Sobre el teatro del absurdo (I)
Introducción
Los 60s fueron un período de significativa renovación para el teatro peruano. Si bien las creaciones escénicas de vanguardia de autores nacionales se remontan a los años 20 (sin haber sido publicadas ni puestas en escena en el país) puede afirmarse que la eclosión de formas teatrales experimentales en el Perú se produce recién a partir de 1960, cuando empiezan a subir a las tablas numerosas propuestas innovadoras, de la mano de un conjunto de autores peruanos influidos por tendencias internacionales de quiebre con las convenciones del teatro realista y aristotélico. Al final de esta década se consolidaría el vuelco más significativo en la concepción de la actividad teatral, particularmente en la de las vanguardias, que empezó a privilegiar las creaciones colectivas de contenido sociopolítico. Dicha tendencia devendría en la más importante de la escena del teatro de arte hasta finales del siglo XX.
Si bien la propuesta teatral no aristotélica que más tuvo más acogida en la escena nacional durante este período fue el Teatro Épico de Bertold Brecht (1), adecuado al tipo de obras colectivas comentadas arriba, hace falta estudiar la influencia de otras vanguardias para profundizar nuestro conocimiento de los espacios y tendencias que influyeron en la configuración del teatro peruano contemporáneo. Por ello el presente ensayo examina la influencia del absurdismo en las obras dramáticas de algunos autores de la década de los sesenta, periodo en el cual el Teatro del Absurdo representaba una de las tendencias más innovadoras de la dramaturgia internacional. Tomaremos como material de referencia una serie de obras cortas de autores representativos del período: Ipacankure de César Vega Herrera, la serie de piezas cortas contenidas en Pasos, voces, alguien de Julio Ortega, Los Ruperto de Juan Rivera Saavedra y El buzón y el aire de Gregor Díaz. Todos estos autores iniciaron su producción en los sesenta (si bien se mencionarán obras posteriores de los mismos).
El teatro del absurdo:contexto y premisas
El teatro del absurdo fue un fenómeno decisivo en el desarrollo del arte dramático de la segunda mitad del siglo XX. A diferencia de otras vanguardias que lo precedieron, no surgió como una propuesta definida de un grupo de autores. Se trató más bien de un conjunto de dramaturgos que empezó a producir obras siguiendo patrones similares en París tras el fin de la II Guerra Mundial. Entre ellos destacaron Samuel Beckett, Eugene Ionesco, Jean Genet, Arthur Adamov, Jean Tardieu y Fernando Arrabal. De hecho, la denominación de este movimiento fue acuñada en 1961 por el crítico literario británico Martin Esslin. La inspiración de los dramaturgos del absurdo, en general, procedía de las teorías escénicas del actor y director Antoine Artaud, que éste había denominado Teatro de la Crueldad y habían quedado plasmadas en su libro El teatro y su doble (1938). Dicha forma de teatro planteaba la reducción del empleo del lenguaje en las piezas dramáticas, concebir la puesta en escena como un acontecimiento ritual y visceral y como una confrontación, plasmada en acciones aparentemente irracionales, con las fuerzas metafísicas que escapan de la comprensión humana y que Artaud calificó como El Dios Salvaje.
El teatro del absurdo se conecta asimismo con la filosofía existencialista. Sus principales exponentes filosóficos, Jean Paul Sartre y Albert Camus, negaron que la existencia tuviese un significado metafísico y se refirieron al tremendo vacío del ser humano confrontado con la nada. El mito de Sísifo, ensayo de Camus sobre la futilidad de las acciones humanas fue especialmente significativo como base teórica para la propuesta teatral absurdista. Si bien éste último autor y Sartre escribieron obras teatrales que abordaban sus temas filosóficos, éstas eran en general convencionales en su contenido dramático y forma escénica. Serían los autores del absurdo quienes llevaron el sinsentido expresado en sus teorías hasta sus últimas consecuencias lógicas en el plano escénico.
Cabe destacar los siguientes aspectos en el Teatro del Absurdo:
Devaluación del lenguaje: Conlleva un estado de incomunicación entre los personajes, quienes cuando hablan en realidad no dialogan. Sus discursos, en general, no se relacionan entre sí.
Transgresión de las bases de la lógica: Se dejan de lado principios como los de identidad, no contradicción y de causa-efecto. Por tanto los personajes carecen de profundidad psicológica y tienden a realizar acciones aparentemente arbitrarias. Se presentan, asimismo, atmósferas oníricas, apartadas de la realidad cotidiana.
Cuestionamiento indirecto de las bases ontológicas de la condición humana: El mundo que los seres humanos habitan y su existencia carecen de sentido y de propósito. Este sinsentido no se expresa textualmente, pero se refleja constantemente en la arbitrariedad de las circunstancias dramáticas y de las acciones de los personajes.
En el teatro del absurdo se llevan a sus límites las premisas del teatro dramático. Quizás por ello resulte comprensible que se haya tratado de la última vanguardia escénica de envergadura que precedió a la irrupción de las performances, happenings e intervenciones, formas de teatro expresamente no dramáticas, a partir de los años 60.
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(1) Dicho autor alemán (1898-1956) uno de los más influyentes entre las vanguardias escénicas del siglo XX, elaboró el Teatro Épico como una propuesta que pretendía que las obras teatrales tuviesen como propósito principal la reflexión social y política y que para ello la puesta en escena, debía resaltar el carácter ficticio y alegórico de cada obra, para evitar una identificación emocional del público con su argumento y personaje.
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*Esteban Poole Fuller estudia Derecho y Comunicación en la PUCP y es miembro del grupo literario Suicidas.