Javier Valle-Riestra evoca su infancia: "Me convertí en un niño solitario, intelectualizado"
Sobre su corto y polémico periodo como Presidente del Consejo de Ministros de Fujimori, el tribuno afirmó que quiso democratizar "el gobierno desde dentro, proponiendo la no re-relección, el retorno del Perú a San José, entre otras cruzadas, pero me equivoqué. No pensé que Fujimori estaba tan contaminado por Montesinos...Si Fujimori me hubiera escuchado, no estaría preso”.
A pocos días de su fallecimiento, reproducimos, por considerarlo de interès, esta interesante entrevista a Javier Valle-Riestra, aprista, tribuno, politico y auéntico padegaogo del derecho y de la política, en una época que, no sde encuentran figuras ni a la derecha, ni a la izquierda que se aproximen siquiera a la talla mental y ética de estos personajes. De haya, Mariátegui, y Belaùnde al campo desolado de políticos íntegros y honeto que sufrimos hace ya varios años (y que vamos a seguir padeciando), fruto de un sistema que a nadie le interesa mejorar.
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En 2014, La Ley era una revista física, de hecho, fue el primer medio de comunicación especializado en derecho. Entre sus páginas se registró la historia jurídica y jurisprudencial del país, además de entrevistas exclusivas a destacados juristas.
Las páginas de La Ley atesoran un crisol de valiosos contenidos, entre ellos, la crónica de una visita a las oficinas de Javier Valle-Riestra, a quien el paso del tiempo ha sabido colmar de sabiduría. Una vida trajinada que lo curtió en el derecho y el fragor de la política, y que hoy, desaparecido de la escena actual, a lo mejor evoca con ciertas nostalgias.
Nunca se ha mudado de su despacho. Desde hace 45 años, Javier Maximiliano Alfredo Hipólito Valle-Riestra González-Olaechea, conocido solo como Javier Valle-Riestra, ocupa la oficina 404 del edificio “El Rosedal”, en el número 340 de la avenida Arequipa. Es un lugar de dos ambientes en el que sus libros se han apoderado de las paredes, mezclándose en los anaqueles de madera como una enredadera salvaje.
Sentado en un sillón giratorio de roble, detrás de su escritorio tallado estilo inglés, Valle-Riestra confiesa sentirse en su “torre de marfil”, expresión que usaron los poetas griegos para describir al hombre que se aislaba por voluntad propia de todo lo que le rodeaba, para atender exclusivamente la perfección de su obra.
“Estamos cerca de varias instituciones judiciales, tanto militares como civiles. Además, a mis 83 años, ¿quién va a querer firmar un contrato de arrendamiento conmigo? Van a creer que me voy a morir antes de poder cancelar la renta”, comenta Valle-Riestra, revelando ese humor inteligente que siempre lo ha caracterizado.
Abogado constitucionalista, integrante histórico del partido aprista, constituyente, diputado, senador, congresista, así como ex primer ministro de Alberto Fujimori, Valle-Riestra ha ejercido el Derecho en solitario, patrocinando la defensa de personajes polémicos como la conductora Laura Bozzo, el terrorista Adolfo Olaechea, el insurrecto Ollanta Humala, el lobista Alberto Químper, el expresidente Alejandro Toledo. “No me atraen estos casos, yo los atraigo, porque ellos me buscan a mí. Son personas a las que se buscó decapitar en lo penal, pero sin el suficiente sustento para acusarlos en el papel. Y, lo que no está en el expediente no existe”, dice.
Vestido de forma impecable, lleva una corbata roja que combina con la pañoleta que lleva arrugada en el bolsillo derecho del saco. Su cabello, cano como la plata, está peinado para un costado, ligeramente desordenado, con un mechón que cae con coquetería sobre su frente, dándole un aspecto juvenil pese a sus 83 años de edad.
“Todas las mañanas salgo de mi casa, en San Isidro, a las 6:30 de la mañana, monto bicicleta por 40 minutos y de ahí nado en el mar helado de Agua Dulce. No me molesta el frío porque es algo que hago desde hace muchos años, casi desde que era niño”, explica sin haberle preguntado, como si tratara de aclarar que su lucidez intelectual coincide aún con su fortaleza física.
“Solo soy un aprista sin carné, iconoclasta y heterodoxo. Un filósofo en la roca, un profeta apedreado que propone reformar un arcaico sistema constitucional para permitir, por razones de Estado, apelar plebiscitariamente al pueblo, que busca recomponer legítimamente sistemas en quiebra”, se explaya con esa velocidad para hablar que le ha valido decenas de imitaciones en programas cómicos, al preguntarle cómo calificaría su último paso por el Congreso de la República, al que llegó en 2006 postulando con el número 35, pero alcanzó el quinto lugar en el ranking de los más votados.
“No gasté un centavo en mi campaña. Hubo una pancarta en la que aparecí al lado de la congresista electa Luciana León, que ella pagó (… ) la política no solo son argumentos, sino belleza (…) y esa chica es preciosa”, dice Valle-Riestra, a quien también le precede una fama de galán del siglo XX.
El compañero
A los cinco años, sus padres, Ricardo Valle-Riestra Meiggs y Hortensia González Olaechea y Olaechea, atravesaron una compleja separación, por lo que el pequeño Javier buscó cobijo en la casa de su abuelo. Una mañana, con el pretexto de que estaba enfermo, llamó por teléfono al mayordomo de su abuelo, Maximiliano González Olaechea, una eminencia de la medicina de ese entonces, para que lo recogiera de su casa.
“Inventé un malestar para irme de la casa. Fue una estadía que iba a ser de unos días pero se prolongó por el resto de mi niñez y juventud. Esta etapa marcó mi vida”, dice Valle-Riestra, recordando al niño Javier en medio de una casona enorme de la calle Divorciadas, donde la biblioteca acorralaba al recinto hasta los techos.
“Max González llegó a ser tres veces decano de la Facultad de Medicina de la Universidad San Marcos. Allí, rodeado de libros, me convertí en un niño solitario, intelectualizado. Empecé a leer los volantes y las octavillas clandestinas del APRA que encontraba en la calle, y las trascribía en mi máquina para repartirlas en la calle. Fui un proaprista, como me calificó mi abuelo, que era más de carácter reaccionario”.
En el colegio La Recoleta, ubicado entonces en la Plaza Francia, participó de la cátedra del profesor Alfonso Benavides Correa, quien lo introdujo en el pensamiento de los políticos de la época. “Benavides no fue un catedrático cualquiera. Fundó con una minoría de alumnos un conversatorio al que denominó ‘Peruanidad’, en el que leímos Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana (José Carlos Mariátegui) y La Realidad Nacional (Víctor Andrés Belaunde). Ambos textos estaban en los extremos, porque el ‘Amauta’ proponía una revolución y Belaunde le respondía que no”, explica.
“De esa controversia, tuvimos que hacer exposiciones sobre los diversos temas tratados de ambos autores. Si yo no hubiera conocido a Benavides Correa no habría accedido a ninguno de estos intelectuales. Fueron tan importantes para mí, que toda mi vida, pública y privada, ha girado en torno a ellos, incluyendo, por supuesto, a El Antiimperialismo y el Apra (Haya de la Torre), que también estudiamos en este grupo. Probablemente, si no aparecía Benavides Correa en mi vida, no sería político ni tampoco aprista”.
En el año 1951 ingresó a la Universidad Católica, a la Facultad de Derecho, donde conoció al maestro José Agustín de la Puente Candamo, quien le enseñó historiografía. “Yo era el único alumno politizado, metido en lecturas revolucionarias. No era común, eran tiempos de la dictadura militar del general Odría, donde se perseguía con cárcel a los partidos con pensamiento radical, como el del APRA. Pero una cosa me llevó a otra (…) hasta que un día aparecí en la Plaza Constitución, en el Callao, exigiendo elecciones libres y la legalidad de los partidos proscritos. De las 2000 personas que habían, como 1500 se fueron detrás de mí, siguiéndome”.
Sobre un tabladillo, en medio de un mitin, el tímido estudiante de Derecho descubrió su facilidad para la palabra. En 1954 conoció a Ramiro Prialé, un hombre que pasó gran parte de su vida en la cárcel, quien le propuso “resucitar posiciones negadas por pragmatismos reaccionarios”, a través de “maniobras proapristas en la clandestinidad”.
Para Prialé, Valle-Riestra podía moverse con facilidad bajo la fachada de alumno de la Universidad Católica, entre grupos políticos de otras canteras, en busca de apoyo para el retorno del Apra a la legalidad. “Me convertí en un enmascarado que defendió al partido no con la espada sino con la retórica, en mítines callejeros, donde se agitó a las masas políticamente con las ideas”.
Esta etapa, sin embargo, fue breve. En 1956 salió elegido el presidente Manuel Prado y Ugarteche, quien pese a haber ofrecido el regreso a la legalidad del APRA ordenó el arresto de numerosos líderes del partido, entre ellos al joven Valle-Riestra. “Me buscaron en mi casa y me internaron en el Panóptico, al lado de Ramiro Prialé y otros dirigentes. Fueron solo tres días y medio, pero fue tiempo suficiente para sentirme honrado de haber probado la medicina que tomaron los viejos líderes del partido”.
¿Por qué eligió el APRA y no otros partidos para expresar su interés en la política? Porque el APRA tenía lo que ningún otro partido gozaba: un líder histórico que resonaba y seguirá resonando en el futuro, que fue Víctor Raúl Haya de la Torre. Al principio fue más una adhesión personal a un caudillo nato. Más tarde los postulados y principios del APRA se transformaron en mis principios y valores indoamericanos. Además, en esa época, era el único partido con trayectoria que existía. Estaban la Democracia Cristiana, el Partido Comunista, pero no tenían líderes como Haya ni llegaron a tener historia.
¿Cómo era Haya de la Torre? ¿Qué le sorprendió más de su personalidad? Cuando me incorporé formalmente al APRA, Víctor Raúl no estaba en el Perú. Acababa de salir de la embajada de Colombia (1954) y estaba de gira por el mundo. Cuando lo conocí me emocioné mucho porque estaba frente a una persona con una vida novelesca y una genuina trayectoria revolucionaria. Llegué de visita al local del partido y Jorge Idiáquez me dijo: “vamos a ver al jefe”. Allí estaba Víctor Raúl, quien me recibió con solemnidad pero con distancia. Sabía de mi entrega al partido, pero existía gente con más trayectoria dentro de él.
La amistad con “el jefe”, recuerda Valle-Riestra, llegó pocos años más tarde, tras su renuncia. A fines de aquella década, Valle-Riestra se fue del partido con Luis de la Puente Uceda, quien fundó el APRA Rebelde. “Yo era partidario de Fidel Castro, de la revolución, pero bajo los principios del APRA. Sin embargo, cuando llegué al APRA Rebelde, donde presidí una asamblea, me di con la sorpresa de que de aprismo quedaba muy poco, y que había más marxismo y leninismo que en el mismo partido comunista”. Se retiró del APRA Rebelde para regresar al APRA, donde Víctor Raúl le devolvió su carné con honores. Poco tiempo después, el mismo Víctor Raúl le presentó a Alan García. “¿Cómo?, ¿no conoces al Goliat del partido?”, le preguntó Haya de la Torre ese día.
El expatriado
En diciembre de 1968, tras el golpe de Estado del general Velasco, el empresario minero Roberto Letts Colmenares, más conocido como Bobby, le advirtió que la Junta Militar iba a inventar una excusa para meterlo preso. Advertido de esta operación, en la que se le iba a vincular con una operación en contra de la Reforma Agraria que llevaron a cabo sus excuñados, se dirigió al Hotel Bolívar, donde estaban las oficinas de la aerolínea Iberia, para comprar un pasaje a Londres. Tomó el avión a las ocho de la noche.
Como aún no existía el sistema digital en migraciones para identificar a las personas con orden de captura, Valle-Riestra solo tuvo que registrar su salida del Jorge Chávez con otro nombre para pasar desapercibido. En el avión, se encontró con un amigo, a quien le contó su drama. “Después de escucharme, me recomendó no ir a Londres, porque allí nadie conocía ni dónde quedaba el Perú, y no tendría oportunidades si se solicitaba mi extradición. Me recomendó que me fuera a España, donde podría conectarme con personas interesadas en defenderme”.
Valle-Riestra hizo su primera escala en París, donde se quedó dos días, esperando un vuelo a Madrid. Al llegar allá, paró a varios sacerdotes en la calle, solicitando ayuda, hasta que uno le recomendó que se dirigiera a la casa del asesor legal de la Iglesia, el doctor Antonio Gil de Santibáñez y Baselga, un distinguido hombre de leyes que pertenecía a la aristocracia española. “Te voy a apoyar. Me haces recordar a los tiempos de la Guerra Civil”, recuerda Valle-Riestra que le dijo aquel jurista, quien lo conectó con los ministros de Justicia y Relaciones Exteriores de Franco, quienes en consejo de ministros se negaron a acatar el pedido de extradición del Perú.
En España, el abogado convalidó su permiso para ejercer el Derecho, inscribiéndose en el Ilustre Colegio de Abogados de Madrid. “En Lima tengo el número 1.956, en Madrid soy el 10.602. Aún mantengo mi filiación, por lo que podría ir mañana a ejercer el Derecho allá”, reconoce orgulloso.
El constituyente
Para Valle-Riestra, el papel más importante en su carrera política fue su participación en la redacción de la Constitución de 1979, donde introdujo la jurisdicción para recurrir a la vía supranacional, ratificando el compromiso y adhesión a los estatutos de la Corte Interamericana de San José.
“Puedo jactarme de haber introducido el tema de los derechos humanos en el Perú, una figura jurídica de gran valor en Europa, que conocí de cerca durante la caída de Franco, y que sirvió para investigar diversos crímenes de la dictadura, al que no se le daba la debida importancia en el Perú”.
Sin imaginarlo, este capítulo de la Constitución fue clave para procesar los innumerables atropellos contra los derechos humanos que se cometieron durante los años ochenta, encabezados tanto por grupos terroristas como por militares. De esta forma, Valle-Riestra conoció de cerca casos como los de Accomarca y Pucayacu, en los que gente inocente acabó enterrada en fosas comunes a manos de miembros del Ejército y la Marina. “Había una fuerza radical y temeraria en las Fuerzas Armadas, pujante, una fuerza diabólica, que tenía vehemencia y organización”. Después fue diputado entre 1980-1985, senador entre 1985-1990 y 1990-1992. A fines de la década de los noventa, en 1998, le tocó desempeñar el rol más controvertido de toda su carrera, ocupando el cargo de primer ministro de Fujimori, en un periodo en el que la prensa independiente ya había establecido la responsabilidad directa de Palacio en casos como Barrios Altos, La Cantuta, entre otros crímenes de corrupción.
“Quise democratizar el gobierno desde dentro, proponiendo la no re-relección, el retorno del Perú a San José, entre otras cruzadas, pero me equivoqué. No pensé que Fujimori estaba tan contaminado por Montesinos”, describe Valle-Riestra, que mereció innumerables críticas por una aventura que duró solo 45 días pero que no olvida hasta la fecha. “No alcancé una victoria política por lo que hice en el premierato, pero sí tuve una victoria moral. Si Fujimori me hubiera escuchado, no estaría preso”.
Más tarde, retornó al Congreso entre 2006 y 2011, pero a los pocos meses Valle-Riestra solicitó su renuncia. “El congreso unicameral era infecundo, solo se permitían intervenciones de tres minutos, negando de raíz la posibilidad de polemizar con altura, sino con desprecio e insulto. Pude participar con algunos aportes técnicos en las comisiones que integré, como la de Constitución, donde planteé desde el primer día el retorno de las dos cámaras, pero no logré que se discutiera el proyecto en el pleno”, repasa con nostalgia, recordando un discurso de Javier Alva Orlandini que llegó a durar 18 horas.
“Era gente de una calidad moral e intelectual sin equivalente en la actualidad, donde prevalece la gente advenediza, sin tradición histórica, convicción democrática ni biografía de defensa de los derechos humanos. Fuera de personalidades como Víctor García Belaunde o Mauricio Mulder, dos polemistas interesantes, no hay nadie”, señala, arrepentido de no haber aceptado el puesto de representante del Perú en Naciones Unidas, tal y como le ofreció Alan García al inicio de su mandato. “Cometí el error de quedarme en un parlamento anquilosado por su estructura constitucional”. La Corte Suprema falló a favor de su renuncia, pero fue dos años después de que ya había acabado su periodo como parlamentario.
Hoy, Valle-Riestra está alejado de la política, “salvo que haya un parlamento en el Presbítero Maestro”, dice con sorna. Casado por segunda vez con Rosario Denegri Boza, atraviesa un periodo al que califica como una etapa de “soluciones felices y años de sosiego”, apartado en los últimos 16 años de los “lances y las faenas de otras épocas”. Todas las mañanas asiste a su Estudio, donde sigue patrocinando diferentes causas, algunas polémicas, como las de Susana Villarán y Alejandro Toledo. Hace 46 años no toma licor y no fuma un cigarro hace 56. Su único pecado, confiesa este católico declarado que no dejó de ir a misa ni en sus épocas más radicales, es Rosario, quien le obliga a llevar una vida “disciplinada, pero con algunas delicias burguesas”. Nos despide en la puerta, con una sonrisa que expresa absoluta vitalidad.
Publicado el 28 de octubre 2022