Los cumpleaños de antes
Los limeños de hogar celebramos nuestro cumpleaños en la misma fecha de nuestra llegada al mundo; algunos lo inician la noche de la víspera y continúan al día siguiente, y otros, durante tres días, como si de una fiesta nacional se tratara, sobre todo si coincide con un fin de semana. Las celebraciones se inician el ‘sábado chico’ (viernes) y se prolongan hasta el domingo, claro, si el bolsillo alcanza o hay ‘chanchita’ de por medio.
Esto último no era preocupación de nuestros tátara y bisabuelos, que vivían en el paraíso, de jarana en jarana, añadiendo a los títulos de nuestra capital el de ‘ciudad de las jaranas’.
Es una de las tradiciones más simpáticas de esa Lima de ayer, desde el siglo XVIII en adelante, y que se convirtió en una versión reducida de España y sus costumbres coloniales, sus celosías y balcones, sus tapadas y pregones, sus valses y polcas heredadas de Europa; desarrolló su propio lenguaje popular, basado en un incesante deseo de celebrar y tomar las cosas con la picardía y la alegría inherentes a los ‘criollos’ de antaño.
En esa Lima que pasó de 60,000 habitantes en 1850 a los más de 9 millones de personas que hoy viven en sus 43 distritos, el cumpleaños se celebraba de manera muy particular y demandante: durante toda la semana. Las jaranas criollas se extendían por ocho días, fecha central en el medio, es decir, el día mismo del cumpleaños. Cada uno de esos días tenía, además, su propia nomenclatura.
Para ejemplificar el tema, supongamos que las celebraciones comenzaran el miércoles 14. Ese día se denominaba ‘antevíspera’. El siguiente era la ‘víspera’ (jueves 15), que venía con la tradicional serenata a la medianoche; continuaba con el ‘santo’ (viernes 16), esto es, el cumpleaños mismo que así se llamaba porque, por costumbre de la época, el cumpleañero había sido bautizado con el nombre del santo del día.
El siguiente lo llamaban ‘joroba’ o ‘corcova’ (sábado 17), seguido de la ‘recorcova’ (domingo 18), ‘respinguete’ (lunes 19), ‘andavete’ (martes 20) y se remataba con ‘la octava’ (miércoles 21).
Manuel Acosta Ojeda, criollo de viejo cuño, contaba que algunos jaraneros de Barrios Altos, el Rímac y La Victoria extendían la jarana un día más, a la que denominaban ‘de las comadres’ o ‘novena’; y otros, dos o tres días más.
Al inicio de la jarana central, cuando llegaba el último invitado, se echaba llave a la puerta y nadie podía salir durante tres días. La llave iba a parar a un barril de pisco y no se la podía sacar hasta consumir su contenido. En otros casos, la dueña de casa la guardaba dentro de su corpiño, y punto.
Para solventar las celebraciones, las casas tenían huertos y corrales donde criaban patos, gallinas, pollos y otros animales útiles para celebraciones especiales. De ahí, la frase jaranera: “Vayan matando”. A todo esto, solo nos cabe una pregunta: ¿a qué hora se ponían a trabajar?
Fuente: https://elperuano.pe/noticia/72991-los-cumpleanos-de-antes 18/11/2018