El Brexit, la Unión Europea y el Orden Internacional
El vilipendiado nacionalismo ha levantado cabeza y ha conseguido derrotar a los intereses del gran capital en el referéndum británico. Un fuerte sentimiento popular ha prevalecido sobre consideraciones utilitaristas y ha frustrado el cálculo político del primer ministro David Cameron, quien quiso temerariamente utilizar el referéndum con fines personales.
Inglaterra, la cuna del capitalismo industrial y financiero y de la democracia parlamentaria, se ha pronunciado en este histórico momento contra la subordinación de la democracia a la lógica del capitalismo y al hacerlo ha asestado un duro golpe a la integración europea. Sin embargo, en la perspectiva de este último proceso, este episodio no es propiamente una inflexión histórica sino más bien una aceleración de la historia.
La Comunidad Europea se convirtió en el mayor símbolo del orden internacional de la Guerra Fría, un formidable bloque de prosperidad que servía de contención al comunismo.
Un desplome de la Unión Europea, propiciado por la decisión británica, abriría el telón de un orden internacional inédito en el siglo XXI, donde Europa pasaría a ser un elemento accesorio de la riqueza y el poder mundiales.
Hace apenas quince años se veía a la Unión Europea como la superpotencia del nuevo siglo. Hoy es la nueva “enferma” de Europa, como el Imperio Otomano del siglo XIX, cuya posible desintegración agita las ambiciones y temores de los grandes actores internacionales, como Estados Unidos, Rusia y China.
La Comunidad Europea fue, en los años 1950, una fórmula innovadora para encauzar el desequilibrante potencial de Alemania. Sin embargo, la reunificación alemana y la unión monetaria europea convirtieron a Berlín en una fuerza económica y política sofocante que amenaza quebrar una vez más el orden europeo.
La Comunidad Europea satisfizo las necesidades y aspiraciones materiales de las potencias europeas en un mundo donde ellas, junto con EE.UU. y Japón, eran los únicos actores económicos importantes. Hoy en día, actores emergentes como Rusia, China, India, Irán, Brasil, México, Sudáfrica, Turquía, Arabia Saudí, Corea del Sur y sus respectivas regiones ofrecen ingentes oportunidades de intercambio y asociación que operan como fuerzas centrífugas con respecto a la UE al poner a los socios europeos en una fiera competencia.
De la Europa hegemónica del siglo XIX solo queda el poder de Alemania, que nunca pudo llegar a la supremacía. Inglaterra y Francia se debaten en una heroica agonía, acelerada por las secuelas del imperialismo, que en el pasado les dio gloria y prosperidad, como por infortunadas intervenciones con las que intentaron en alguna medida revivirlo.
El orgullo imperial de ambas se resiste trágicamente, aunque de manera un tanto diferente, a las exigencias y ajustes que les imponen una región y un mundo profundamente transformados en el último medio siglo.
La integración europea fue un microcosmos y un experimento pionero de la globalización. Formó también un bloque sólido y poderoso que permitió negociar y establecer un marco de regulación de los intercambios globales. El triunfo del soberanismo sobre el globalismo en el Reino Unido, y la gradual desintegración de la UE podrían intensificar el retorno de los nacionalismos y la unilateralidad en la economía política internacional.
*Profesor del Departamento de Ciencias Sociales y de la Escuela de Gobierno y Políticas Públicas de la PUCP
*Publicado en http://puntoedu.pucp.edu.pe/ el 30/6/16