Doble cara y enajenación
Que el gobiernismo dinamite la comisión, supuestamente, investigadora del caso López Meneses no tiene nada de especial. Ni tampoco que las autoridades gubernamentales señalen una y otra vez que esto se sancionará y se aclarará. O que el premier César Villanueva se vuelva invisible cuando más necesaria sea su presencia.
Lo que nos debe aterrorizar es que gran parte de la oposición, prensa y opinión pública, no le dé a este episodio la importancia que realmente tiene y que pone, nuevamente, "en agenda" para usar un término recurrente en la fraseología gubernamental, el real o imaginario vínculo del montesinismo con el humalismo, si es que se comprueba que el señor López Meneses fue o es un operador montesinista. Algo que en otros escenarios y con otros actores, como Keiko Fujimori o Alan García, hubieran generado, probablemente, una crisis política terminal con censuras de gabinetes, o quién sabe, pedidos de vacancia.
Para los amigos del gobierno, que no son pocos, hablar con claridad y ser honesto con sus convicciones es desestabilizar la democracia o hacerle el juego a la corrupción. Cuando se pidió investigar las denuncias a Vladimiro Montesinos con el narcotráfico, el fujimorismo respondió que se investigue el narcotráfico, lo que era crear un cajón de sastre para que no se investigue nada con seriedad. Cuando estalla el caso López Meneses, la primera dama señala que la denuncia se debe investigar desde los 90. ¿Suena familiar?
En este gobierno, y lo hemos dicho más de una vez, se repiten vicios y rasgos que le criticamos acremente a la autocracia fujimorista, que en su último tramo se encaminaba firmemente a ser una dictadura. Y varios de sus voceros atacaban a las voces que osaban criticarlos. En tal sentido, las recientes declaraciones del presidente contra el grupo "El Comercio" son pruebas de los rasgos autoritarios del régimen, que puede haber evolucionado en lo económico, pero no lo suficiente en lo político, y no tolera ni cuestionamientos ni fiscalización.
Parece ser, pues, que lo que nos indignaba durante los 80 y 90 hoy nos parece natural y admisible. Estar alerta y pedir actuaciones más eficaces y serias de los estamentos que deben investigar estos casos, es ser golpista, atacar a la democracia o sandeces por el estilo. Un espejo de dos caras y un doble estándar.
Cuando los hechos ocurrían en otros gobiernos eran escandalosos, merecían paredones portátiles de la oposición, prensa y opinión pública, hoy manifestadas también en las malhadadas redes sociales. Hoy, pese a los vasos comunicantes entre los hechos actuales y los pasados, los destapes de ahora se consideran casos aislados. Y estamos más pendientes de los amores de un alocado futbolista. Enajenación.
Llama también la atención la similitud entre las actuales circunstancias y las de los 90 cuando aparecían personas muy respetables dentro del fujimorismo para desmentir denuncias, mientras sus mastines atacaban sin piedad a los críticos internos y externos. Hoy, no tenemos elementos de juicio para dudar de los señores Óscar Valdez, Juan Jiménez, ni César Villanueva, pero nos queda la sensación de que, al igual de lo ocurrido durante el fujimorismo, existen otros elementos con una cuota de poder y un proyecto político propio, no sabemos si encabezado por el presidente y su esposa. Un compartimento estanco que habría que desactivar. Espejos de dos caras y una suerte de enajenación colectiva que nos puede llevar por senderos autoritarios, los cuales, hace tan solo unos años, deplorábamos.