< Detras de la cortina

Arequipa en pinceladas

La historia empezó un sábado a eso de las 12:30 del día, cuando recibimos la llamada de un amigo y nos dijo: “Vente a Arequipa, no gastas en alojamiento”.

Ciertamente, era el tipo de llamada que esperábamos. A fines del año pasado, después de nuestra visita a Huancayo, nos hicimos la promesa de viajar y - en la medida de nuestras posibilidades - conocer más el Perú.
Preguntamos en una conocida línea aérea por su oferta, pero ya no estaba vigente. Ante esta situación, buscamos en otras aerolíneas, y los precios nos parecieron elevados para un viaje de tres días.
Optamos por ir en bus, pese a las 15 horas de viaje. Salimos a las 9:15 de la noche del terminal. El recorrido fue lento pero sin problemas, pasamos por toda la carretera que por momentos se nos hizo interminable. Cuando nos acercamos ¡al fin¡ a nuestro destino, varias horas después, vimos la Comisaría El Triunfo, con una pared descascarada, luego apreciamos la belleza de las costas de Chala y Ocoña. El hotel de Chala destaca por su belleza.
A la entrada de Camaná, unas áreas verdes nos reciben, y ya en la ciudad, en la única parada del bus, aparecieron los infaltables vendedores ambulantes ofreciendo periódico y galletas.
Hasta ese momento, lo que pudimos observar desde nuestra ventana del ómnibus es que la zona que recorrimos está constituida por dunas y arenales, con algunas zonas verdes y agrícolas (Arequipa produce, por ejemplo, cebollas).
Ya en nuestro destino, comenzamos a hacer turismo urbano. En primer lugar, visitamos el Mall Plaza donde se ubican tiendas como Radio Shack, GMO, Nike. Un verdadero Jockey Plaza a escala. Después pasamos por Lambramani, el primer Centro Comercial con una tienda Wong (una de las pocas que tiene en provincias), y una discoteca de 3 niveles, dentro de la urbanización del mismo nombre. Una zona mesocrática, con edificios nuevos y remodelados, que nos pareció comparable por ejemplo, a Pueblo Libre.
A decir verdad, no encontramos estos complejos comerciales muy concurridos. Y no sabemos si tres serán demasiados para esta ciudad, aunque no tenemos cifras al respecto.
En la calle Centenario se ubica la sede de la UNSA (Universidad Nacional de San Agustín) donde estudió Abimael Guzmán, y a pocos metros, un área donde están todos los negocios para estudiantes: comida, copias, impresiones e Internet.
En la noche, nuestro amigo nos convenció de comer pollo a la brasa (¿?) que no estaba mal. Vino acompañado de un aguadito, y un recipiente con agua y limón para lavarse las manos. Sí, el local tenía baño. Al día siguiente, fuimos a una conocida picantería y almorzamos un sabroso costillar como Dios manda.
En las noches estuvimos en la calle de las discotecas, y entramos en una, animada, con dos ambientes: abajo pachanga, y arriba rave. Lo demás ya estaba visto.
Otra de las cosas que nos llamó la atención fue la calle Mercaderes, una especie de Jirón de la Unión con menos gente y más ordenado. Las tiendas abren a las 9:00 am y cierran a eso de las 8:00, destacan Estilos (almacén que en Lima se ubica en los conos), Super ( parecido a Wong), Starbucks, KFC, y Bembos, y bancos que algunas mañanas presentan larguísimas colas.
De día, encontramos en esa vía a una joven ofreciendo una vitrola RCA original, según dijo ella, en perfecto estado, con un vinilo de - nada menos - “Yo la quería patita”. El precio era negociable, como siempre.
La siguiente noche, en ese misma calle, nos llamó la atención ver dos muchachos de ropa negra cantando en un idioma extraño. Por sus ojos rasgados, dedujimos que se trataban de japoneses o coreanos. Los trovadores orientales tenían una especie de muñeco, un roedor grande.
Después visitamos el Mirador ubicado en la zona de Yanahuara, cuya Plaza de Armas nos evoca la de Pueblo Libre, donde se ubica el Queirolo. Su entrada, con el puente, y el río Chili al costado, es una vista que de verdad impresiona, y que de noche debe ser más bella aún.
Y ya que hablamos de lugares bellos, no podemos dejar de mencionar el barrio Centenario, una urbanización con calles empedradas, erráticas y estrechas, que parecen emular a las antiguas europeas.
La Catedral es muy bonita, sus dos campanarios destruidos por el terremoto del 2001 están en pie. Pero si quieren ver algo igual o mejor aún, visiten el Convento de Santa Catalina, repositorio de valor no sólo religioso, sino histórico y cultural de la sociedad arequipeña y peruana. Es un Perú de la época, en miniatura, en perfecto estado de conservación. Un esfuerzo de preservación del patrimonio cultural e histórico del estado y el sector privado que debería ser imitado.
Para terminar, podemos afirmar que Arequipa nos pareció una ciudad bonita, armónica y limpia (algo que siempre escuchamos). El camión de basura toca una melodía que todos reconocen y la recoge a eso de las 10 :00 p.m. Durante nuestra estadía vimos muy pocos montículos de basura.
Nos comentan, sin embargo, que este crecimiento que ha desarrollado la ciudad (por lo menos de lo que vimos) ha provocado inseguridad, razón por la cual los arequipeños andan muy preocupados y muchas calles y al igual que Lima, lucen enrejadas.
No pudimos visitar el Cañón del Colca ni tampoco las playas, pero esperamos hacerlo pronto, porque estas sólo son pinceladas de Arequipa.