El arte del toreo
Los meses finales del año, durante los que se desarrolla la Feria Taurina del Señor de Los Milagros, la más importante del país y una de las más respetadas del mundo, suelen poner sobre la mesa en los medios de comunicación limeños, la misma gran pregunta de siempre: ¿los toros son cultura o barbarie?
Los hay quienes creen que el concepto “arte” debe estar exento de connotaciones crueles o violentas (yo les recomendaría hojear “El arte de la guerra” de Sun-Tzu). Sin embargo, para dilucidar si esto debe ser así, hace falta partir por una definición canónica. A mi juicio, el arte no es otra cosa que una expresión humana, capaz de emocionar, conmover o excitar a otros congéneres, gracias a la técnica depurada (generalmente evolutiva) que demanda una realización prolija de la misma. La Academia, por su parte, en las tres primeras acepciones para dicho vocablo señala: 1.- Virtud, disposición y habilidad para hacer algo. 2.- Manifestación de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y desinteresada que interpreta lo real o imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros. 3.- Conjunto de preceptos y reglas necesarios para hacer algo bien.
En sentido estricto, la tauromaquia (o el arte de lidiar toros como bien se refiere a ella la Academia) permanece dentro del marco de las cuatro definiciones anteriores. Pero para disipar cualquier duda que pudiera quedar, basta con escudriñar lo que ocurre en la plaza de toros o como diría mi amigo Alejandro Navarro, en “ese hueco de naturaleza en medio de la civilización”, donde el hombre ingresa al mundo violento y hostil del animal salvaje para representar una lucha a la que él se presta, atacando. Y es que en una tarde de toros se conjugan muchas bellas artes, tales como la danza, la música, la pintura, la escultura y el teatro, con la diferencia que todo lo que reverbera en las retinas de los espectadores es improvisado y real, incluso la muerte del toro y ocasionalmente la del torero.
Precisamente, de las muñecas de esos individuos de alrededor de setenta kilogramos, que se mueven en décimas de segundo para evitar que un cuadrúpedo que supera la media tonelada los embista, transformando al influjo de la situación la bravura y fuerza bruta de éste en figuras excelsas, es que muchos otros grandes genios del arte se han inspirado. Tal es el caso de pintores de la talla de Picasso, Goya, Botero, Roberto Domingo, Miguel Barceló, etc. Poetas como Rubén Darío, Rafael Alberti, Manuel Benítez Carrasco, José Bergamín, José María Pemán y Federico García Lorca, quien incluso fue autor de uno de los más grandes poemas de la literatura universal, “El llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías” y se atrevió a aseverar: “El toreo es probablemente la fuerza poética y vital de España. Creo que los toros es la fiesta más culta que hay en el mundo”.
Entre otros inspirados por la tauromaquia destacan el escultor cordobés Mariano Benlliure, el gran compositor de ópera Bizet, el novelista Blasco Ibáñez y otros artistas, pensadores y músicos como Joaquín Sabina, Rafael Duyos, Albert Boadella, Ernest Hemingway, Fernando Savater, Mario Moreno “Cantinflas”, Pablo Neruda, Mario Vargas Llosa, Gerardo Diego, Ortega y Gasset, Andrés Calamaro, Manuel Machado, García Márquez, Salvador Dalí, Valle Inclán, etc., etc.
En síntesis, consideramos que los argumentos anti taurinos, que son muchos y algunos atendibles, deberán rehuir al debate artístico, pues lo que no pueden negar quienes pugnan por la abolición de la tradición que heredó el Perú de sus colonos ibéricos es que el toreo es arte.
*Carlos Miranda Passalacqua estudia Psicología en la Universidad de Lima, y es editor del blog ww.divergencia-carlitox.blogspot.com