El que falle menos
A poco menos de un mes de la segunda vuelta, observamos que la campaña de la segunda vuelta se desarrolla en medio de ataques y en el mejor de los casos ironías. La política peruana genera carcajadas, aunque no sea graciosa. Ver dos políticos en polémica puede ser una exquisitez para un ciudadano común o quienes buscamos hacer análisis político, pero nada más.
El problema es que la política debe ser un espacio de discusión y acuerdo sobre gobernabilidad, políticas públicas, bienestar y libertades. Pero esto suena tan lírico como utópico, digno de una cátedra de Derecho y Ciencias Políticas.
En realidad, fundamentalmente, nuestra campaña electoral es un festival de sarcasmos, ataques y descalificaciones, pero muchas veces de errores y fricciones dentro de los mismos grupos que aspiran al poder, y que al parecer contienen alas que pretenden imponer sus ideas sobre los otros, no demuestran unidad, y que en un ejercicio peligrosísimo, pretenden celebrar antes de tiempo.
Fuerza Popular empieza por “puertas grandes”, “tubos”, y “minorías”, y aunque las declaraciones pueden haber sido correctas e incluso mal interpretadas, carecen de pertinencia. En un momento donde al keiko-fujimorismo se le exige consecuencia y no soberbia.
Peruanos por el Kambio, por su parte, exhibe una clamorosa crisis de vocerías, con un líder que se va cuando las papas queman, y cuyos representantes son incapaces de explicar las supuestas bondades de su propuesta sobre un seguro de desempleo, sistema que se aplica en países como Estados Unidos y España.
A esto se suman adhesiones cuestionables, denuncias de mayor o menor peso. Pero lo que se ve fundamentalmente es una crisis generadas por voceros de ambos grupos, especialmente en Peruanos por el Kambio, y la incapacidad de dar un mismo mensaje y un solo discurso. Características que hablan por sí mismas de sus deficiencias.
En este escenario, ambos movimentos han hecho tablas. Se afirma que un triunfo de la señora Fujimori significaría avalar la dictadura y la corrupción, pero señalar eso sería como decir que un triunfo de Pedro Kuczynski reivindicaría un toledismo, o lo que es peor, un belaundismo, régimen del que actual candidato fue funcionario y ministro, en los años 60 y 80.
Hacer este tipo de afirmaciones implicaría además subestimar a los peruanos, quienes hemos aprendido a combatir y a rechazar todo lo que signifique abuso, caos y corrupción, y donde la prensa y la opinión pública - hoy expresadas en calles y redes - juegan un papel vital y vigilante. No estamos en 1968, ni en 1992, ni mucho tenemos que creer en historias oficiales.
El ganador de estas elecciones será quien, como en los mediocres partidos de fútbol del torneo local, no haga más méritos que su rival, sino aquel que cometa menos errores, y tenga más resto físico. Y emocional.