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Tsunami Muñoz, ¿el regreso de un partido?

El triunfo de Jorge Muñoz a la alcaldía de Lima es un verdadero tsunami electoral que se formó en los últimos días y horas de la elección, en Lima, para votar en contra de la posibilidad de la elección de Daniel Urresti, un candidato que estremecía por sus tendencias autoritarias y ese carisma populista que caracteriza a los autócratas. La elección de Muñoz, pues, es una buena noticia para la democracia. Y es una buena noticia también porque, en medio de la crisis política e institucional que entrampa a la República, la tercera parte de los electores del país sigue apostando por fórmulas predecibles. Y si queremos agregarle más optimismo al resultado, habría que señalar que la victoria de Muñoz podría representar el regreso de Acción Popular (AP), un viejo partido del siglo pasado, al gran escenario político nacional.

Sabemos que Muñoz combina la formación tecnocrática con la capacidad política y, como cualquier vecino, esperamos que le vaya extraordinariamente bien y que logre desatar los terribles nudos que ahorcan a la ciudad (sobre todo el transporte). Sin embargo, queremos detenernos en la enorme trascendencia que podría tener el regreso de un partido de la centuria pasada, con sus estilos y prácticas, presente en la comuna metropolitana con la administración de Eduardo Orrego a inicios de los ochenta del siglo XX.

Si bien Muñoz acaba de afiliarse a AP, si el nuevo alcalde logra conectar su gestión con la de su partido habrá una nueva noticia en el panorama político. ¿Por qué? Desde la elección de Ricardo Belmont a la comuna metropolitana a fines de los ochenta del siglo pasado hasta la fecha, de una u otra manera, la política peruana ha estado signada por el personalismo y los inner circles que se patentaron con Alberto Fujimori y el fujimorato. La política personalista comenzó a impregnarlo todo. Como con la ley de la gravedad, al parecer, no hubo nadie que escapara de esa influencia, ni siquiera el Apra. La elección de PPK y la constitución de Fuerza Popular en mayoría legislativa solo confirmaron la preeminencia del personalismo, el círculo interno y la lealtad como criterio de organización partidaria, antes que las ideologías y los programas.

El asombroso debilitamiento, por ejemplo, de Fuerza Popular no solo se explica por su renuncia a liderar las reformas —no obstante su abrumadora mayoría legislativa—, sino también por su distancia de la ideología y del institucionalismo partidario. En este contexto, si quisiéramos ser reduccionista se podría sostener que la crisis de la República y sus instituciones tienen que ver con el personalismo de los partidos: PPK, Vizcarra, Keiko, Alan, Julio Guzmán. Más atrás Toledo y Humala.

En semejante horizonte el regreso de un viejo partido, como Acción Popular, puede representar una tremenda noticia democrática. Sobre todo porque podría anunciar que los electores —cansados de ensayar con los personalismos, los nombres y apellidos— tientan con entidades más colectivas.

Sin embargo, hay límites en este análisis. Es evidente que sin los méritos y el enganche personal Muñoz no estaríamos hablando de la posibilidad de un regreso de AP. Y si le agregamos el hecho de que la no reelección municipal desalienta una gestión basada en una movilización partidaria y promueve, más bien, una administración personal centrada en los círculos caviares y en las coaliciones mediáticas —que solo pueden existir en base a la política personalista—, entonces, todo puede quedarse en el simple wishful thinking (un pensamiento de buena fe). Si Muñoz va por esa ruta terminará reeditando la gestión Villarán. Ojalá que no. Veremos.

Publicado en www.elmontonero.com

8/10/18