Gracias, China
En los últimos 10 años, en el Perú ha ocurrido un fenómeno inusual: se ha iniciado un proceso de crecimiento, única forma de llegar al desarrollo.
Este proceso, se inició sobre las bases de un cambio de modelo económico realizado en los noventa, y se ha producido básicamente debido a los altos precios de nuestros commodities, principalmente minerales: oro, plata y cobre, que requieren principalmente países como China, que en los últimos 30 años ha reducido la pobreza en alrededor del 30%.
Aunque el gigante asiático posee todavía inmensos bolsones de pobreza en el campo, y también un futuro político incierto, pues es posible que su emergente clase media o alta quieran una mayor participación en la política y con ello erosione su pujante economía, pero es, hoy por hoy, y pese a la reducción de su crecimiento -quien lo diría-, una de las locomotoras del desarrollo.
Así, toda una generación de peruanos que estaba acostumbrada a oír frases como crisis económica, inflación, devaluación, y en los últimos 30 años violencia terrorista, hoy escucha términos como crecimiento, desarrollo, y frases como reducción de la pobreza, aumento del comercio, liquidez, boom inmobiliario y turístico y disfruta de los beneficios de este fenómeno, que es también producto de su indesmayable trabajo. Hasta los espectáculos culturales parecen tomar nuevos bríos.
Este hecho no hubiera sido posible sin aplicar también, un principio básico de la economía, que recién hemos asimilado en los últimos veinte años, y que cualquier ama de casa sabe desde siempre: nunca se debe gastar más de lo que se tiene.
Sin embargo, en vez de atesorar esta lección que tanto nos ha costado aprender y acelerar el proceso que ha permitido que la pobreza se reduzca drásticamente, nos hemos empecinado en trabarlo, vía hiper regulaciones y resurrección de empresas públicas como Enapu–Perú o Petro-Perú. Y no es que seamos privatistas, porque como usuarios sólo nos interesa que nos brinden un buen servicio a un precio justo. O como decía Deng Xiao Ping: no importa el color del gato, lo que importa es que cace ratones.
Otra de las cosas que parecemos empeñados en hacer, o mejor dicho permitir, es que grupos radicales traben cualquier tipo de inversión minera y de hidrocarburos, los que generan nuestras divisas, y que los pomposos programas sociales no productivos proliferen en nombre de la inclusión social, que curiosamente se financian con recursos mineros, nos distraen de la lucha contra la pobreza, y cuya eficiencia sería, al parecer, la principal razón del aumento de la aprobación del presidente en las encuestas. Por que la verdad, no encontramos otra, hasta que comiencen los problemas en Conga o revienten en Cañaris.
Lo que deberíamos emprender, y postulan varios economistas, con matices, es lo que han hecho países exitosos: reformar la estructura del estado, que implica, entre otros aspectos, medidas impopulares como despedir personal excedente, mejorar la educación, fortalecer instituciones, y en nuestro caso repensar el proceso de descentralización.
Estas medidas se vienen anunciando hace muchos años, y constituyen la única manera de sortear exitosamente la actual crisis internacional, y que se produjo, justamente, por algo que no estamos haciendo: regular el mercado inmobiliario e imitar un estado de bienestar europeo que se encuentra en la picota. Ya el 2009, la crisis paró en seco nuestro crecimiento, porque nuestros políticos viven de esto. Medran del caos, se aprovechan de la situación, llegan al poder, y después se olvidan. Ése es el perverso secreto de su vigencia: la inacción.
El país está, por ahora, bien, pero viene mal. De tumbo en tumbo, sin instituciones, con problemas graves de seguridad, de infraestructura, de educación.
Mientras que el presidente Ollanta Humala - cuyo nombre en quechua significa “guerrero que todo lo ve”, no vea esto, sólo nos quedará disfrutar el momento, olvidarnos del desarrollo sostenible, darle gracias a China, y lamentarnos después.