< Detras de la cortina

Jironear

Jironear es un verbo de conjugación exclusivamente limeña. Solo los limeños salíamos a jironear, aunque en los últimos años esto ha sido poco menos que imposible. Jironear era pasearse por el jirón de la Unión. Salir de compras al centro, aunque no se tuviera con que ni se comprase nada, constituía toda una fiesta cuyo clímax se alcanzaba de 7 a 9 de la noche en el "Jirón por excelencia". El único que adornaban con iluminación de colores para Navidad y Fiestas Patrias. Nadie entraba al "Jirón" si no estaba bien vestido y con sombrero. Era el paseo reglamentario para estrenar chuzos

Bautizado como Jirón Unión, en homenaje a la conocida provincia de Arequipa, el uso y los años le han agregado el distintivo nobiliario (y muy arequipeño por cierto) del "de la" y ahora es el Jirón de la Unión, tal vez porque en él se unen o confluyen todos los jirones transversales o, más bien, porque de él parten esos jirones. La calle más alegre de nuestra Lima Cuadrada y la depositaria de su Flor y Nata. 

Las niñas armaban sus paquetitos en casa para simular que iban de tiendas y, aparentando mirar vitrinas recibían los piropos de todos aquellos que pululaban por allí. Contertulios permanentes del jirón se apostaban en los dinteles de las confiterías como la Fuente de Soda Castillo, o en las puertas de antiguas casas comerciales, famosas por la calidad de sus productos. 

Era el Jirón una calle con vida propia y fulgurante. Allí funcionaba el Ministerio de Hacienda y junto a él, rodeando el Monumento a Don Ramón Castilla, se desparramaba la "Pampa del Hambre", con sus mesitas en la calle para que pudiesen tomar asiento y hasta café la legión de "indefinidos": militares en retiro y empleados jubilados, a la espera del pago: pensión provisional o sueldos devengados. Cuando cobraban algo pasaban de la "Pampa" al café Leons, que estaba al fondo, para comer más formalmente. 

Al frente, la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced para los ruegos y arrepentimientos, y más abajo, hacia la esquina de Baquíjano, el Palais Concert, confitería de lujo, y reunión de intelectuales, que daban lustre al periodismo, y mentidero político de primer orden. 

Por el "Jirón" se dirigían a Palacio los Embajadores con su disfraz de gala y en calesa para presentar sus credenciales. Por allí se hacían los "Desfiles" militares y el del Corso del carnaval. Hasta el Presidente cuando era "macho", salía a jironear. Ahora salen en carro blindado y a toda viada. Salir del jirón era innecesario porque ésta se contaba con el más simpático o íntimo de los teatros, el "Campoamor", con sus largas temporadas a cargo de la Compañía de Ernestina Zamorano y el Cholo Carlos Rebolledo. Cuando uno no estaba pije, prefería caminar por los jirones laterales, le daba vergüenza entrar al jirón. 

Ahora es al revés: entrar al jirón es una vergüenza 

Para algunos sociólogos el de ahora es el verdadero Jirón de la Unión: la unión de vivanderas, vendedores ambulantes, descachalandrados y maleantes. Hemos vuelto a los albores de la República, en que los bandoleros se aventuraban hasta la Plaza de Armas o se parapetaban en la Plaza de la Merced. Allí han sentado sus reales suerteros y picaroneras. Dicen que así es una síntesis del Perú. 

Antes pasear por las noches era una obligación. Se cumplía el viejo precepto higiénico: después de almorzar, reposar y después de comer, pasear. Además era un pretexto para que las pollonas de entonces salieran en grupo a tomar aire y encontrarse con su "peor es nada". Para el efecto los mocosos serviamos de "correo sin estampilla" y a veces nos caía un propinón de a peseta o de a cincuentón. Ahora las parejitas tienen que amartelarse por los rincones de los by-pass, pegadas a las paredes como lapas. Ya no pueden pasear porque los jardines tienen rejas, en los parques solitarios los asaltan y como "atracos son atracos", el jovencito puede perder la vocación matrimonial de por vida. Lo más seguro es la calle. Ya no se trata del amor libre, sino del amor al aire libre.

Ya no hay "Jirón", ni parques, ni paseos. El de "Aguas" esta definitivamente seco, el de los Descalzos, sin estatuas ni banquitas, y el de las Flores, junto al Estadio, huele a choncholí.

Jironear fue un neologismo hermoso que tuvo vigencia, elegancia y esplendor, pero que murió antes de llegar al diccionario.

"Charlas de Café", Vicente Gonzáles Montolivo, Ediciones Grapsa. Primera edición, año 1990

Notas:
"Charlas de Café" fue un popular programa televisivo conducido por el lingüista y humorista Vicente Gonzáles Montolivo. Vivió en el antiguo barrio del "Chirimoyo" en los Barrios Altos, y de esta experiencia plasmó sus vivencias e impresiones, que aparecen en artículos del libro arriba citado.

Foto: www.limalaunica.pe