Fujimori y el mito maldito
Ocurrida la muerte del expresidente Fujimori, la polémica, la pasión y el odio probablemente continúen. Ahora, seguramente, habrá quienes quieran convertir su figura en un mito, pero será uno muy particular. Para algunos casi casi sagrado, para otros un mito maldito.
El régimen fujimorista es de luces, y también de sombras, hasta penumbras. El exgobernante tuvo la energía de aplicar un duro ajuste que fue el inicio de la recuperación económica del país (inflación baja, reservas internacionales en azul, deficit fiscal controlado, inversión privada) - por la crisis generada durante el dictador Velasco y exacerbada por quienes lo continuaron – pero también tuvo la energía de permitir que, la policía capture a los cabecillas terroristas, a la par de cambiar toda la estructura procesal de la lucha antisubversiva, algo que, tal vez, debería evaluarse ahora, para enfrentar la delincuencia. A Fujimori también le cupo el papel de cerrar la disputa fronteriza con el Ecuador, y de salir airoso del asalto emerretista a la casa del embajador japonés.
Pero bajo su mandato también se cerró el Congreso, y demás instituciones. No hubo siquiera un amago de hacerlo legalmente, aunque la opinión pública y las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional estuvieran a su favor; él fue responsable del envilecimiento de esas instituciones.
Su gobierno también demostró su escaso talante democrático al destituir al Tribunal Constitucional para lanzarse a su suicida tercera reelección, para no hablar de la compra de la prensa. Este sector ha pasado de los tanques de los militares a los maletines de Montesinos y ahora a los formales y escandalosos contratos de publicidad estatal.
Fujimori encabezó un gobierno autoritario y corrupto, apoyado por Montesinos, quien aplicaba su pérfido poder, sin duda, pero, en nuestra opinión, y a partir de lo que conocemos, no califica ni remotamente de genocida. Como tampoco fueron genocidas el régimen de García, ni el de Belaúnde. Pero los odios pueden más, de la mano de la ojeriza de un sector ideologizado, hoy encaramado en el poder, más que en el gobierno.
Gran parte del sector denosta a Fujimori con razón, pero relativiza o aplaude al gobierno militar (habría que recordar, por cierto, que Francisco Loayza, mentor de Montesinos fue asesor del dictador Velasco, y que el hombre de Inteligencia lo fue del general Enrique Gallegos, exministro velasquista). Muchos supuestos “lideres de opinión” que ahora peroran hablando de democracia, provienen del gobierno militar, mientras que otros han realizado trabajos para el fujimorismo, del cual ahora deslindan de una forma oportunista.
En la hora actual, cabe pues que el Perú y sus líderes tengan mucha serenidad, no se alimenten de odios, se procesen las diferencias políticamente, volteemos la página, y corrijamos lo pendiente, si es que realmente queremos avanzar, o sumirnos en una parálisis aún mayor, impulsada por odios.
El futuro del fujimorismo es tan incierto, hasta ahora, como el del país. Tal vez signifique una retirada de la vieja guardia y la continuidad de la presencia de Keiko Fujimori, quien, más allá de los abusos de los que ha sido objeto, no ha demostrado el liderazgo ni la capacidad para la arena política.
Pero nos extrañaría que se genere un mito, sagrado y a la vez maldito.