nunca sabremos qué hubiese sucedido si es que la clase trabajadora conquistaba el poder en los países europeos de capitalismo avanzado al término de la Primera Guerra Mundial. 
 
Debe recordarse que los bolcheviques partían de la siguiente premisa: la construcción del socialismo en Rusia no podía realizarse de manera aislada. Trotsky – el primero entre ellos – concebía que la revolución proletaria en Rusia podría triunfar antes que en otros países desarrollados, pero daba por sentado que cuando se estableciera el poder de los trabajadores en Europa, éstos apoyarían la causa socialista de Rusia, que, por su atraso y sus contradicciones sociales, enfrentaría graves problemas. Además, la supervivencia de la Revolución Rusa estaba en peligro, considerando que el país tenía de vecinos a Estados imperialistas.
 
Las expectativas de una revolución en Europa se vieron alentadas por las sacudidas revolucionarias en Alemania y en el centro de Europa, a fines de 1918. Pero éstas fracasaron con la única excepción de Hungría (la República Soviética Húngara tendría corta vida). 
 
Es probable que los países de Europa en donde hubiera arribado la clase obrera al poder prestaran apoyo material y técnico a Rusia. Ello habría permitido enfrentar en mejores condiciones las dificultades y penurias que postraron al país en los primeros años críticos del régimen de los soviets. Para conseguirlo era indispensable que el socialismo se hubiera constituido en un sistema socioeconómico basado en la división internacional del trabajo. Ya antes de la Primera Guerra Mundial, Trotsky había abogado por la consigna de los “Estados Unidos de Europa”, concebida como la unión económica de Europa sobre bases socialistas. 
 
¿De haber sido elegido Trotsky Secretario General del Partido en 1924, es posible que no se hubiese suscitado la Segunda Guerra Mundial? 
 
Con esta pregunta volvemos a “lo que pudo haber sucedido si…”, es decir, lo contrafáctico. Desde este terreno podríamos plantear que si Trotsky y la corriente política que dirigía hubieran conducido la política del Estado soviético, el curso ulterior de la historia mundial, pudo haber sido diferente. E indico esto por la siguiente razón: la Internacional Comunista se habría orientado estratégicamente por las resoluciones de sus cuatro primeros congresos. De modo que la táctica del “frente único”, propugnada por Lenin y Trotsky, se hubiera mantenido vigente. Esta táctica señalaba la alianza de los partidos comunistas y socialdemócratas por tratarse de organizaciones políticas de la clase obrera. 
 
El gran error conceptual de Stalin fue caracterizar la socialdemocracia como el “ala izquierda del fascismo”, de ahí su designación de “socialfascismo”. Dicha concepción se impuso a las secciones de la Internacional a partir de su VI Congreso, en 1928, prohibiendo cualquier alianza con los socialdemócratas. Tal fallo resultaría decisivo para explicar el por qué de la derrota de la clase obrera en Alemania a inicios de los años treinta. Los dirigentes del Partido Comunista Alemán siguieron las directivas de Moscú y no tendieron puentes con el Partido Socialdemócrata. 
 
La consecuencia de este error fue que los votos de la clase obrera se dispersaron, y en el proceso electoral de 1930 los nazis obtuvieron una votación masiva, en su mayoría proveniente de la clase media. Trotsky –desde el destierro– condenó tal política y advirtió del peligro que representaba el ascenso del fascismo para la clase obrera, pero su llamado fue ignorado. En las elecciones para la presidencia de Alemania en 1932, Hitler ocupó el segundo lugar en la votación y su partido obtuvo la mayoría en el Parlamento. 
 
Esta sería la antesala de la designación de Hitler para el cargo de Canciller de Alemania, en 1933. A partir de entonces y con el establecimiento de la dictadura de Hitler, el Partido Comunista Alemán sería perseguido y se controlaría al movimiento obrero en Alemania. La historia pudo haber sido muy diferente: si los comunistas y los socialdemócratas hubieran participado en un frente común de izquierdas, sus votos conjuntos habrían logrado una mayoría holgada que impidiera el ascenso de los nazis. En definitiva, de haberse evitado el triunfo del nacionalsocialismo se hubiera eliminado la amenaza de agresión militar alemana sobre Europa, que fue la causa principal de la Segunda Guerra Mundial. 
 
En la entrevista al militar e historiador Dmitri Volkogonov que salió en el diario español El Mundo el 30 de julio de 1990 y se tituló “’Matad a Trotsky’, firmado: Stalin”, el otrora defensor del comunismo calificó a Stalin como el mayor trotskista que hubo, haciendo referencia a que éste adoptó los supuestos métodos coercitivos, bárbaros y sanguinarios del líder de la IV Internacional. ¿Cómo podemos estar seguros que de haber sucedido a Lenin, Trotsky no hubiese cometido atrocidades similares a las que se llevaron a cabo durante el régimen estalinista (esas que dejaron un saldo de casi cuarenta millones de muertos)? 
 
Me parece importante esta pregunta ya que una corriente liberal de la historiografía contemporánea, especializada en la Unión Soviética, sostiene que el estalinismo fue la continuación natural del bolchevismo, punto de vista que no es nuevo. A lo anterior se añade que la Revolución Rusa fue un trágico y sangriento error de la historia. 
 
Desde esa perspectiva, se ha escrito que en el gobierno de Lenin se instituyó el terror de Estado, y se ha afirmado que Trotsky era partidario de un “socialismo de cuartel”, que profesaba una concepción autoritaria del ejercicio del poder, concluyendo que de haber sucedido a Lenin hubiera sido aun más despótico y sanguinario que Stalin. Así, lo sostuvieron los historiadores soviéticos del tiempo de la perestroika en su intento por asemejarlo a Stalin, tal como lo hiciera una corriente de la historiografía anticomunista en la época de la Guerra Fría. En los últimos años, Robert Service se hizo eco de esta interpretación en su biografía de Trotsky, obra bastante deficiente, por cierto. 
 
Ya he comentado los actos de violencia ocurridos en los años que siguieron al triunfo de la Revolución de Octubre y los excesos cometidos por su policía secreta; pero no se deben abstraer estos hechos de su marco histórico. Se debe tener en cuenta la ola de violencia que se desató en Rusia, como resultado del enfrentamiento militar interno, en la que los bolcheviques luchaban por la supervivencia del régimen. El propio Trotsky escribió en sus memorias que, en los tres años de guerra civil, aprobó medidas draconianas para imponer la disciplina en el Ejército y que tales decisiones fueron dictadas en interés de la clase obrera. De ahí que asumiera su responsabilidad ante el proletariado y ante la historia. Cabe recordar que Víctor Serge consideraba que, pese a los excesos cometidos, no se podía dudar que Lenin y Trotsky hubieran obrado de buena fe. 
 
Los brutales métodos represivos de Stalin –que Trotsky nunca admitió– partían de un error conceptual: considerar que a medida que avanzaba la construcción del socialismo, se agudizaba la lucha de clases. Tal desviación condujo a una serie de medidas punitivas, como purgas, destierros masivos, encarcelamientos y ejecuciones. 
 
Por otro lado, la violencia servía a objetivos diferentes: la represión practicada por el gobierno de Lenin y Trotsky respondía a la necesidad de defender el Estado obrero nacido de la Revolución; las medidas punitivas del régimen de Stalin tenían por objeto consolidar el poder de la burocracia sobre las clases trabajadoras. 
 
En la página 344 leemos “Además, a diferencia de otras personalidades de la historia soviética rehabilitadas en la perestroika, el caso de Trotsky era de suyo tanto más complejo cuanto que su ideario político mantenía vigencia y era reivindicado por organizaciones partidistas en el mundo. Y aun más importante: sus demandas políticas cobraban actualidad, verbigracia: la democracia obrera, la libertad de partidos, el renacimiento de los sindicatos, la revisión de los planes económicos, la lucha por la igualdad social y contra los privilegios, etcétera”. ¿Hoy en día es más difícil reivindicar a Trotsky en la propia Rusia? 
 
Es mucho más difícil por cuanto el régimen político ruso representa la antítesis de las ideas por las que Trotsky se hizo revolucionario. La política en Rusia se halla totalmente divorciada de su pasado socialista. En ese sentido, el presidente Putin declaró que la etapa soviética era un capítulo cerrado de la historia. Por otra parte, es sabido que Rusia es uno de los países donde existe una de las mayores concentraciones de riqueza en el mundo y donde la mafia ha acumulado un considerable poder. El actual Gobierno se caracteriza por su autoritarismo, y promueve los valores nacionalistas, apelando a la tradición. 
 
En el año 2007, el Gobierno decidió que, para terminar con la visión negativa de la historia rusa, se aprobaran leyes que le otorgaran una amplia injerencia sobre los contenidos en los libros de historia. Esto implicaba claramente un regreso a las viejas prácticas soviéticas de manipulación de la historia. De esta manera, se promueve el patriotismo, destacando el poderío de la Unión Soviética bajo Stalin y la victoria militar en la Segunda Guerra Mundial; al mismo tiempo se guarda silencio sobre las purgas estalinianas. 
 
En este contexto, la imagen que principalmente se proyecta de Trotsky en los libros de historia y en los medios de comunicación es profundamente negativa y hasta siniestra. En una biografía publicada en Moscú en 2003 se ha llegado a afirmar que Trotsky fue el representante de grandes fuerzas internacionales, entre ellas los grupos masónicos y el poder judío, con el fin de debilitar el poderío de la URSS. Versiones de este nivel, lindantes con el delirio, no son una excepción en la Rusia de hoy. 
 
Te contaré algo más: hace dos años un programa de la televisión de Moscú, “El tribunal del tiempo”, dedicó una transmisión al tema Trotsky. En este programa se presentaron dos planteamientos: ¿Fue Trotsky una oportunidad perdida de la Revolución Rusa o representó el peor de los escenarios posibles? Cada planteamiento fue defendido por un equipo de especialistas y hubo un largo y acalorado debate en el set de televisión. 
 
Al término de la emisión, se informó que el 80 por ciento de las llamadas del público estaba de acuerdo con que Trotsky era la peor opción posible, y sólo el 20 por ciento opinaba que fue una oportunidad perdida. Esto da una muestra clara de la manera tan negativa como la opinión pública rusa percibe a este personaje; visión en la que han influido, sin duda, los medios de comunicación. 
 
Puede leer la entrevista completa en:
 
http://www.divergencia-carlitox.blogspot.com/2013/03/leon-trotsky-y-la-historia-que-pudo-ser_12.html