Entre la algarada y la dictadura del "progresiariado"
Transcurridos varios días de los dramáticos episodios que significaron la asunción de Francisco Sagasti, podemos afirmar que la destitución de Martín Vizcarra fue constitucional, de acuerdo a ley, y legítima, si nos atenemos al cada vez mayor descontento de la población frente a su incapacidad, su prepotencia, y sus cada vez más cuestionables acciones de gobierno.
De igual modo, podemos decir, sin temor a equivocarnos que la elección de Manuel Merino fue una medida correcta, constitucional y encaminada a culminar con un periodo de inestabilidad, y dudas sobre el gobierno de Vizcarra. Su mayor error fue, en nuestra opinión, poner a un presidente de Consejo de Ministros que no dio la talla, y subestimó, al igual que el fugaz presidente, a los enemigos políticos, que bien organizados convirtieron súbitamente a un congresista democrático en un político golpista.
Además se puede afirmar que los lamentables hechos producidos en las marchas fueron, básicamente producto de acciones violentistas de algunos manifestantes, como se observó en muchos videos y fotos que circularon en redes e Internet.
Las lamentables muertes de los jóvenes Inti Sotelo y Bryan Pintado deben aclararse a través de una exhaustiva investigación. No es correcto emitir juicios a priori de políticos desubicados y oportunistas, algunos de los cuales tienen una ojeriza contra nuestra policía.
En todo este drama, la prensa tuvo un papel decisivo y nefasto, al promover- luego de repetirnos casi como una letanía por 8 meses que nos quedáramos en casa- que la gente salga a marchar, olvidándose de la crisis sanitaria.
Por otro lado, causa también extrañeza que supuestos divulgadores científicos incentiven la presencia de personas en esta marchas, violentas, masivas y focos de contagio, en una actitud que más parece a la de un activista político. Y que después quieran subsanar con patéticas y extemporáneas explicaciones.
Resulta realmente canallesco que congresistas como Alberto de Belaúnde y algunos colegas hablaran de “desapariciones” y luego misteriosamente de apariciones, sin pedir disculpas a la Policía Nacional. Luego, De Belaúnde haría un ridículo video de Tik Tok. Pero eso no debe asombrarnos: es el mismo parlamentario que permaneció en la bancada de PPK, pese a las innumerables denuncias e indicios en su contra, y solo renunció a ese grupo cuando el expresidente Fujimori fue indultado.
En este contexto, hay que mencionar también que la elección de Sagasti-aunque haya sido promovida por la turba- fue tan constitucional como la de Merino, y es ridículo que congresistas que votaran por el congresista populista hoy casi se flagelen por las consecuencias de ese hecho, en las que no tienen ninguna responsabilidad.
Es gravísimo para nuestra vida institucional que las algaradas impongan su gusto y las decisiones políticas del país, amenazando a diversos estamentos como congreso, ejecutivo y policía con sus acciones si es que no acceden a sus caprichos, lo cual constituye un seguro camino para convertirnos en un estado fallido. Es “la dictadura del progresiariado”.
Es también deplorable que estos grupos amenacen y acosen a todo aquel que no le simpatiza, o que tome una decisión contraria a sus gustos e intereses. Hemos visto una peligrosa hostilización de estos grupos totalitarios, que tienen el cuajo de denominarse democráticos, y que en realidad, más parecen una degeneración de los valores que deberíamos demostrar en el bicentenario.
La gestión del presidente Sagasti resulta muy discreta, sin cuadros de interés. Es un gabinete con personajes ideologizados e inexpertos. Para empezar, el mandatario debe salir de su mundo paralelo y empezar a gobernar, y olvidarse de entrevistas que más parecen un juego de póker con sus familiares. En ese sentido, la prensa debería jugar un papel crucial, pero claro, solo hablamos en borrador.
La acción del exministro Cluber Aliaga, calculada, y probablemente torpemente ejecutada de asumir un ministerio tan álgido como Interior, tuvo un enorme mérito: en su último acto público mostró, documentadamente, a todo el congreso, que la Policía Nacional del Perú no es asesina. Así de simple.
La inestabilidad no la han creado los congresistas, sino en un principio la prensa, y algún sector de la academia, al promover la asonada que ocasionó la renuncia de Manuel Merino. Los hechos posteriores a la elección de Sagasti corresponden a la acción de sectores descontentos y también radicales, pero especialmente a la naturaleza del gobierno y de sus integrantes.
El régimen debe abocarse en comprar pruebas moleculares (lo que ahora se ha vuelto, al parecer, un tema tabú), en tratar de reactivar la economía, entregar el poder, y olvidarse de la demagogia y el dispendio. Lo demás es realmente secundario.