Detras de la cortina

El Estado en su laberinto

Todos los ciudadanos tenemos una relación con el Estado, desde que nacemos con la partida de nacimiento, hasta que acudimos al registro civil o presentamos nuestra declaración de impuestos. Es, en suma, una relación de toda la vida. Por esta razón, debe responder a los ciudadanos y brindarnos servicios de calidad.

Desgraciadamente, eso no ocurre en nuestro caso. En los últimos 40 años ha aumentado su tamaño, pero no su capacidad, los derechos constitucionales que establece nuestra Constitución no se cumplen: a la vivienda, salud, seguridad y justicia.
 
El Estado es, muchas veces, ineficiente y corrupto porque, para empezar, está sobredimensionado, lleno de empleados no capacitados ni profesional ni moralmente para servirnos, a quienes finalmente pagamos sus sueldos con nuestros tributos.
 
Una muestra de esta ineficiencia es el hecho que emplea alrededor de 60% de sus recursos en gastos corrientes. Es decir, pago de servicios y planillas.
 
En los años 90 se realizaron algunas reformas, como privatizar y concesionar empresas públicas, y se redujo sustantivamente la planilla estatal. Este proceso fue paralizado por el proyecto político del ex presidente Fujimori, y hasta ahora no se retoma. El año 1998 se creó el Ministerio de la Mujer y Desarrollo Social, y en el quinquenio pasado, por exigencia del TLC, el Ministerio del Medio Ambiente, y el de Cultura (que pudo ser un viceministerio dentro del sector Educación) que tampoco camina, y que instituyó el "Día del pollo a la brasa" o ese tipo de iniciativas.
 
En vez de eso, el Estado podría dedicarse a crear o mejorar un sistema de museos, bibliotecas o teatros en las principales ciudades del  Perú. ¿Y el Instituto Nacional de Cultura? Dentro de esta lógica, el Instituto Nacional del Deporte podría ser un sub-sector de Educación, no sin antes, claro está, fijar las políticas de Estado. Pero en nuestro país se coloca usualmente la carreta delante de los caballos.
 
Durante el gobierno aprista, se le encomendó a la entonces ministra Verónica Zavala elaborar un propuesta de reforma, pero no se conoce en qué quedó. Sólo se habló de ventanillas únicas en ciertos ministerios. Eso, sin contar que en los últimos 20 años se han preparado unos 5 proyectos de reforma, pero no se han ejecutado en su totalidad. Algunas versiones mencionan uno que quedó encarpetado en el escritorio del ex premier Alberto Pandolfi.
 
Para emplear términos médicos, el Estado peruano ha sido sobrediagnosticado, pero no ha comenzado su tratamiento. Las únicas reformas en estos años han sido la unificación de SUNAT y SUNAD, la eliminación de la célula viva y la carrera pública magisterial, en la cual, al parecer, el régimen actual ha retrocedido. 
 
Por último, el gobierno humalista ha creado el Ministerio de Inclusión Social, supuestamente para unificar la gestión de los programas sociales, pero ha reducido el de la Mujer y Desarrollo Humano, convirtiéndolo prácticamente en un logo o un papel membretado. ¿Por qué no incluirlo en el sector de la Ministra Trivelli?
 
De todas estas instituciones, salvo tal vez, el Ministerio de Medio Ambiente, no se conocen sus beneficios, y si los tienen no se comunican.
 
A esto se suma un sistema de inversión pública que no la supervisa sino que en muchos casos la mediatiza, en un país donde la inversión en sectores sociales resulta imprescindible para sostener un crecimiento y promover el desarrollo, y una falta clamorosa de equipos técnicos en los partidos.
 
La reforma estatal debería concluirse, pero por supuesto que esto no será fácil, pues el gobierno ha mostrado trazas estatistas al pretender potenciar Petro - Perú, Enapu, bancos estatales como Agrobanco, que tampoco han mostrado ser muy eficaces. Si no que lo digan los campesinos y los productores. Los miles de empleados de la planilla estatal son un bolsón electoral para el gobierno de turno y los políticos, con los cuales no se quiere ni se puede chocar. Priman estos grupos de interés sobre la mayoría.
 
El Estado peruano está en su laberinto, y se ha convertido en un organigrama inacabable que no satisface a los ciudadanos. Si el régimen de turno quiere seguir trabajando para la oposición y los antisistema (más radical que el mismo cuando era opositor) puede mantener las cosas como están. No nos quejemos después.