¿Continuidad o continuismo?
Transcurrido un mes y días de la asunción del presidente Martín Vizcarra, nos queda la sensación temprana que hemos cambiado al presidente, pero no se observa un cambio de estilo de gobierno.
Es cierto que el mandatario asumió en un escenario complejo, pero es verdad también que en algunos aspectos no ha estado acertado, como cuando recibe en Palacio, nada menos, al notario Óscar Medelius (vinculado al escándalo de las firmas falsas del fujimorismo y del toledismo) y no transmite un buen mensaje, ni mucho menos al decir que el gobierno saliente no tuvo tiempo de aplicar su digamos, plan de lujo, cuando en realidad contó con 17 meses donde la oposición lo apoyó. Si pretendía que lo respalde frente a graves acusaciones de corrupción y demostración de incompetencia, se equivocó rotundamente.
Es cierto también que al ser invitado, sin tener estructura orgánica, tuvo que designar a personas ya en funciones, como el exministro José Arista en la Dirección General de presupuesto del MEF, y a David Alfaro en la sensible y problemática cartera de Educación. Pero lo que más alarma es el caso de Fiorella Molinelli, y su nombramiento en Essalud.
El presidente demuestra tener buenos reflejos cuando va a los hospitales, conversa con los ciudadanos, y tiene un discurso lúcido- tampoco es que tenga la valla alta- pero más allá de eso, de lugares comunes y buenas intenciones, no se observa mucho, y además se ha mostrado débil ante las protestas sociales.
Sin lugar a dudas, en materias como la reactivación económica y la inseguridad sería bueno que el régimen presente sus planes, pero más importante sería que plantee un proyecto de reforma política, o se discuta el de la congresista Donayre. Porque es la política la que sabotea nuestra economía, que ahora desciende en su productividad, por esa desidia que nos ha caracterizado en estos 18 años.
18 años que no sólo han significado cuatro transferencias de gobierno y crecimiento, sino también relajo en materia de seguridad, de la economía, y una creciente corrupción de la cual ya estamos hartos, con su consabida secuela de investigaciones, denuncias y amparos.
Mientras esto ocurre, el presidente Humala y su esposa salen libres, merced a un polémico fallo del Tribunal Constitucional, y el senderista Osmán Morote pasa a tener arresto domiciliario. Sobre el tema, queda claro que no podía permanecer más tiempo en prisión, salvo que se le quiera amarrar a una silla. Si la fiscalía estaba tan convencida de su participación en el caso Tarata, ha tenido varios años para pronunciarse. Pero aquí la justicia es rápida para unos y lenta para otros. Por lo demás, es el servicio de Inteligencia el que debería funcionar.
En lo que se refiere al PPkenyi video, este puede ser editado o no, ser una copia de otra matriz, pero las frases de los participantes son demoledoras. Este puede ser rechazado como prueba penal, pero no como prueba moral. Y todos los asistentes son pasibles de juicios por ése y otros casos, empezando por el expresidente.
El otorgamiento del voto de investidura al gabinete de César Villanueva, debería ser razón más que para la delegación de facultades, para que el gobierno presente sus iniciativas y que el congreso les dé prioridad, comenzando, como hemos dicho, por el de reforma política, pero también en temas económicos como la reestructuración de la SUNAT, o de Essalud.
Al parlamento le corresponde darle el apoyo, además de apurar las investigaciones pendientes y reformar la comisión de Ética, investigar, de una forma minuciosa, en la línea de lo expresado por el Presidente Consejo de Ministros, los millonarios gastos del estado peruano en imagen, comunicaciones, marketing y propaganda en estos últimos siete años, con el desagregado respectivo. Gastos que han pasado de 7 mil millones de soles en el 2011 a 15 mil millones de soles a este año.
A ver si dejamos - de una buena vez- de festinar recursos públicos en rubros o actividades de muy pobres resultados.
Si el régimen acomete estas acciones con eficiencia y convicción, demostrará que estamos ante una continuidad democrática, y no frente a un continuismo nefasto.