Hay muchos motivos para sentir admiración por el Perú: La impresionante Cordillera de los Andes, el majestuoso río Amazonas, los más de doce mil lagos (entre ellos el Titicaca que es el lago navegable más alto del mundo), las cuatro mil variedades de papa, las miles de variedades de flora y fauna a lo largo de un territorio que cuenta con 84 de las 103 zonas ecológicas del mundo. La lista es extensa. Podemos agregar que la Maca y el Huanarpo Macho son componentes del revolucionario Viagra y que el sauce Llorón es componente de la Aspirina. Todas ellas raíces peruanas que contribuyeron a que en algún lejano laboratorio del primer mundo se crearan estos beneficios para el ser humano, sin olvidar los recientes logros mundiales de Kina Malpartida y Sofía Mulanovich en el deporte.
Pero, ¿no deberíamos ser más ambiciosos al momento de escoger nuestros motivos de orgullo? Después de todo, ¿no son estas virtudes de la naturaleza regalos divinos que heredamos sin esfuerzo alguno? ¿Acaso estos escasos logros deportivos (muy aplaudibles y dignos de toda admiración) no son los resultados, en muchos casos, de esfuerzos individuales que contaron con poco o nulo apoyo estatal?
Para empezar, debemos separar lo que es nuestro amor por el Perú de nuestros motivos de orgullo. Pese a todos los inconvenientes que nos hacen renegar y dudar a diario, el amor por el Perú existe y está presente en un porcentaje muy alto. Eso no está en cuestión. Pero, volviendo al orgullo, para alcanzarlo, ¿no deberíamos primero reconocer los objetivos que como nación buscamos? Como toda sociedad aspiramos a ser un país no dependiente con igualdad de oportunidades para todos sus ciudadanos, con gobiernos comprometidos al desarrollo general del país y con ciudadanos decididos a apoyar y contribuir activamente en ese desarrollo. Aspirar a un esfuerzo en común que nos permita a todos por igual sentirnos satisfechos por nuestros logros debe ser el objetivo, pero para ello necesitamos tener una identidad.
¿Nuestra independencia de los españoles fue un motivo de orgullo? Recordemos que ella contó con una ayuda foránea que tenía iguales intereses, y fue obtenida por un grupo de peruanos criollos que excluyó a los peruanos de otras etnias a la hora de tomar decisiones. ¿Estaremos tarde para imprimir un concepto de orgullo nacional que antes de esta era de la globalización, ayudó a los países ordenados del primer mundo a crecer con una pluralidad sin egoísmos?
Por favor, no confundamos el orgullo nacional con la ideología del nacionalismo que en latitudes no muy lejanas a la nuestra ha demostrado ser más destructiva que constructiva.
A diferencia de la mayoría de las naciones de este continente, en el Perú -voluntaria o involuntariamente, por humanidad o por interés- sus habitantes se mezclaron con los indígenas creando a través de los años un mestizaje que es parte de nuestra riqueza cultural, aunque algunos puedan considerarla un obstáculo más para alcanzar esa homogeneidad tan necesaria para crear identidad.
Esta opción de no eliminar y no segregar (aunque sabemos que estás dos acciones sí existieron, pero en un porcentaje mucho menor que en el resto de nuestros países vecinos) nos debería hacernos sentir orgullosos. Es cierto que muchos de nosotros procedemos de algún abuso de poder entre nuestros antepasados, pero también es cierto que en un porcentaje de nuestra sangre corre algún sentimiento no comprendido que se empecinó en florecer pese a provenir de dos mundos opuestos. Por este último motivo el mestizaje debería ser parte de nuestro orgullo.
Este mestizaje se convertirá en identidad cuando aprendamos a convivir en igualdad de derechos y responsabilidades sin importar nuestra procedencia cultural y anteponiendo el beneficio del país antes que el nuestro. Cuando dejemos de pisotear cualquier tímida intención de orgullo con pensamientos como: “Sólo en el Perú sucede algo así”, o “el peor enemigo de un peruano es otro peruano”. Frases que aparecen incluso en medios de comunicación como explicaciones acerca de algún acontecimiento absurdo.
Debemos crear una identidad primero para luego apuntar a un objetivo que sea, al momento de alcanzarlo, motivo de orgullo. El auge de la gastronomía es un primer paso sólido de orgullo nacional porque existe en él una identidad nacional que todos los estratos sociales reconocen y comparten. No basta con que nosotros lo entendamos y disfrutemos, debemos convencer al mundo entero de que en verdad tenemos una de las mejores gastronomías del planeta.
Este artículo no tiene intención de desmerecer los esfuerzos loables que en diferentes ocasiones nos han hecho sentir orgullosos. El buen rendimiento de nuestros hijos en sus estudios, el constante esfuerzo de las chicas del voleibol a través de los años, o la construcción de la casa propia en algún rincón de Lima por parte de ese provinciano que se vio obligado a dejar su terruño. Esos son orgullos individuales. Este artículo aspira a que tengamos conciencia colectiva de una identidad que tenemos que forjar para poder apuntar a metas en común. Busquemos ser ambiciosos.
*Comunicador Social, Universidad de Lima.