Lima: el ocaso de una ciudad
Lima la horrible es el título de un libro de Sebastián Salazar Bondy y, si bien, no se refería al caos o a la grisura de la Lima de entonces, como nos lo recuerda https://redaccion.lamula.pe, en nuestra crónica de este mes, encaja muy bien ese otro significado que podemos encontrarle a la frase: el de decadencia.
Pero, ¿desde cuándo, Lima se volvió horrible? ¿Cuándo empezó su decadencia? Las acequias mal olientes del virreinato, el viajar colgado en los tranvías de los años 50 y 60 (el popular “gorreo”), tan bien ilustrado en las fotos de la revista Caretas o del Diario El Comercio, la escandalosa aprobación de licencias de construcción de edificios para oficinas y departamentos en áreas impensables de la ciudad o la violencia, tanto en el transporte público como en el privado, sin olvidar los asaltos cotidianos y demenciales, nos muestran que, Lima siempre fue horrible.
Nuestra capital representa muy bien el ocaso de una ciudad, aquella en la que, literalmente, se puede palpar, ver y oler su decadencia.
¿Es posible revertir este proceso? Es decir, ¿es posible evolucionar y no seguir involucionando? Sí, y no solo es responsabilidad del alcalde y sus regidores, sino también de los vecinos organizados, dispuestos a proponer y defender un plan de desarrollo urbano que realmente exprese los principales intereses del distrito y de la capital.
Conviene aprovechar los espacios de participación disponibles, como en el proceso de discusión y aprobación del presupuesto participativo o en las juntas vecinales, abriendo otros espacios de discusión en las redes sociales, igual de efectivos.
De otra manera, se privilegiarán, como hasta ahora, visiones estrechas del supuesto desarrollo urbano, donde solo se manifiestan las urbanizadoras y empresas constructoras.
O, en el caso del transporte público, donde solo ejercen su influencia (económica) las empresas, pero no el ciudadano organizado que bien podría preferir un sistema de tranvías, en vez de la proliferación de líneas de buses. O, lo que hemos visto ocurrir a lo largo de la llamada costa verde, donde prevalecieron los intereses económicos de restaurantes y un club de yates (marina), por sobre la abrumadora mayoría de veraneantes.
De nosotros también depende el cambio, para revertir este proceso de decadencia.