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Crónicas /Personajes *Los culies chinos llegados al Perú

Para 1872, la mitad de las fondas limeñas era de propiedad de chinos. Juan de Arona escribía: “A toda hora del día y aun de la noche, pues son noctámbulos. La cocina es su manía”.

La historia de los culíes chinos llegados al Perú desde mediados del siglo XIX forma parte de la historia de la inmigración extranjera promovida por el Estado peruano con la finalidad de enfrentar el problema de la carencia de mano de obra barata para la agricultura costeña.

Después de la debacle económica que acompañó a la guerra de Independencia, el sector agrícola fue recuperándose paulatinamente, pero enfrentó el problema de la abolición de la esclavitud, por lo cual las haciendas carecieron de mano de obra suficiente. Además, existía la imposibilidad de contar con mano de obra indígena serrana, que se hallaba atada a las haciendas del interior del país.

Ante esa situación, los propietarios de haciendas cañeras y algodoneras de la costa, así como los empresarios vinculados con la venta de guano de islas, encontraron una alternativa en la importación de migrantes chinos. Muchos hicieron fortuna o incrementaron la que ya tenían con este nuevo negocio.

El tráfico de culíes chinos ocurrió bajo el amparo de la ley de inmigración de 1849, la cual estipulaba que podía recurrirse a la importación de mano de obra extranjera para cubrir las demandas de la expansión agrícola. Así, en 1849 arribó al Callao el buque Federico Guillermo con los primeros 75 culíes chinos procedentes del puerto de Macao. Durante los 25 años siguientes, el tráfico de culíes fue tan intenso que llegaron al Perú alrededor de 100 mil de ellos. Esa cantidad permite comprender la importancia y el impacto profundo de la inmigración china sobre la cultura peruana.

Los chinos eran traídos en condiciones de semiesclavitud, bajo la figura aparentemente legal de un contrato de trabajo que firmaban antes de embarcarse. Como afirma Rodríguez Pastor, dicho contrato estipulaba que los chinos debían trabajar obligatoriamente por un lapso de 8 años, durante los cuales recibirían a cambio un pequeño estipendio monetario semanal de 1 peso –entonces equivalente a 1 dólar–, una frazada, dos mudas anuales de ropa y 1 libra y media diaria de arroz para su subsistencia. Cancelado el tráfico de culíes en 1874, los chinos siguieron llegando al Perú de manera voluntaria hasta las primeras décadas del siglo XX.

Alrededor del 90% de los culíes fue destinado a trabajar en las haciendas costeñas de algodón y caña de azúcar. Muchos otros fueron enviados a trabajar en la industria del guano de islas, y otros fueron utilizados para el servicio doméstico en las casas y haciendas de las familias notables.

Tras cumplir su contrato de trabajo, los culíes quedaban libres, por lo cual podían irse o seguir trabajando con nuevos contratos. Sin embargo, generalmente debían continuar laborando, pues contraían deudas y eran estafados en la contabilidad del tiempo por los propietarios. Las duras condiciones de trabajo, así como el trato infrahumano del que eran objeto, generaron diversos tipos de respuesta de los culíes, como suicidios, motines, rebeliones, asesinatos y fugas.

Con el transcurso de los años, muchos culíes libres se convirtieron en pequeños comerciantes, yanaconas agrícolas y trabajadores de obras –como los ferrocarriles–, lo que dio inicio al complejo proceso de su integración a la sociedad peruana. Esta dinámica colonia se concentró en lugares como el Barrio Chino, ubicado en los alrededores del Mercado Central de Lima. Ahí se hallaba la calle Capón y diversos callejones, como el famoso “callejón de Otaiza”, en el que vivían más de 1000 chinos.

En el Barrio Chino se vendían distintas especias y condimentos, verduras, ropa, medicinas, dulces y utensilios chinos. Allí se instalaron templos, teatros, fumaderos de opio y los primeros chifas, nombre de la comida peruana de origen chino y de los lugares en que se expende. En 1883 se creó la Beneficencia China.

Un ejemplo de la influencia china es el uso cotidiano del arroz como ingrediente imprescindible de la cocina costeña. Antes del tráfico de culíes, este grano no se cultivaba en el Perú, y los hacendados debieron recurrir a su importación con el fin de cubrir la dotación de arroz necesaria para la subsistencia de los trabajadores.

De la presencia china en el Perú viene también la expansión de los fuegos artificiales (castillos) en prácticamente todas las festividades realizadas en el país, incluyendo las fiestas patronales y comunales de la sierra.

FUENTES: Herederos del dragón. Historia de la comunidad china en el Perú, de Humberto Rodríguez Pastor (2000). / Carlos Iván Degregori Caso (1945-2011), antropólogo e investigador, en Enciclopedia Temática del Perú, tomo VIII: Diversidad cultural, y tomo XVI (El Comercio, 2004).

En Perú se encuentra el hogar de la comunidad más grande sino descendiente de América Latina. (Wikipedia)

Foto: Colección Humberto Currarino.