< Detras de la cortina

Bagua e historias de fin de año

El 31 de diciembre es un día especial. Todos esperamos ese día para divertirnos, desearnos buenos augurios, tomarnos un par de copas (o más), bailar y disfrutar con amigos o con la familia. Una fecha de esperanza y para eliminar lo malo. Un ritual donde uno se despide de lo negativo y espera lo mejor. Pero en el Perú una noche de diversión puede convertirse, súbitamente, y gracias a la inacción del estado, en una pesadilla o en una psicosis permanente, provocada por un clima electoral incierto. Una noche de jolgorio se convierte en una discusión de temas surrealistas, como nos ocurrió hace algunos años.

El 31 de diciembre del 2004, sin grandes planes para esa fecha, y por invitación de un amigo, asistimos a una pequeña fiesta en La Molina. 

La reunión nunca se animó a pesar de la gente divertida, la música y la hospitalidad del anfitrión, y luego de algunas horas, alrededor de las 2 a.m. y tomar unos cuantos tragos, decidimos retirarnos, con la percepción que no la habíamos pasado muy bien.

Al día siguiente nos despertamos temprano. Y por esa mala costumbre de formación e instalada en nuestro subconsciente- “hay que estar informados”-, encendimos la televisión y nos enteramos que el líder etnocacerista Antauro Humala había tomado la comisaría de  Andahuaylas.

Todavía bajo los efectos de la noche vieja, los televidentes asistimos a un reality show de tensión, violencia y muerte, donde cuatro inocentes policías fueron asesinados por las hordas, antes humalistas, y a partir de ese momento, etnocaceristas.

Policías y revoltosos paseando por la ciudad, que en alguna medida apoyó la revuelta, como se pudo también apreciar en la pantalla, y una opinión pública que en Lima y Callao aprobó la asonada en un 34%, según una encuesta de la Universidad de Lima (1), difundida una semana después. La verdad es que no entendíamos bien lo que había ocurrido. ¿No era Antauro Humala el mismo militar que había combatido a Sendero y que junto con su hermano Ollanta encabezó una rebelión contra la dictadura?

¿No había sido amnistiado por el parlamento, indultado por el presidente Paniagua y candidato al Congreso en la lista de Fernando Olivera? ¿No era sólo un líder de ideas estrafalarias, como la de regresar al trueque, pero inocuo, y por lo tanto no digno de seguimiento, aunque en el pasquín Ollanta (luego llamado Antauro) hablaba de fusilar a los corruptos, empresarios o a los homosexuales o anunciaba algún tipo de acción política - militar?

Al final, Antauro Humala se entregó, pero a los ciudadanos nos quedó la misma sensación de inseguridad y desconcierto ¿Qué pasa en el Perú? ¿Por qué no puede haber paz social?

¿Qué falla en el sistema para que estas cosas ocurran, y veinte delincuentes aprovechen para poner al estado en jaque, por lo demás casi siempre en estado de laxitud?

Estas preguntas siguieron por muchos días en nuestra mente, y en realidad, son siempre recurrentes, y lo que es peor, se transforman en problemas, muchas veces sin solución.

En las últimas horas del 2005, se realizaba una animada fiesta de fin de año en la playa Punta Roquitas, donde se entremezclaban los buenos tragos, la música y gente divertida. La reunión se encontraba casi, casi, en su apogeo.

De pronto, un grupo de colegas, copas en mano, empezamos- mala costumbre, y menos en esa fecha-  a hablar de política.

En ese instante, y reunidos todos en círculo, escuchamos un comentario apocalíptico. “Se han reunido todos los brujos y adivinos, y han concluido que esta campaña va a ser durísima, pero que Ollanta Humala a pesar de sus problemas va a ganar”.

Después, algunos se quedaron atónitos y comenzamos a hablar de lo de siempre: la política, la corrupción, la realidad y el gobierno. Nosotros tratamos de insistir que no era un tema de elecciones sino de las taras de nuestro sistema político y cómo obstruía el desarrollo económico.

Posteriormente, advertimos que por más buenos analistas que seamos, el tema se agotaba, sobre todo en una fecha como esa, y finalmente nos ganó las 12 y vinieron los brindis, los besos, los abrazos y el baile. De la conversación no quedó nada. Sólo los recuerdos.

Ollanta Humala no ganó, los adivinos se equivocaron, pasando algunos a un ostracismo, pero la interrogante es por qué la carrera electoral se vuelve en nuestro país algo así como un deporte de aventura, donde todo puede pasar.

¿Qué nivel de neurosis había alcanzado la sociedad limeña, que a profesionales como nosotros, nos habían llevado a hablar de política, y comentando los pronósticos de adivinos, videntes o más en la noche vieja? ¿Por qué hablar de nuestros temores en una noche que debía ser de diversión y olvido? ¿Qué no que el país estaba creciendo, que el consumo y la inversión aumentaban, que un TLC con Estados Unidos estaba en las puertas?

Sin embargo, es probable que no haya sido la única fiesta donde se haya hablado del tema, porque desgraciadamente, el temor se había instalado en casi todos los sectores más o menos pudientes de la sociedad limeña y provinciana, incluidos por supuesto, los gremios o grupos como nosotros.

Y es que algo falla en el sistema político, algo que nos tiene en permanente sobresalto, con sus ciclos periódicos de inestabilidad, como ha quedado demostrado luego de los luctuosos sucesos ocurridos en Bagua.

La pregunta es: ¿Qué sucederá el 31 de diciembre del 2010? ¿Los peruanos podremos pasar una noche de diversión, o cuando menos de paz, en esa fecha, sin temor a vivir ambientes de neurosis o convulsión?

Esperemos que haya un clima de fiesta, o de tranquilidad, aunque la realidad, desgraciadamente, parece indicarnos otra cosa.
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(1). Barómetro, enero 2005. U. de Lima