< Detras de la cortina

Jim Morrison y la leyenda del rey lagarto

“El poeta debe ser vidente, hacerse vidente. Debe ser el gran enfermo, el gran criminal, el gran maldito y el sabio supremo. Debe soltar todos sus sentidos”. (Arthur Rimbaud, poeta francés).

Este mes se cumple un año más del nacimiento de Jim Morrison y eso es más que una razón para hablar de él.
James Douglas Morrison nació el 8 de diciembre de 1944 y fue hijo de un alto oficial de la marina norteamericana. En su adolescencia, decide estudiar cine en California (donde también estudió Francis Ford Coppola). Pero la poesía y el rock pudieron más.
Al poco tiempo se une con Ray Manzarek, y luego de crear Moonlight driver funda The Doors como medio de difusión para su poesía. Con Light my fire se inicia una carrera musical exitosa que sólo la muerte de Jim puede detener. El nombre de la banda lo toma de William Blake y de un ensayo de Aldous Huxley: “Si las puertas de la percepción fueran depuradas, todo aparecería ante el hombre tal cual es: infinito”.
Era la época del LSD y de Timothy O’Leary, de la droga como prolongación de los sentidos. Las letras tenían una enorme influencia de escritores como Huxley, Kerouac, Rimbaud y hablaban casi siempre de drogas y sexo, cuyo ejemplo emblemático es Light my fire, mientras que la música la tomaba del sur, aunque coqueteaba con el blues, con el jazz, y en ocasiones, con relatos, música y leyendas indias. No por algo se le llamó también “El chamán del rock n’ roll”.
Las presentaciones de la banda eran verdaderas puestas en escena de los continuos trances de Morrison - siempre provocador e hipnótico - y de la banda, y siempre aclamadas por el público. The Doors combinaba la voz gutural y la presencia del cantante, la música envolvente y las letras sobre viajes y percepciones con un fondo poético. Definitivamente era una combinación eficaz y explosiva. En muchas ocasiones, a eso se le sumaba los llamados de Morrison al sexo libre, al uso de drogas y a todo aquello que signifique desacato a la autoridad.
Jac Holzmann, fundador del sello discográfico Electra y amigo del cantante, confirma esta versión: “Jim era un tipo absolutamente contradictorio. Capaz de realizar el acto más noble, o de golpear ebrio al policía que osara detenerlo por manejar en ese estado”.
Pero el ser contradictorio no era el único rasgo de su compleja personalidad sino también su genio musical, su afición al alcohol, a las drogas fuertes tan de moda en aquellos tiempos, y su desapego a las normas establecidas.
Morrison se había convertido de este modo en una especie de héroe maldito. Él, Lou Reed y Andy Warhol se constituían como claros representantes de la llamada “contracultura norteamericana”.
Y fueron precisamente estos dos factores en su vida descontrolada, autodestructiva, llevada “hasta el límite” - como solía repetir - y su constante desafío a la sociedad los que aceleraron su debacle musical y, sobre todo, personal.
En 1970 The Doors grabaron su último long play: L.A. Woman. Después vendrían los escándalos, los arrestos y las cancelaciones, producidos o exacerbados por los excesos del cantante. Morrison se había vuelto para el propio gobierno estadounidense una amenaza que había que contener.
Asediado por la justicia, odiado por sus detractores y olvidado por quienes antes lo apoyaban, decide viajar a París e iniciar una nueva vida como poeta. Pero ésta duraría muy poco.
The Doors se habían separado, pero su impronta fue enorme. A ellos los “versionaron” - como dicen los españoles - Echo and The Bunnymen (People strange), Aerosmith (Love me two times), William Broad (Billy Idol – L. A. Woman), UB 40 y José Feliciano (Light my fire). La película de Oliver Stone recrea la escena de Morrison furioso al enterarse en el estudio de la versión del cantante puertorriqueño. Canciones como Crash with deliner de REM dejan sentir las enormes deudas con la banda de Los Angeles.
El 3 de julio de 1971 Morrison apareció muerto en el cuarto de su hotel. Las causas nunca se determinaron: sobredosis, ataque al corazón o asesinato, lo cierto es que contribuyeron a crear un clima de misterio (como la hipótesis de que sigue vivo). Philip Steele (1), músico y autor de una novela biográfica sobre Morrison: City of Light, cree que aunque Morrison podría haberse desmayado en los baños del local, el cantante falleció en el baño de su casa al tomar por error la dosis de heroína de su novia en lugar de la habitual suya, de cocaína. Todo esto se contradice con la conocida aversión del músico a la heroína y a las agujas, aunque algunos hablan de una enganchada fatal. Su epitafio (2) escrito en griego antiguo, no podía ser más sugerente: kata ton daimona eaytoy (cada quien con su propio demonio).
Tras la muerte, la pregunta era obvia: ¿Quién lo reemplazaría? Para tamaña vacante estuvieron voceados, entre otros, James Osterberg (Iggy Pop).
Después de algunos intentos, los miembros restantes decidieron dejar de cantar. En el homenaje difundido en el 2001 por televisión se vio como primera voz a Ian Astbury (The Cult) y Scott Weiland (Stone Temple Pilots).
Morrison había muerto a los 27 años de edad, y conformó lo que se denominó “La Santísima Trinidad del rock and roll”, junto a Jimi Hendrix y Janis Joplin. En los noventa se uniría a esa cofradía Kurt Cobain (Nirvana).
Cuatro décadas más tarde, dos sobrevivientes de la banda y un extraño llegan a Lima, aparece un James Morrison, escocés e inocuo - por lo menos en nuestra opinión - , uno que dice ser su hijo, Cliff Morrison, y una cantante talentosa y desbocada que se esfuerza por seguir los pasos de Janis Joplin (Amy Winehouse).
El 3 de julio de 1971 no sólo había desaparecido Jim Morrison. Había nacido su leyenda.
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