Mi atracción por los daños
Solo… sí,… solo. Me encuentro solo, sin nadie que aguante mis idiosincrasias en la intimidad del hogar, del hotel o de cualquier otro lugar que decidamos hacer nuestro. Sin nadie que alimente mi ego cuando le cuenta a sus amigas de mis “cualidades”, dice ella. Solo, pero felizmente mi elección de estar solo me libra de cualquier compromiso de fidelidad. Me he tomado tan a pecho esta ventaja (¿ventaja? bueno, la puedo llamar así porque por ahora no tengo a nadie a quien impresionar con mi moral de la fidelidad) que incluso mi “infidelidad” se ha extendido al uso del todopoderoso control remoto del televisor. Hago un uso tan desmedido de este aparato que debo cambiar de canal unas treinta veces en la única hora diaria que veo televisión.
Esta costumbre, tan detestable por la pareja, la vengo practicando desde hace mucho. Porque no quería habituarme a ver algo de manera constante y porque cierto día decidí no ver más series televisivas de ficción, para que la estructura de sus guiones no interfiriera o perjudicara mi visión comprometida para escribir un guión cinematográfico. Han pasado muchos años ya y aún no he podido terminar el guión y al mismo tiempo me he privado de apreciar lo mejor que las series televisivas de ficción han producido en los últimos lustros.
Pero este culto a mi libertinaje televisivo ha empezado a desaparecer (al menos una hora a la semana). Todos los martes a las 9 de la noche procuro no dejar de ver cada nuevo capítulo de una serie de televisión a la que he aprendido a serle fiel: “Damages” -“Daños” en castellano- serie que transmite el canal AXN del cable en el horario estelar de las 9 de la noche.
Esta serie norteamericana acaba de terminar su segunda temporada en el cable local y debo confesar que si bien no me pareció tan brillante como la primera temporada, me ha comprometido a seguir viéndola ya que una tercera temporada ha sido anunciada por la cadena de televisión FX que produce el show.
Las artimañas de todo calibre que hacen los personajes envueltos en la serie, desenmascara ese mundillo sofisticado, profesional y poderoso de los abogados penales que hacen todo lo posible por proteger los intereses de sus clientes, así tengan que destrozar cualquier obligación ética que se interponga en su camino. Una nueva clase de gánster, diferente a esos personajes interpretados por James Cagney en las películas de los años treinta, por Al Pacino en los “Padrinos” o por Robert de Niro en las películas de Scorcese. Completamente legítimos, que esta vez cuentan con el aval que brindan los cartones de las mejores universidades de su país, el conocimiento exhaustivo de los pros y contras de las leyes, las más beneficiosas conexiones que el dinero puede comprar, y el apoyo nada desdeñable de la policía cuando esta institución estatal se ve en la necesidad de hacerse el ciego para luego realizar su misión de servir. Necesitan menos violencia y menos corrupción que sus antepasados ilegales para salir airosos, pero que no dudan en recurrir a ellos cuando es necesario.
Una serie de 13 capítulos que se arriesgó a producirse una vez que todos sus capítulos ya estaban escritos y que de esta manera apostó por la calidad de sus guionistas y no se dejó influir por el termómetro del rating que muchas veces ha cambiado el desenlace al gusto del público, y no siempre acertadamente. Una serie que empieza mostrándonos en el primer momento del primer episodio del final de la temporada, pero que nos oculta la consecuencia de este desenlace para que así, poco a poco podamos deshilvanar esta maraña de conflictos y comprobar que la consecuencia del desenlace final no es precisamente la que esperábamos.
Esta producción fue creada por los hermanos Glenn y Todd A. Kessler y es protagonizada por la siempre espléndida Glenn Glose y por la no menos talentosa Rose Byrne. El episodio de los martes se repite los miércoles a las 3pm y los domingos a las 10pm.
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lt;div style="margin: 0cm 0cm 10pt">*Comunicador Social, Universidad de Lima.