Dos personas que conocí hace poco me preguntaron qué género de música es mi favorito, y a ambas personas, de diferentes generaciones (una persona estaba en los cuarenta como yo y la otra tendría unos veintitantos años), les respondí lo mismo: la música compuesta para cine es mi música favorita. No hablo de las canciones que pueden aparecer en determinados momentos de una película, como el uso acertado de melodías populares en las películas de Tarantino, o las canciones que forman parte de una película musical. Me refiero a esa música compuesta específicamente para una película, que sirve para reconocer a un personaje, a una situación y que recibe diferentes tratamientos, dependiendo del momento emocional de la película. Esa música que cobró importancia una vez el cine sonoro consolidó a inicios de la década de los treinta.
Desde la aparición del sonido en el cine a fines de la década de los veinte, los estudios cinematográficos de Hollywood utilizaron fragmentos reconocibles de composiciones clásicas para resaltar una escena o para darle un mayor realce emotivo. El más reconocible ejemplo de esa época fue el uso de “El Lago de Los Cisnes” del compositor ruso Piotr Tchaikovsky, en la película de los Estudios Universal de 1931 “Drácula” del director Tod Browning.
Sin embargo, estas brillantes composiciones no siempre se adaptaban a la intención de alguna particular escena y los productores de Hollywood así lo entendieron. No escatimaron en esfuerzos y gastos y ya para mediados de los años treinta cada estudio contaba con su propia orquesta y sus propios compositores para crear música exclusiva para sus películas. Así, nombres como Max Steiner, Erich Wolfgang Korngold, Alfred Newman, Miklos Rozsa, Franz Waxman, Victor Young, Dimitri Tiomkin y Bernard Herrmann, entre otros, desarrollaron una carrera en paralelo como Músicos de Cámara, llegando a ganarse la admiración del público que en muchas ocasiones demostró aprecio por ambos trabajos.
Los años treinta y cuarentas eran años en los que el cine llevaba a extremos (palabra inexacta en realidad, pero que si lo comparamos a los ejemplos de hoy podremos entender lo que quiero decir) cada una de las cualidades de su cine. Actuaciones exageradas, pero sin embargo atractivas hasta el extremo de hacernos adictos a ellas, como las interpretaciones de Bette Davis y James Cagney, por ejemplo. Con fotografías iluminadas con una leve disolvencia para crear halos alrededor de los rostros de estrellas como Marlene Dietrich o Ingrid Bergman que parecían diosas más que humanas, con ángulos inclinados, sombras y calles con charcos de agua para acentuar el inseguro submundo de las películas del género film noir, en donde, sin embargo, Robert Mitchum o Alan Ladd caminaban con seguridad.
De esta misma manera la música no se quedó atrás y hoy en día gracias al maravilloso Youtube podemos recordar o descubrir la grandilocuencia de “El Halcón de los Mares” (“The Sea Hawk”) o la pasión sin miedos de “Laura” por citar sólo dos maravillosos ejemplos.
El cine ha seguido desarrollándose y nuevos compositores despliegan todo su talento en nuevas propuestas cinematográficas que podrán variar en sus tratos musicales, pero que siguen deslumbrándonos y contribuyendo a ese cariño que tenemos por el cine. Sólo recordemos que tenemos con nosotros, y muy activos aún, a genios como el tremendamente versátil John Williams (“La Guerra de las Galaxias”) y el único: Ennio Morricone (“Cinema Paradiso”, “Malena”, “El Bueno, el Malo y el Feo” y “Erase Una Vez En América”, en donde claramente destaca “Deborah’s Theme”).
*Comunicador Social, Universidad de Lima