Walter Neyra: Réquiem por un periodista gonzo
La publicación de este artículo tiene un origen extraño, no sabemos si predestinado. Buscando material de interés para esta sección, encontramos esta interesante semblanza sobre Walter Neyra, quien fuera nuestro compañero de aulas. Recordamos su don de gente, su rectitud, y su capacidad.
Con esta nota del colega J.J. Maldonado lo evocamos.
El 1 de octubre se celebró el Día del Periodista. Formado en esta cantera, el escritor J.J. Maldonado escribió un emotivo texto en su cuenta de Facebook en el que recuerda a una persona clave para su formación. Con la autorización del autor, compartimos este sentido homenaje que el discípulo le dedica al maestro, aquel que lo iniciara en las apremiantes y temerarias coberturas, y quien ya no se encuentra entre nosotros: el periodista radial Walter Samuel Neyra.
Hoy es el Día del Periodista y por eso me gustaría recordar un poco a Walter Samuel Neyra, uno de los últimos mohicanos del periodismo radial, esa ya casi extinta raza de periodistas puramente orales que no solo olían la noticia como perros de caza, sino también que la sabían mostrar a través de la palabra hablada.
La primera vez que conocí a Walter fue durante mi prueba de ingreso como practicante a RPP Noticias, en donde nos mandaron a cubrir el levantamiento de un muerto en la Vía Evitamiento. Yo tenía diecinueve años, no sabía nada y estaba nervioso porque nunca había visto un cadáver en mi vida. Como no tenía idea de qué hacer en ese tipo de casos, le pedí un consejo antes de bajarnos de la móvil.
Entonces me dijo: “No te preocupes, chino, solo piensa que el muerto es un vivo”. No supe si estaba bromeando o si me estaba dando el peor consejo que se le puede dar a un practicante, pero le hice caso y al poco rato yo ya estaba tan acostumbrado al muerto que, ciertamente, creí que era un vivo. Cuando mandamos el despacho y regresamos a la móvil, Neyra me dijo: “Ahora sí ya eres periodista”.
Y en efecto lo fui, porque allí mismo me contrataron y desde entonces empecé a cubrir -como practicante de él y de otros reporteros- las cosas que sucedían en Lima y en algunas provincias del Perú.
Sin embargo, con él pasé mucho más tiempo porque cubrimos juntos la campaña presidencial del 2010-2011 (nos asignaron seguir a Ollanta Humala y ser su sombra) y así pude conocerlo un poco más, pues durante los viajes Walter Samuel se ponía elocuente, algo rarísimo en él, ya que por su extremada timidez era casi siempre parco, monosilábico e, incluso, gruñón, todo esto solo de entrada, porque cuando cogía confianza se volvía un tipo divertidísimo y entrañable hasta más no poder.
Para Walter Samuel Neyra, improvisar con palabras en un despacho en vivo era eso: un ejercicio artístico, casi de estilo. En los viajes, por ejemplo, se ponía a bailar vallenatos sin ninguna música de fondo, imaginándose el sonido y las letras, pensando en Colombia, ese país que tanto quería y añoraba como si fuera su propia patria. Luego, por pura pantomima, imitaba movimientos marciales o de soldado raso (a veces pensaba que lo perseguían agentes del Gobierno), y con el monopié de la cámara hacía aspas en el aire al igual que un ninja frente al monstruo.
Pero eso no era todo, también tenía sus momentos serios o solemnes en donde me contaba cosas del oficio: cómo levantar una nota, el valor de las repreguntas, qué hacer si el entrevistado te enfrenta, cómo vencer el tartamudeo (él lo era, siendo un periodista radial), la precisión de las palabras (una persona no se “evacua” —a menos que se ponga un enema—; un incendio no se “origina”, etc.) y, sobre todo, el arte de la improvisación, pues para él, improvisar con palabras en un despacho en vivo era eso: un ejercicio artístico, casi de estilo.
Algunas veces me contó también que cuando era más joven los periodistas radiales utilizaban el anacrónico “ring” para hacer sus despachos; luego, cambiaron el método por unos transmisores que eran como una especie de caja que llevaban colgando al pecho y, mucho después, por unos teléfonos satelitales del tamaño de un ladrillo. Escucharlo hablar así, me hacía sentir parte de épocas lejanas, de periodos históricos del periodismo que nunca más volverán a repetirse. Y eso más o menos era él, un periodista de los últimos que quedan, casta antigua a punto de extinción.
Dicen por ahí que el periodismo, como la prostitución, se aprende en la calle y se vende al mejor postor. Yo no sé si se haya vendido alguna vez al mejor postor; al menos cuando trabajamos juntos siempre lo vi y escuché rechazando comisiones “mermelada” (incluso una vez llegó a insultar al jefe de informaciones cuando se lo propuso). Lo que sí sé es que Neyra fue un periodista con mucha calle, de esos que un rato pueden estar cubriendo una conferencia en Palacio de Gobierno para luego, sin ningún problema, meterse en un incendio, y después ir a Jirón Ocoña para cotizar el precio del dólar, más tarde cubrir un cónclave en la embajada de EEUU, y terminar el día en el terminal pesquero de Chorrillos.
Sí, ese era Walter Samuel Neyra y así lo recuerdo yo. Él murió hace tres años a causa de una enfermedad y ahora, pese a estar muerto, “pienso en él como en un vivo”, ya que esas fueron las primeras palabras que me dijo al conocerme y al enseñarme cómo era ser un periodista.
*J. J. Maldonado (1990, Lima) es periodista. Ha trabajado en medios como RPP Noticias, Perú.com (El Comercio), La República y Radio San Borja. Autor de "Los Buguis" (Narrar, 2015), "Quien golpea primero golpea dos veces" (Campo Letrado, 2019) y "El demonio camuflado en el asfalto" (Revuelta 2019). Ha escrito ensayos literarios y de crítica audiovisual en la plataforma digital de Librería Sur y la revista Buen Salvaje. En 2015 ganó el concurso de relatos “Narrador Joven del Perú” de la Fundación Marco Antonio Corcuera. Ha obtenido también accésits de los primeros tres lugares del Cuento de las 1000 Palabras (revista Caretas) y del Premio Copé de Cuento (Petroperú).
Publicado el 2 de octubre en https://enlima.pe/blog