César Vallejo – Morir en París, poesía y realidad
La pertinaz lluvia se abatía sobre una nostálgica París en aquel lejano 15 de abril de 1938, mientras en un hospital de la ciudad en el que había estado internado más de una semana, se apagaba la vida de César Vallejo. Era Viernes Santo y por extraña y trágica coincidencia se cumplía, en parte, la premonición que había vaticinado el insigne poeta cuando en su poema «Piedra negra sobre una piedra blanca» escribió: me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo.
Poeta, narrador, ensayista y educador, César Abraham Vallejo Mendoza es considerado uno de los mayores innovadores de la poesía del siglo XX en todos los idiomas y uno de los máximos exponente de las letras peruanas y si bien abordó en su obra literaria la mayoría de los géneros, es comúnmente aceptado que fue en la lírica, donde alcanzó su verdadera dimensión y su más alto nivel de expresión.
César Vallejo había nacido el 16 de marzo de 1892 en la ciudad andina de Santiago de Chuco al norte del Perú, fruto del matrimonio de Francisco de Paula Vallejo Benítez y María de los Santos Mendoza Gurrionero. Su apariencia mestiza se debió a que sus abuelas tenían ascendencia indígena y sus abuelos españoles; fue el menor de once hijos de una familia provinciana que profesaba una gran devoción cristiana y anhelaba que el niño se convirtiera en cura, circunstancia esta que incidió en su formación intelectual y explica en cierto modo la presencia en su poesía de abundante vocabulario bíblico y litúrgico.
Intentó y fracasó más de una vez, siempre por acuciantes razones económicas, lograr una instrucción universitaria, hasta que finalizando el año 1915 obtuvo su bachillerato de letras en la Universidad de Trujillo con una tesis sobre «El romanticismo en la poesía castellana». En 1919 publica su primer poemario, titulado Los heraldos negros, cuya obra inicial es un poema homónimo, muestra de su gran talento.
En 1923, luego de publicar en Lima su primera obra narrativa «Escalas Melografiadas», decide viajar por algunos países de Europa para instalarse finalmente en la capital de Francia; no imaginaba por entonces que nunca retornaría a su patria.
Los primeros años de su experiencia en el viejo continente estuvieron marcados por la pobreza y grandes penurias económicas, que le provocaron un profundo desgaste físico y emocional. Conoció e hizo amistad con poetas e intelectuales como Vicente Huidobro, Gerardo Diego y Juan Larrea y junto a ellos participó asiduamente en actividades de sesgo vanguardista.
Al estallar la guerra civil española en 1936, César Vallejo colaboró activamente en la fundación del Comité Iberoamericano para la Defensa de la República Española, en esa labor estuvo acompañado por otro gran escritor, Pablo Neruda. En julio de 1937 regresó por última vez a España para asistir al Congreso Internacional de Escritores Antifascistas. En esa etapa de su vida ya había abrazado con fervor las teorías de Karl Marx, adhiriendo al comunismo, pero conservando ideológicamente una postura muy personal, compatible con sus preocupaciones religiosas y estéticas; rechazaba además el dogmatismo y la reducción de la literatura a finalidades proselitistas y advertía en el ideario marxista una senda de justicia y liberación del hombre, pero nunca una solución a las grandes cuestiones metafísicas.
César Vallejo fue autor de una poesía humana y comprometida, caracterizada por una permanente inquietud renovadora y una firme convicción de independencia frente a las influencias del momento histórico. Acostumbraba corregir mucho sus textos puesto que casi nunca quedaba satisfecho con lo que escribía.
Su personalidad singular, que lo llevó a ser un hombre, melancólico y torturado y en apariencia vulnerable, estaba dominada por un rasgo distintivo y relevante: una exacerbada sensibilidad ante el dolor propio y colectivo y fue un factor determinante en la conformación de su personalísimo estilo.
De su trascendente obra literaria se pueden destacar, en narrativa: «Escalas melografiadas», «Fabla salvaje», «El Tungsteno», «Paco Yunque» (cuento), «Viaje alrededor del porvenir» y «El vencedor».
En obras de teatro: «Les taupes» (escrita en francés), «Entre las dos orillas corre el río» y «La piedra cansada». Ninguna de las cuales fue estrenada o publicada durante su vida.
En poesía: «Los heraldos negros»; «Trilce»; y entre sus poemarios de publicación póstuma,» Poemas humanos» y «España, aparta de mí este cáliz», ambos publicadas en 1939.
Porque conocer significa reconocer, para recordarlo compartimos tres de sus más bellos y emblemáticos poemas:
LOS PASOS LEJANOS
Mi padre duerme. Su semblante augusto
figura un apacible corazón;
está ahora tan dulce…
si hay algo en él de amargo, seré yo.
Hay soledad en el hogar; se reza;
y no hay noticias de los hijos hoy.
Mi padre se despierta, ausculta
la huida a Egipto, el restañante adiós.
Está ahora tan cerca;
si hay algo en él de lejos, seré yo.
Y mi madre pasea allá en los huertos,
saboreando un sabor ya sin sabor.
Está ahora tan suave,
tan ala, tan salida, tan amor.
Hay tanta soledad en el hogar sin bulla,
sin noticias, sin verde, sin niñez.
Y si hay algo quebrado en esta tarde,
y que baja y que cruje,
son dos viejos caminos blancos, curvos.
Por ellos va mi corazón a pie.
EL TÁLAMO ETERNO
Sólo al dejar de ser, Amor es fuerte!
Y la tumba será una gran pupila,
en cuyo fondo supervive y llora
la angustia del amor, como en un cáliz
de dulce eternidad y negra aurora.
Y los labios se encrespan para el beso,
como algo lleno que desborda y muere;
y, en conjunción crispante,
cada boca renuncia para la otra
una vida de vida agonizante.
Y cuando pienso así, dulce es la tumba
donde todos al fin se compenetran
en un mismo fragor;
dulce es la sombra, donde todos se unen
en una cita universal de amor.
CONFIANZA
Confianza en el anteojo, no en el ojo;
en la escalera, nunca en el peldaño;
en el ala, no en el ave
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.
Confianza en la maldad, no en el malvado;
en el vaso, más nunca en el licor;
en el cadáver, no en el hombre
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.
Confianza en muchos, pero ya no en uno;
en el cauce, jamás en la corriente;
en los calzones, no en las piernas
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.
Confianza en la ventana, no en la puerta;
en la madre, mas no en los nueve meses;
en el destino, no en el dado de oro,
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.
Así como su poemario Trilce, que derribó con su impronta innovadora las normas estéticas y retóricas creando un nuevo lenguaje poético, fue duramente criticado y hasta calificado de disparate, sumando fuertes opiniones detractoras por la utilización indiscriminada de vulgarismos, cultismos, regionalismos, tecnicismos, neologismos, arcaísmos y de múltiples figuras literarias que rompían todas las pautas literarias tradicionales; a criterio de sus defensores acérrimos fue, «El más grande poeta católico después de Dante, y por católico entiendo universal» en palabras del escritor franco-estadounidense Thomas Merton y «el más grande poeta del siglo XX en todos los idiomas», según el crítico literario y biógrafo británico Martin Seymour-Smith.
Georgette Marie Philippart Travers, una joven veinteañera a la que Vallejo conoció en 1927 e hizo su esposa en 1934 y que dejó viuda cuando solamente tenía 30 años, fue la responsable de preservar para la posteridad el invalorable legado literario de su marido. Fue ella también la que decidió el traslado de los restos del poeta al cementerio de Montparnasse, dedicándole un epitafio con mucho sentimiento y pesar:
«He nevado tanto para que duermas»
César Vallejo había escrito mucho tiempo atrás en una de sus citas:
¡Cuán poco tiempo he vivido! Mi nacimiento es tan reciente que no hay unidad de medida para contar mi edad. ¡Si acabo de nacer! ¡Si aún no he vivido todavía! Señores; soy tan pequeñito, que el día apenas cabe en mí.”
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