¡Días de locura ¡
La renuncia solapada del presidente Vizcarra no sorprende a nadie. Hace mucho tiempo, al poco de iniciar su periodo, no sólo los ciudadanos, sino el probablemente el mismo, se habrá dado cuenta que es absolutamente incapaz de gobernar el país. Aunque sea por encargo.
Pero no es lo suficientemente honesto para admitirlo públicamente y lanza una iniciativa tortuosa, de una constitucionalidad discutible, y políticamente reprobable, al querer pasar una vulgar renuncia como un “proyecto de reforma constitucional” de adelanto de elecciones, con el peligroso añadido de realizar otro referéndum. Populismo y dispendio por doquier.
Todo esto para victimizarse y buscar un inexistente legado ante la historia, que lo recordará como otro presidente incapaz de gobernar con un mínimo de eficiencia y eficacia, y además con algunas sombras que pueden volverse contra él.
Pero claro, para todo este circo posfiestas, cuenta con el favor-al igual que anterior mandatario-de gran parte de la prensa y academia adicta, ya sea por razones crematísticas, u odios. En esa estrechez de opinión, el que discrepa es un golpista, un corrupto, o tiene alguna militancia política (¿desde cuándo eso es un delito?)
Queda claro, entonces, que al régimen no le interesa en lo absoluto solucionar la crisis política de la cual es la principal responsable, como tampoco parece importarle impulsar proyectos mineros, o imponer la autoridad, como se observa desde el Jockey Plaza hasta las carreteras del interior. Como diría una exprimera dama, no está en su agenda.
Tampoco es su preocupación real la lucha anticorrupción. Sólo zafa cuerpo cuando los hechos lo delatan. Los procuradores acusados son los mismos que defendió al hacer cuestión de Estado el acuerdo con Odebrecht, e interrumpir una visita oficial para defender jueces y fiscales, cuyo mayor mérito es encerrar 36, 18, o 12 meses a los sospechosos, para investigarlos. Exactamente al revés de lo que postula la criminalística, y sin un mínimo de criterio legal.
En ese contexto, no nos extrañaría que el recurso de la señora Keiko Fujimori -quien debe ser procesada en libertad, al igual que todos los demás- no se ejecute, por una u otra razón, que “coincidentemente”, se difunda algún audio “revelador”, que la comprometa, mientras el defenestrado presidente debe estar muy pendiente de lo que diga Alejandro Toledo, otrora paladín de la democracia. Defendido y “blindado” por periodistas, políticos, y académicos que hoy miran, cínicamente, para otro lado.
Vivimos días de locura, y la política peruana hace tiempo, mucho tiempo, merece estar en el diván.