< Detras de la cortina

Iquitos Urbano

Iquitos. Siempre quisimos regresar. Habíamos ido en la época escolar. Nos hospedamos en un elegante refugio. Nos asombró el Amazonas, y tratar de dormir en una hamaca, mientras leíamos las historietas que habíamos llevado.

Esta vez, queríamos pulsear la ciudad años después, tras años de crecimiento económico. Fue un viaje con algunos incidentes. Para empezar, estando por aterrizar sentimos que el acción levantaba vuelo, y de pronto escuchamos que “había turbulencia, que se harían maniobras por 20 minutos, y en caso de no ser viable, regresábamos a Lima. Así de radical. Luego conversamos con las aeromozas quienes nos dijeron que “Iquitos siempre era así”.

La noticia nos cayó mal, pues un amigo nos esperaba, y no podríamos cambiar fechas. Cuando llegamos, parte de la ciudad estaba a oscuras, lo cual nos informaron de vez en cuando ocurría.

Ya en nuestro destino, y luego de sufrir con el calor, que sólo disminuyó con la lluvia, nos fuimos a cenar, y luego a pasear. La Plaza de Armas, la Catedral, y recalamos en un bar donde sonaba Depeche Mode, entre otros, y donde buena parte de los parroquianos parecían ser turistas. Los otros centros de diversión estaban vacíos, era jueves, pero claro, según nuestra información, la vida nocturna era más intensa.

Al día siguiente fuimos al serpentario y mariposario. Así le llaman. Ahí pudimos observar anacondas, guacamayos, y un maravilloso oso perezoso, que según dicen come un tallo que lo pone en permanente trance.

También fuimos a desayunar a un restaurante, donde un citadino nos encontró y comentó lo que era Iquitos y lo que podía ser. Habló sobre el ascenso meteórico de su ex presidente regional, Robinson Rivadeneyra, y del procesado Iván Vásquez, quienes dejaron, según él, poco. Según dijo, Iquitos recibe dinero por el canon petrolero. ¿Qué se hace con él? ¿Se pierde o no se invierte? ¿Las dos cosas?

A decir verdad, esperamos encontrar una ciudad más próspera, que se supone que ha recibido y aprovechado parte del crecimiento de económico que ha gozado del país en más de 10 años. Ni siquiera las pistas estaban en buen estado. ¿Así queremos desarrollar la capital de la Amazonía?

Tampoco se observan locales comerciales (sólo Saga, Topy-Top, y un cine), -ni construcciones modernas- en una calle Jirón Próspero, que comparada con otras zonas del país, es muy modesta. Tampoco notamos señales que indicaran la emergencia de una clase media pujante de la que tanto se habla, y la que se supone nos está llevando por los caminos del desarrollo.

Con mucha preocupación vimos mujeres muy jóvenes con niños en brazos, y sospechamos que no son sus sobrinos, lo que la pone en una situación de emergencia social. Y también observamos muchos canes en condición lamentable. Iquitos pareciera encontrarse en prostración, a pesar de sus bellezas.

Cuando se entra al Amazonas por el río Nanay el acceso es penoso. El camino para tomar los rústicos botes que lleven por el río es sucio y desordenado. Nos preguntamos si nuestros vecinos amazónicos lo tendrán igual, o más presentable.

El Malecón es uno de los destinos obligados, ahí se observa gente de todo tipo y edad, tomando cervezas heladas delante del río, y es uno de los centros de vida nocturna.

El amazonas es un río marrón por los organismos que le dan ese color, caudaloso, y mientras que se viaja, se ve además, construcciones muy pobres. La belleza natural del río está rodeada de un cordón de pobreza. Las embarcaciones son de madera, simples. Y nos preguntamos si podrían organizarse con más empresas, botes modernos, y servicios organizados.

Pero si esto fue así, la visita a Belén fue peor. El desorden y la suciedad que vimos nos generaron repulsión y vergüenza. A nuestro amigo que llegaba su cámara (nosotros no lo hicimos por seguridad), le gritaron, confundiéndolo con un periodista. ¡Tome fotos para que las vea el alcalde¡ Nos preguntamos por cierto, como pueden las autoridades permitir que funcione este “mercado”, en estas condiciones.

Otro día visitamos el zoológico en el cual observamos una reserva de manatíes. El manatí es un mamífero que está en peligro de extinción. Tiene una expresión muy tierna y ojos muy pequeños. Preguntamos si era pariente de una foca, y nos indicaron que estudios realizados determinaron vinculaciones con el elefante.

Las nutrias son otras especies de esta reserva. Se les da de comer y se luego se les libera, aunque a veces, según dicen, el dulce animal, corre peligro, porque pierde su aptitudes de supervivencia.

También vimos y comimos los sabrosos paiches, a los cuales se les puede alimentar en la boca (al igual que los manatíes y las nutrias). Esta reserva es un esfuerzo por preservar la fauna de la zona. Se mantiene también con aportes de visitantes, y se busca ampliar la protección a otras especies.

Otra de los puntos obligados es la visita a la tribu de los Boras. Nos recibió una guapa nativa, y luego de invitarnos a bailar, y jalarnos, bailaron. Todo muy rápido. Y luego nos cobraron, y nos vendieron un collar. La mayoría eran muy jóvenes, y al parecer, viven de eso. No vimos talleres, ni comida típica, ni ningún emprendimiento que les permita agenciarse recursos.

En las noches recorrimos los bares y las discotecas. La gente se divierte principalmente los sábados, siendo el lugar más ambientado el Noa, donde la primera noche se presentó una conocida cantante de cumbia, no con su mejor figura. El lugar estaba lleno de gente, y muchas chicas guapas, por supuesto.

También fuimos a locales populares donde se presentaban uno de los grupos del momento: Explosión. El ambiente era realmente festivo, al ritmo de la música y en medio de las cajas de cerveza que también se pueden encontrar, valgan verdades, en fiestas públicas y privadas en Lima.

A propósito, en los días que estuvimos percibimos al loretano como una persona muy correcta, muy amable. Las mujeres son muy guapas y sonríen. Más no podemos decir.

Si uno quiere transportarse, el mototaxi, ruidoso o no, es el medio ideal. Es cómodo y fresco. La mayoría de los micros no tienen ventanas (obvio), y en general, no vimos grandes atolladeros.

En Iquitos se come bastante bien. Aparte de los desayunos burgueses, y el infaltable jugo de camu-camu. En “Al frío y al fuego”, un bello restaurante enclavado en un río, degustamos un cebiche de doncella espectacular, y un arroz con pato amazónico bastante bueno. Es un lugar amplio, con piscina, y bar. Ideal para una fiesta o celebración.

Esto es lo que vimos del Iquitos urbano. Hubiésemos querido ir a una reserva, pero no pudimos. De lo que vimos, nos parece que es una ciudad con enorme potencial con su gente, flora y fauna, pero donde, hay, parafraseando a Vallejo, mucho por hacer. Porque en el Perú somos buenos para crear enclaves, polos de desarrollo, pero al parecer somos incapaces de generar una prosperidad más armónica y con menos desigualdades. Menos heterogénea.