La expectativa sobre el Brasil de Jair Bolsonaro
Jair Messias Bolsonaro (1955), un emergente excapitán del Ejército de su país, asumió la presidencia de Brasil convirtiéndose en el 38° mandatario del gigante sudamericano, el Estado, sin discusión, más importante de la región de América Latina.
Estamos refiriéndonos al país de cuya gravitación geopolítica ningún Estado periférico -todos los países de Sudamérica lo son respecto del Brasil- podría exonerarse de su impacto e influencia.
Es verdad que algunos Estados, como sucede con Argentina, mantienen un nivel de dependencia realmente relevante. Las expectativas sobre lo que dirá Bolsonaro son muy grandes, pues la actitud social básicamente está determinada en el fenómeno del cambio con que la mayoría de sus compatriotas esperan que se haga eficazmente visible y con ello lo más importante: aplaque el hartazgo colectivo en que ha estado sumergido el país en la última década por el legado de la izquierda populista.
Lejos de ser el mandatario que no ha ocultado sus canteras ultraconservadoras, las formas con que se ha mostrado estratégicamente durante la campaña electoral en su país -por su discurso ganó tribunas de adictos que al final le dieron la victoria, aplastando a la partidocracia adepta al expresidente Luiz Inacio Lula da Silva-, tampoco es para creer que constituirá su gobierno una caja de Pandora.
Más bien se ve como un flamante jefe de Estado que asume las riendas de un país complejo y diverso, pero sobre todo lleno de aspiraciones sin faltar al realismo político de un Estado relevante de las relaciones internacionales del continente y del mundo.
Bolsonaro sabe que no la tendrá fácil -sufrió un atentado contra su vida durante la contienda político-presidencial-, por esa razón tiene hacia adelante una agenda grande y diversificada, pues llega al poder en una etapa difícil para la vida política brasileña, donde la corrupción ha monopolizado gran parte de la vida nacional, y generado una crisis de valores políticos a todo nivel.
En cuanto al Perú, el elegido presidente debería decidirse por nuestro país como el más idóneo, pues sabe que en el siglo XXI la cuenca del Pacífico que nos baña sigue dominando económicamente.