< Detras de la cortina

Leonidas Yerovi: La sonrisa de un periodista en verso (II)

En esta segunda entrega, Yerovi, describe, con ironía, en un ejercicio periodístico notable, una realidad que nos persigue hasta ahora: la polìtica y la corrupción, comenzando por la permanente crisis y el incidente del guardia y el prefecto.  

Hay otra columna dedicada al guardia 54. Este guardia se hizo célebre porque impidió que el carruaje del prefecto pasara por una calle de tránsito prohibido. Fue un gran acontecimiento. Ese noble guardia había cumplido su deber y el propio prefecto de Lima tuvo que alabar su responsabilidad. Pero luego se descubrió la verdad. Lo confesó el propio guardia: no había reconocido al señor prefecto.

En 1911, una columna de octubre hace un repaso enteradísimo de los problemas internacionales, especialmente fronterizos. Y termina así:

 

El Ecuador, por su parte,

parece ni parte ni arte en estas cosas tomar,

más fingiendo estar aparte

no nos deja de mirar.

 

Y si de cualquier manera

nos lanzamos a las manos

con una nación cualquiera,

los buenos ecuatorianos

los trepan la frontera.

 

Pues, señores, tiene gracia

tan espléndido belén,

en la vecinal audacia

¿no hay calles quien

aplauda la diplomacia

que nos ha puesto tan bien?

 

¿Suena todo esto familiar, demasiado familiar? ¿Son los versos de de Yerovi un testimonio de que, al fin y al cabo, fuimos y seguiremos siendo absolutamente peruanos?

Al referirse a las faraónicas obras públicas a las que somos tan aficionados, en 1912, Yerovi hace la crónica de un debate parlamentario sobre un quimérico ferrocarril de Ayacucho, que, como se sabe, no existe. Pero que, según parece, se discutió, se polemizó, se analizó y es financió. Es un verso que se llama “Ferrocarrilera” y que dice, entre otras cosas:

 

Ferrocarril de Ayacucho

¡cómo te estás iniciando

y cómo es fácil que pronto

te parezcas al de Huacho¡

 

¡Cómo te nos vas viniendo,

cómo te nos vas entrando¡

¡Cómo tu carbón futuro

ya nos huele a negociado¡

Las peripecias de nuestra doble moral - o de nuestras morales sucesivas - son descritas por Yerovi en una crónica, esta vez no diversificada, publicada en La Crónica 1912, con motivo de una Semana Santa:

Gracias a que el Salvador no tiene inconveniente alguno en morirse una vez cada doce meses, los peruanos gozamos de una calma perfecta durante esos católicos días del año.

Después de esta suave ironía, presenta así a ciertos políticos también contritos y calmados durante esa misma Semana Santa:

¿Pero son estos quienes hacen todo lo malo que se nos cuenta cada día? ¿Quiénes clausuran juntas, falsifican congresos, regalan territorios, nos llenan de empréstitos y arrojan constitución y leyes a un hornillo?

A simple vista, es obvio que Yerovi no es un optimista sobre la condición nacional. Desde un punto de vista, sería un aguafiestas. Pero esa es, en parte, la función del periodismo, o debería serla: no tanto subirse al carro, como decir por dónde va y debería ir el carro. A los poetas, a los que casi siempre se acusa de idealistas, debería reconocérseles su condición realista, no por monárquicos, sino porque su función es iluminarnos ese otro tipo de la realidad que no siempre es mágica, sino más bien antipática y pedestre.

Hay una carta de Yerovi, una carta a don José de San Martín, que resulta graciosamente terrible:

 

A los treinta del presente

julio del año corriente,

-que no puede ser peor

según como va a su fin-

Lima, su casa, señor,

don José de San Martín…

 

Desde los primeros años

vivimos aquí de engaños.

Desde nuestra independencia

el más audaz, no el capaz,

por farsante o por audaz

se sentó la presidencia

y nos robó toda paz.

 

Pasaron años a pares

en que hubo mucho que ver

cayeron los militares

y al fin los particulares

ascendieron al poder.

 

Más por uno y medio buenos

que manejaron serenos

las riendas de la nación

hubo unos veinte lo menos,

dignos de la Inquisición.

 

Pregunta obvia: ¿Era Yerovi un pesimista o era pésimo el Perú? ¿Por qué sentimos ahora, casi cien años después, que Yerovi no está hablando de un lejano, exótico, y desconocido país, sino que nos está hablando a nosotros mismos?

La ironía póstuma de Yerovi consiste en que los personajes públicos y los políticos que le sucedieron se parecen mucho a sus caricaturas literarias. ¿Se imaginan a Yerovi en el Perú de hoy? Él mismo, después de muerto, hubo de sufrir una ironía judicial. Había sido muerto a tiros. Yerovi, por supuesto, estaba desarmado. El juez que vio la causa pretendió demostrar que el agresor había sido el propio Yerovi, es decir, la víctima. El abogado de su familia tuvo que realizar toda una hazaña jurídica para restablecer la verdad. Ese juez parecía uno de los personajes de Yerovi.

Sus personajes le sobrevivían, como le siguen sobreviviendo. Como si su palabra fuera divina y hubiera creado y no descrito la realidad. Aunque, pensándolo bien, la palabra de Yerovi había sabido construir, crear, ese carnaval de barbaridades y equívocos que llamamos el mundo, su mundo y nuestro mundo. Pero siempre con una sonrisa.

La sonrisa irónica de la más célebre y elegante de sus fotografías. Rindamos homenaje a esa sonrisa como un detente contra las tragedias.

 

*Periodista RPP

Extraído de Ruidos, año 2012, Editorial Tierra Nueva, págs. 107-114

Reproducido con autorización del autor