Apuntes (personales) sobre el encierro
Concluido, esperemos, definitivamente este prolongado, inefectivo y draconiano encierro, empezaremos por decir que eso es lo que ha sido. No un “confinamiento”, ni mucho menos un “aislamiento social voluntario”. ¿Alguien así no más decide “aislarse voluntariamente”?
Durante este periodo, miles de peruanos hemos soportado anodinas presentaciones -llamarlas conferencias de prensa resulta imposible -, con periodistas taimados y temerosos de poner en cuestión al poderoso gobierno y sus secretarios- al cual le deben, indirectamente su trabajo, a través de la malhadada propaganda estatal.
También hemos soportado ridículas prohibiciones de circulación por género, domingueras, amenazas de detenciones, multas y todo tipo de abusos. Hasta las reuniones íntimas familiares han estado perseguidas, con la vigilancia policiaca de soplones voluntarios.
Además, se tenía que ver, constantemente, insufribles colegas hablando de quedarse en su casa, mientras ellos y las autoridades disponían mayor libertad de desplazamiento. Y cobraban, probablemente, su sueldo completo y a tiempo.
Pocas veces en nuestra vida hemos sentido tan violentado nuestro derecho constitucional al desplazamiento y al trabajo, barnizado con el supuesto argumento de salud pública, que en el fondo, como se sabe, no ha sido ni medianamente protegida. Problema del que pueden dar fe pacientes, doctores y fuerzas del orden que han tratado de cumplir sus verticales órdenes sin el equipo apropiado. Todo esto mientras que los Morales, Cisneros y el Ministerio de Transporte y Comunicaciones gastaban en consultorías y contrataciones harto cuestionables. Pero, para gran parte de la prensa el mayor problema lo constituye “el grupo de irresponsables” que conspiran contra la medida.
Además hemos visto muchos médicos, quienes sin el más mínimo conocimiento de economía, invocaban - con un desparpajo impresionante - que todos se queden en sus casas. La mayoría sin trabajar, lo cual podría ser válido en otros países. Si nos hubieran condonado los impuestos, obligaciones y si hubieran repartido alimentos por 3 meses quizás. Y no todo se puede hacer por Internet.
Nos encontramos escandalizados y horrorizados de que muchos de estos profesionales -convertidos en la voz oficiosa del gobierno de facto- no hayan considerado plantear otro tipo de medidas que resulten verdaderamente efectivas, y que no empobrezcan a los peruanos. Tarde se han dado cuenta.
Sorprende, o quizás no debería sorprender, que se haya apelado a una medida tan simplista, mientras que se dejaba de comprar camas, oxígeno, ventiladores, y se despilfarraba el dinero en consultarías y contrataciones. Eso, para no hablar de refinerías, en un país que no es productor de petróleo, o de juegos, en los que ahora hemos resultado perdedores.
Nos cansamos también del populismo barato y autoritario del régimen, el cual -siguiendo la tradición de estos años- solo supo responsabilizar a los demás de la escasa eficacia de la brutal medida a los bebedores irresponsables, transportistas, comerciantes y clínicas (contra las cuales lanzó una bravata, dejándonos con ello un terrible tufo estatista).
Estamos hartos de ver el abuso contra mototaxistas y vendedores ambulantes, cuyo mayor delito ha sido trabajar en la calle, y a quienes hemos visto cómo los golpeaban y les confiscaban su mercadería una y otra vez, como si su vida no valiera nada. Y gracias a la insensata medida del gobierno ahora tenemos más informalidad, mientras los delincuentes callejeros y de oficina transitan con libertad.
Por último, fuimos testigos hasta el último minuto de contradicciones entre los propios secretarios palaciegos, lo cual significa que han estado actuando al "tun tun", y las consecuencias están ahí: 10000 muertos de marzo hasta la fecha. Las cifras de la época del terror oscilan entre 30 mil y 40 mil muertos, en aproximadamente 20 años.
Para colmo, y demostrando su ignorancia y mostrando su agresividad, amenazan con mantener un toque de queda (solo Dios por sabe las razones) y con volver a aplicar una medida que no ha funcionado. Como si fuéramos niños con un padre autoritario al que tenemos que obedecer ciegamente y entrar a la casa cuando “él lo dice” y, ante el reclamo del niño contesta “porque sí”, bajo pena de sanción.