Un 15 a los 40
Tener 40 es como doblar de esquina, o como nos dijo alguien, estar en planilla, no nombrado. Si es que en estos tiempos de flexibilidad o precariedad, como afirman muchos, es la norma estar nombrado.
Para quienes por una u otra razón no se han casado, la vida social pierde intensidad. No calidad, sino intensidad, en la medida que la disponibilidad de nuestro entorno es más restringido, y como quiera que trabajamos duro aquí y allá para agenciarnos recursos, los fines de semana son una buena ocasión para sacarle la lengua a los problemas, a la soledad o a la quietud. No estamos hablando de grandes expectativas, encontrar a alguien o solucionar problemas, sino de simplemente divertirnos, aunque claro, nuestra diversión guarda -más allá de matices- algunas similitudes con la actual.
Recibir una tarjeta de quinceañero de la hija de un colega es una muestra inequívoca que el tiempo pasa, cosa que no negamos, sino que simplemente, tratamos que no nos afecte, y queremos hacer algo de lo que hacíamos cuando éramos más jóvenes. Algunos convierten eso en un complejo de Peter Pan.
Con todo, aunque el asunto no nos entusiasmaba por su implicancia (15 a los 40), fuimos. Pero claro, previamente, fuimos a la casa de una compañera, donde estuvimos charlando, comiendo unas tapas -esa suerte de antipasto mediterráneo- de Tanta. Perdón, nosotros no comimos, no nos llamaba mucho la atención, pero sí brindamos.
Luego de esa reunión, nos dirigimos a la fiesta. Era un salón en una zona emergente, con luces de neón, y cerca a un gigantesco centro comercial. El lugar era amplio, pero en el fondo contenía lo mismo: adolescentes bien arreglados iniciando su vida social y tal vez, afectiva.
Por supuesto, más allá del Danubio Azul, de estos rituales de los bailes entre familiares, y - para nosotros-una melosa canción de Michael Bolton, suponemos elección de la quinceañera, el asunto era bailar, aunque claro, en nuestra época era de The Cure, The Clash, AC/DC, Kiss, Stones, Zeppelin, y por supuesto, salsa clásica. Debemos aclarar, por cierto, que no bailamos bien, pero nos divertimos mucho intentándolo.
Ahora, está de moda pues el achorado ritmo de Pitbull, de Residente, de Lady Gaga, (suerte de Madonna), Katy Perry, de los hermanos Yaipén y los grupos de cumbia.
Dentro de nuestros colegas, todos también impecablemente arreglados, con terno y corbata, las damas con vestido de noche, bien peinadas. En ese tipo de fiesta, hay que lucir siempre regio o regia. Varios de ellos están casados. Nosotros bailamos y tratamos de pasarla bien, aunque no somos proclives al baile, pero bueno, había que transar con la realidad.
Un amigo nos dijo sobre encuestas, le dijimos ¡no… ¡no queríamos hablar de política, y casi nadie habló de ella. Felizmente.
A eso de la una de la madrugada, se sirvió la comida, la cual comimos con gusto, al igual que todos los invitados, y después de comenzó “la hora loca”, ese rito en el cual una par de jóvenes vestidos de payasos y con zancos, bailan y cantan con el (la) cumpleañero (a) y los asistentes.
Este estuvo algo bizarro, pues ver a uno de los muchachos, sin zancos, bailando Casachok, ese clásico baile ruso, era extraño. Todos lo miramos con interés. Si no bailábamos ritmos más lentos, menos iba ser con una melodía que había que seguirla, literalmente, de rodillas.
Después de eso, la fiesta continuó y a eso de las 3:00 a.m. y luego de departir, nos regresamos a la casa. Pese a no ser “nuestra fiesta”, o las de antes, nos divertimos, porque era una manera de sentirse vital y olvidar los problemas. La semana siguiente tendríamos otra. Nada mal para tener 40.