< Detras de la cortina

Tarapoto, la ciudad de las motos

Luego de nuestro viaje a Arequipa, estuvimos pensando cuál podría ser nuestro próximo destino, y aprovechando la invitación de un amigo, decidimos ir a Tarapoto, para lo cual compramos el pasaje con antelación e hicimos todas las coordinaciones necesarias.

Lo primero que hicimos, es, como era de esperarse, recorrer la Plaza de Armas, que es el reflejo de una ciudad en desarrollo, con un supermercado muy grande, Inmaculada, y donde se puede encontrar lo mismo que se encuentra en Lima. Llegamos el día de la Teletón, y a unos metros del centro de la plaza, degustamos los tragos exóticos que honestamente, nos parecieron muy fuertes.
En Tarapoto sí llueve. A todas horas, y sin aviso, llueve intensamente por largos períodos, de día o de noche. A veces, antes de la lluvia matutina, veíamos pájaros muy pequeños que tocaban las ventanas, algo que así nomás no se ve en nuestra vertical Lima. Debemos decir además que cuando más llueve, hay menos calor, y que, aun cuando la primera noche nos impidió dormir, es un regulador de temperatura. Sólo el primer día sentimos un calor agobiante. Antes de llegar creíamos - erróneamente - que nos íbamos a derretir, pero no fue así.
Tarapoto es un ciudad limpia, no vimos la suciedad que se observa en la capital. La ciudad es mestiza. De hecho, los primeros pobladores fueron nativos brasileños y guaraníes. De la zona son los cambazas, y luego llegaron los chancas (huancavelicanos). El nombre proviene de una palmera que se encuentra en determinadas zonas. Pero más que la ciudad de las palmeras, es la ciudad de las motos. Este vehículo es el principal medio de transporte, después del mototaxi. A las cinco de la tarde, las calles se llenan de estos vehículos, y nos llamó la atención ver a las tarapotinas con pinta de oficinistas y, por lo demás, guapas, manejando su moto con total naturalidad.
Luego continuamos nuestra caminata, y ya con el calor asediando, nos sentamos a disfrutar una riquísima cremolada de aguaje. Eso sería el principio de cuatro relajantes días. Por la noche fuimos a Morales, una zona que hace acordar a Magdalena del Mar, y en la que se encuentran varios restaurantes ubicados en una especie de berma central que separa la parte superior y anterior de una vía, una suerte de vía expresa. Los locales son amplios y están decorados con caravista. Ahí saboreamos pollo frito, yuca, cecina y también plátano en cantidades que nos dejaron más que satisfechos, tanto así que la mañana siguiente no desayunamos. Después de eso nos dirigimos al bar Musmuqui, y -en medio de relámpagos que no alcanzamos a ver, salvo los destellos- tomamos un trago exótico, uno no más, después cerveza, y encontramos a un nativo.
Pero la ciudad tiene muchos atractivos, empezando por el Huallaga y sus carreteras, lagos y lagunas. A medida que uno se aleja de la ciudad, se tiene una sensación de libertad, de amplitud maravillosa. Las fotos son "desenrollados parciales" de los paisajes. Nuestra modesta cámara (y aún una profesional) no puede captar toda la belleza de cada paraje.
Uno de los lugares más bellos de la ciudad es Lago Lindo (propiedad de Carlos González, dueño de Puerto Palmeras, y a quien le agradecemos sus atenciones). Salimos de Puerto Palmeras, un sitio muy bonito, con chalets y ambientes donde prima la madera, un comedor bello, billas, decorado con caricaturas y retratos de presidentes, y cuadros de influencia impresionista y boteriana, y además posee varias pinacotecas con obras de Rupay, Echenique, murales amazónicos y hasta un retrato del poeta español García Lorca. 
 
Gracias a la gestión de nuestro amigo, pudimos visitar esa laguna artificial bellísima, un solaz para desconectarse de la "vida moderna" y con toda la infraestructura necesaria. Para llegar se va en camioneta, luego un tramo se hace a pie, por hora y media, por la selva, con la ayuda de un guía por supuesto, provistos de un repelente, unas sandalias más los anteojos y gorras de rigor, con mucho cuidado, evitando pisar las inzulas (peligrosas hormigas que provocan un dolor y parálisis de dos días). También conocimos el sauco, el grado, la cochinilla, un poderoso colorante natural, y algunos árboles como el cedro y la caoba, y descubrimos por qué su inmunidad ante la polilla. Es madera amarga y las polillas tienen – como muchos humanos - predilección por lo dulce.
 
En el camino también nos comentaron sobre cómo la zona fue abandonada por sus propietarios debido a las actividades criminales del MRTA, y posteriormente, cuando fue expulsado de la zona, la inversión regresó. El daño que ha hecho el MRTA ha sido terrible, desde sus ataques hasta promover invasiones en zonas urbanas. Sólo se ha superado por el trabajo de la gente (cultivan arroz), y en estos tiempos, café y chocolate,  además de ser un experiencia exitosa de cultivos alternativos a la coca y ha convertido a Tarapoto en el segundo destino turístico del país.
A mitad de un camino, vimos también bustos a medias del escritor Vargas Llosa, del expresidente Belaúnde, Toledo, y alguien del grupo, y uno de los guías, señaló que faltaba el del ex presidente Fujimori, por sus logros en pacificación.
Luego, en determinado momento, se retoma el viaje en camioneta, y se sube a una plataforma (algunos lo llaman bote a motor), en el que se cruza el río. La pregunta es ¿No sería mejor tener un puente? La persona encargada contestó. “El puente está en proyecto hace 34 años”. Sin comentarios.
En el lugar se puede hacer kayac, subirse a un bote, tirarse panza arriba (no es nuestro caso) y descansar en las cabañas, donde a las 10 de la noche se apagan las luces, y uno queda en perfecta comunión con la naturaleza. Sólo con una linterna. El comedor era de palafito sin ventanas, al igual que otros ambientes, y también había otros ambientes como salas de descanso y bares.
Llegamos a eso de las 11:30, con lo que nos quedaba un tiempo para retozar. Nuestro almuerzo fue pollo, cecina y chorizo amazónico, y plátano, y la verdad estaba muy sabroso. El almuerzo es a la 1 y a esa hora, precisamente, sentimos un ruido que nos sobresaltó, era ping pong, un hermoso tucán - faltaba más - que bajaba a almorzar. Asombrados por un hecho tan magnífico como inusual para nosotros, buscamos apurados nuestra cámara, pero sólo alcanzamos a tomarle una foto de perfil. Según nos cuentan, se cuelga del hombro de las personas, recibe comida de la boca, aunque otros nos dijeron que abría el pico y atrapaba la comida como los de su especie.  
La travesía termina con un paseo en la lancha por la Laguna Azul, y realmente, la sensación de atravesar su inmensidad es increíble. En este viaje, además, nos movilizamos en avión para llegar, en mototaxi en la ciudad y en bote. 
 
De vuelta en la ciudad, y ya de noche, fuimos a otro bar, donde encontramos gente animosa departiendo y tomando cerveza, y muchas motos estacionadas frente a los locales. En realidad, era como un boulevard con varios bares. Las tarapotinas son atractivas, tienen una figura envidiable, por ahí se cruzan miradas. Aunque era nuestro deseo, nos recomendaron no ir a la discoteca.
 
Al día siguiente visitamos Lamas que es una comunidad quechua. Llegamos en mototaxi y de ahí en un auto que nos cobró 7 soles, e incluía una pantalla con videos de Ace of base, es grupo noventero, que, parafreseando a Andy Warhol, tuvo sus 15 segundos de fama, y al regreso con las cumbias, tan de moda en Lima. Ahí encontramos la cafetería Oro Verde, ganadora de un premio al mejor café, y cabe resaltar que en la zona se produce arroz  y chocolate, como el célebre Orquídea. Trajimos algo para la casa.
 
Lamas es un enclave quechua en plena selva, y aparte de sus calles afirmadas color cobrizo, y sus construcciones, algunas en adobe, y otras de otro material, destaca el Castillo de Lamas, una construcción que se asemeja a un fuerte europeo. Este castillo se construyó hace muy pocos años y constituye uno de los atractivos de esa localidad. Hay un museo de sitio y abajo se ha construido una versión pequeña de algo así como el Pasaje El Suche, en Miraflores, donde uno puede comer, beber y disfrutar de un espectáculo.
 
En el camino observamos una planta de REPSOL y otra de Petro-Perú.  
 
El último día visitamos la catarata de Aquashillaco, con poca presión de agua, tal vez porque no había llovido lo suficiente. Este viaje ha revivido nuestro gusto por la antropología: entender las cosas no por la política o economía, sino por los usos y costumbres de la gente. 
 
Debemos decir, para terminar, que hemos tenido enormes dificultades para ilustrar esta nota debido a la belleza de los lugares visitados.