Crónicas de noches II
En esta segunda historia del amigo de mi amigo, este grupo se reunió en ese bar que probablemente esté cerrado en fechas como Viernes Santo, no por un tema confesional, sino porque como personas normales aprovechan el día para descansar.
Había pasado un par de meses desde que se reunieron, y nuevamente había la intención de divertirse.
Tragos van, tragos vienen, uno de ellos mencionó que hacemos acá, a lo que el otro respondió que había que esperar a partir de la 1 de la mañana, en vista que –añadió- a esa hora las chicas se desinhiben. Luego de terminar una botella de ron, pensaron: ya es hora.
Alrededor de la una de la mañana se dirigieron a varios bares- discoteca, uno tras otro, sin suerte. Hasta que entraron en uno, y tan pronto comenzó a mirar, a nuestro amigo la llamó una chica joven, simpática, de cabello castaño y ojos pardos, claros. Bastante bebida, por cierto, bailaron, luego el amigo prefirió mantener una distancia, pero pensó: guapa, aunque muy bebida. Hasta que la chica lo volvió a llamar, conversaron muy poco y le estampó un beso, y dijo, en un inglés mascullado por el alcohol, I love you. El amigo respondió el beso, y luego ella añadió una frase muy extraña: lo siento.
Le preguntó su nombre y se lo dijo, pero la verdad es que no podía hablar mucho, casi nada. Así estuvieron él, bastante lúcido, y ella en un estado catatónico. Tomaron algo más, se besaron unas cuantas veces, mientras los amigos de ella se divertían entre ellos, y los amigos de él trataban de comprender que estaba ocurriendo.
Luego ella insistía en ir a la barra, donde permanecieron animadamente, hasta que a los dos les ordenaron que se vayan. A él lo sacaron de los codos, y a ella también. La chica se iba sin sus cosas, ni se acordaba. Una vez afuera del local, él la acompañó hasta que sacó sus pertenencias, a lo que la chica inexplicablemente se negaba- y trató de embarcarla en un taxi, pero se resistía dar un destino, hasta que se retiró.
Como quiera que los amigos de él se habían ido, nuestro amigo también se fue. Le perturbaba que el alcohol hubiera sido una barrera de comunicación, y en su interior también se preguntaba si él también lo hubiera sido, más de una vez, en una situación similar.
El alba empezaba a despuntar, y era hora de partir. Había sido una noche bizarra, interesante, y también, por supuesto, truncada.
Mientras llegaba a su casa, él se preguntaba qué tanta suerte había tenido, sin dejar de recordar los peligros que podía acarrear la noche. Que a veces tiene forma de curvas.