Chávez y el fracaso del siglo XXI
“En América Latina lo mejor que puede hacer uno es irse”.
Simón Bolívar, citado por Carlos Alberto Montaner, escritor cubano radicado en España. (”El Comercio”, 2005)
Las revoluciones son producto del fracaso de los estados y especialmente de los sistemas políticos. En América hemos tenido toda clase de formas de gobierno: militares, civiles, cívico- militares, pero por lo general el denominador común ha sido la ineficacia del sistema político.
Ha sido esta ineficacia la que ha alimentado casi siempre el ímpetu revolucionario. Sin duda, la revolución latinoamericana por excelencia es la cubana. Ocurrida en 1959 y liderada por Fidel Castro, fue el paradigma de todos los revolucionarios latinoamericanos, políticos y académicos. Desde literatos como García Márquez y Vargas Llosa hasta para políticos como Allende o militares como Velasco. El socialismo era el sistema del futuro, y para construirlo había que destruir el presente. No importa si el nuevo sistema fuera peor que el anterior. Había que acabar con la oligarquía, el imperialismo, y todas las taras tercermundistas que nos impedían desarrollarnos dignamente.
Castro y sus seguidores eran los héroes. La Habana era el dorado, y Cuba el paraíso. Es como dijo el cantautor argentino Alberto Cortez: “en Latinoamérica queremos vivir como los estadounidenses sin trabajar como los japoneses”. En el proceso revolucionario, había que terminar con todo vestigio del sistema antiguo, y esto pasaba por quitarle a los poderosos y a los pudientes, no de crear riqueza. Robin Hood como político.
Las empresas fueron expropiadas, los medios silenciados, la economía destruida y la población empobrecida. El mercantilismo como práctica empresarial sobrevivía en la medida que encajase en la lógica y praxis revolucionaria, mientras que los gobiernos dilapidaban las reservas, obtenían préstamos y se acercaban al régimen de Moscú. Los sindicatos pasaron a ser brazos de extensión de la izquierda. Por eso era común ver a líderes revolucionarios hacer constantes viajes a la isla.
Pero la revolución quería cambiarlo todo. Reformó la educación, eliminó la propiedad (incluso la pequeña). Todo aquel que disentía en algo - así fuera un socialista - pasaba ser un contra revolucionario. La discrepancia estaba prohibida.
En el Perú, durante el régimen militar, se creó el “Estatuto de Libertad de Prensa” que no hacía más que desaparecerla. Se trataba de la censura de una dictadura de izquierda. Al igual que podía hacerlo - o lo hace - una dictadura de derecha.
Lo demás era lo de siempre: gritos, teatralidad y prepotencia. Tanques para dominar el país o expropiar a las empresas.
En los años 80, América Latina regresó a la democracia, pero su sistema político no cambió. Siguió produciendo miseria, desigualdad e ignorancia. Y ahí aparecería la nueva revolución, a fines de los 90, con una Cuba languideciente, sin subsidios de Rusia, y con sus playas, así como un turismo concesionado a las empresas españolas. Chile soportó una una feroz dictadura de derecha que sin embargo tuvo políticas económicas acertadas que llevaron a la izquierda chilena (durante los 90) a darle continuidad a esa política económica heredada de la dictadura, conservándola como una política de estado, y con los resultados que todos conocemos.
Pero eso no ocurrió en Caracas. Venezuela era uno de los países más ricos del mundo. Poseía petróleo, recursos, así como una democracia formal y estable, pero no eficaz. Desde fines de los 50, adecos y copeyanos se turnaban el poder. Un régimen que les sirvió a los políticos, pero no a los ciudadanos. En 1992, el coronel Hugo Chávez, protagonizó un golpe de estado, y fracasó. Fue sentenciado.
Años más tarde el ex presidente Caldera lo liberó. Entonces, Chávez se lanzó como candidato antisistema y ganó, en la medida que sectores no representados votaron por él, creyendo en sus promesas de desarrollo instantáneo. En las entrevistas concedidas, remarcaba que no iba a estatizar nada y que iba a respetar los derechos humanos. Exactamente igual que lo hacen todos los dictadores.
Para el 2002 estaba encumbrado en el poder, sintiéndose el delfín de Fidel, pero un grupo de generales descontentos lo derrocó. El coronel supo revertir la situación, y envalentonado, decidió exportar su modelo, para lo cual escogió países más pobres que el suyo: Ecuador, Bolivia y Nicaragua.
La estrategia fue siempre la misma: ensalzar “el antisistema” que lo cambiaría todo rápidamente y para bien. No importa lo que opinara la gente, ni lo que hiciera el mercado - el cual no se puede eliminar por decreto ni, mucho menos, estatizar- .A más pobreza y más abuso, más revolución.
Chávez con sus petrodólares ha complicado aún más el panorama de América Latina, tratando de exportar su modelo, mientras que la mayoría de sus políticos y sus sistemas continúan siendo ineficaces, de tal manera que cada elección se puede convertir en un viaje a una dimensión conocida ahora como el “Socialismo del siglo XXI”, que será recordado como “El fracaso del nuevo milenio”.