¿Política de desastres o desastre de política?
En medio de un “Fenómeno del Niño” moderado, el presidente Vizcarra decide ir a España y Portugal, con una comitiva numerosa, a firmar convenios pendientes, y una visita oficial ya programada; es cierto, pero el mandatario debió permanecer en el Perú no para figurar, sino para liderar las acciones de mitigación del fenómeno que ya ha ocasionado pérdidas, destruido puentes y estropeado cosechas, en el sur, norte, y en la capital.
En todo caso, podría haber asistido, aunque sea un día, a la Convención sobre Minería desarrollada en Toronto (Canadá) donde él era embajador, en esa suerte de exilio al cual lo envió el expresidente Kuczynski.
La ciudadanía necesita ver autoridades que trabajen, que manden sacar las máquinas, que hagan limpiar las carreteras y descolmatar ríos, no que salgan pontificando sobre anticorrupción con discursos que muy pocos creen, a la luz de las cada vez más revelaciones sobre el Caso Lava Jato y sus nexos con las empresas del gobernante en ejercicio.
Eso además, en un contexto donde los estragos del Niño no han sido ni remotamente aliviados, y la llamada “Reconstrucción con cambios” ha modificado poco o nada.
Por lo demás, la escena nos retrotrae a épocas coloniales, donde los dirigentes del país parecen estar desesperados por asistir a un besamanos frente a un monarca, en vez de atender la apremiante agenda interna.
El presidente y su gobierno deberían estar obsesionados en hacer giras para promover inversiones en el país, anunciando planes de seguridad, y lucha contra la anemia. Pero al ministro de Educación le preocupa el uso de las faldas de las escolares. Estamos hablando del mismo personaje que modificó las letras de las rondas infantiles. ¿No es un problema mayor el pésimo nivel de nuestra educación, en comparación a los de otras latitudes?
El Congreso para no quedar atrás, decreta un incremento en los viáticos de la mesa directiva, como si lo que reciben los parlamentarios por este concepto no fuera suficiente. Sin embargo, debemos decir que esta práctica de dispendios es transversal al Estado peruano, y a nadie le interesa cambiarla.
Un parlamentario de Acción Popular es denunciado nada menos que por acoso sexual. Yohny Lescano, el mismo que pide drástica e inmediata sanción para otros hechos similares, cambia de versiones y ensaya teorías poco creíbles sobre el origen de la denuncia, cuya investigación- una vez más – tendremos que esperar.
El presidente destituido se reúne con allegados a su grupo, algunos de éstos forman una nueva bancada, luego la dejan, mientras que el presidente en ejercicio se apoya en grupos que podríamos llamar brazos ortopédicos de extensión, a decir de Acción para el Progreso y la llamada Bancada Liberal.
Por último, se revelan afirmaciones de testigos protegidos y/o colaboradores eficaces sobre el caso Lava Jato que mencionan al mandatario, a la oposición, y a una figura importante como es Lourdes Flores. El balance es, para la opinión pública, el que todos los políticos son corruptos, en mayor o menor medida, mientras que los antisistema, que probablemente sean más corruptos, se frotan las manos.
El ciudadano entonces, se pregunta ¿Tenemos una política de desastres o un desastre de política?